Palacio de Sobrellano en Comillas (Cantabria) |
El cuarto día de nuestra estancia en el bonito camping de Santillana del Mar, allá por el verano de 1995, lo dedicamos a visitar las localidades de Comillas y San Vicente de la Barquera. (Por las noches, Mari, nuestras hijas y yo, siempre salíamos paseando a Santillana, animada en todo momento por numerosos turistas que pululaban por sus calles medievales y sus tiendas repletas de productos típicos).
Pero si hay una villa señorial por excelencia en Cantabria, esa es Comillas, otrora famosa en el orbe católico por su Universidad Pontificia, promovida por los jesuitas en el año 1890, con el beneplácito del papa León XIII y el patrocinio del primer marqués de Comillas, preboste local a quien el pueblo debe su esplendoroso pasado. (Y les hago a continuación una semblanza breve de este personaje, sin el cual no se puede entender la historia de esta localidad).
De Antonio López López, nacido en dicha villa cántabra a principios del siglo XIX, cuentan que era de ascendencia tan humilde, que se vio obligado a trabajar desde la niñez. Con tan solo 14 años tuvo que emigrar a Cuba, donde andando el tiempo “haría las américas” y regresaría a su pueblo convertido ya en un indiano opulento. Luego, por su afortunado braguetazo con una dama de la burguesía catalana y por sus negocios de ultramar, llegando a ser dueño de una naviera y fundador del Banco Hispano Colonial, entre otras empresas, lograría interesados contactos en la corte, lo cual propició frecuentes visitas de la aristocracia a las mansiones que él poseía en la villa, incluidos los veraneos del rey Alfonso II, quien le otorgó el título de Marqués de Comillas.
No obstante, sería el hijo de éste, Claudio López Bru (segundo marqués de Comillas), quien rematara las obras del impresionante Palacio de Sobrellano, mandado construir por su padre para alojamiento del rey, y las del vasto recinto de la Universidad Pontificia (complejo que pertenece en la actualidad a la Comunidad Autónoma de Cantabria, ya que la sede de dicha universidad fue trasladada a Madrid en 1969 con la autorización del papa Pablo VI).
Aquella mañana de que les hablo hacía un tiempo dulce, propio de Cantabria en el mes de agosto; la temperatura era muy agradable y un leve sirimiri caía sobre la hierba haciendo que ésta resplandeciera en todo su verdor. Primero ascendimos a la colina donde se enclava el gran complejo arquitectónico, con predominio del ladrillo rojo, de la Universidad Pontificia. Desde allí, la belleza del paisaje era indescriptible: a una parte podíamos divisar el siempre fascinante Mar Cantábrico, la playa y el pequeño puerto donde otrora arribaran los últimos balleneros españoles, así como el cementerio con sus altos muros de vieja iglesia arruinada sobre los cuales vigila un apocalíptico ángel exterminador; a la otra se veía el pueblo histórico con sus calles empedradas, sus jardines y sus casonas señoriales; mientras que justo enfrente se ofrece la estampa del impresionante Palacio de Sobrellano y, cual pequeña catedral gótica, la iglesia panteón de los marqueses de Comillas; luego, más allá, columbrándose en la lejanía como telón de fondo, las moles gigantes de los Picos de Europa.
Más tarde llegaríamos hasta la preciosa villa marinera de San Vicente de la Barquera, cuyas dos rías que la abrazan se poblaban de innumerables barquitas, animadas por la pleamar del medio día. Allí comimos deliciosamente en uno de sus muchos restaurantes, hicimos compras en sus numerosas tiendas y paseamos por su casco medieval, cuyo urbanismo de sus calles fue descendiendo con los siglos de la pequeña colina donde se halla el castillo, la casa consistorial y la vetusta iglesia de Santa María de los Ángeles, de la cual les hablé en un artículo con ese nombre y que ustedes pueden ver en mi blog “El Pico de la Atalaya”.
Aquella tarde disfrutaríamos bañándonos en la piscina del camping. Pero ya llevábamos como un recuerdo querido, en la memoria y en las fotos de la Nikon, la visita a uno de los edificios más coquetos de España: El Capricho, de Gaudí (situado en las inmediaciones del Palacio de Sobrellano, en Comillas). Mis hijas me habían pedido que las retratara junto a la estatua sedente en bronce de su autor, el cual, desde un murete de piedras bastas, parece contemplar eternamente su obra de cuento de hadas, una de las primeras que realizó en su brillante carrera, en la que al final de su vida y tras haber concebido e iniciado la construcción del templo expiatorio de la Sagrada Familia en Barcelona, fue considerado el arquitecto de Dios.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 04/05/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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