Cerca de Altamira (Cantabria), agosto de 2011. |
Déjenme que les diga que en Cabárceno existe el que quizá sea uno de los paisajes más singulares de Europa. Uno, recorriendo sus caminos y contemplando su geografía descarnada, puede pensar que se encuentra en otro planeta, en un mundo extraño erizado de rocas calizas puntiagudas, tintadas con el orín de los minerales. De los minerales de hierro que se han estado sacando allí a cielo abierto desde hace dos mil años, desde la época de los romanos hasta finales de los ochenta, en que se abandonó la mina.
Pero antes les quiero contar que a la mañana siguiente de haber plantado nuestras tiendas de campaña en el camping de Laredo, a cuatro pasos de la hermosísima playa de la Salvé, Mari, nuestras tres hijas y yo, nos fuimos a visitar Santander, bonita ciudad que se mira en el espejo de su gran bahía y que planta cara a las feroces galernas de mar abierto con su playa del Sardinero, donde la burguesía del siglo XIX tomaba baños de ola.
Hacía una temperatura muy agradable esa mañana, propia de Cantabria en el mes de agosto, por lo que fue un placer recorrer a pie la península de la Magdalena. Allí comenzamos viendo el pequeño zoológico que hay al borde del mar, donde las focas y los pingüinos se lo pasan bomba en los peñascos batidos por el oleaje de la pleamar. A continuación nos sorprendieron los tres galeones varados en el promontorio, frente a los cuales la gente se retrataba dando por hecho que se trataba de réplicas de las tres carabelas de Colón en el descubrimiento de América (bueno, para ser exactos, sólo eran carabelas la Pinta y la Miña; la nao capitana Santa María era una de las llamadas carracas de “gran tonelaje”), cuando las que allí se contemplan no son otras que las embarcaciones que el navegante santanderino Vital Alsar ha utilizado en sus heroicas travesías de los océanos en décadas recientes.
Como no podía ser menos, a continuación estuvimos echándonos fotos y admirando el Palacio de la Magdalena (de estilo ecléctico, o sea, una mezcolanza de estilos arquitectónicos), mandado construir por el ayuntamiento de Santander en el año 1911 mediante suscripción popular para regalárselo al rey Alfonso XIII, ya que durante todo el primer tercio de siglo XX, al monarca y sus familiares les encantaba veranear en la costa del Cantábrico. Primero lo hacían en el palacio de Los Hornillos, donde hace unos años Alejandro Amenábar rodó su magistral película “Lo otros”; luego en este de la Magdalena, y también en el de Miramar, en San Sebastián, situado entre la playa de la Concha y la de Ondarreta (en este último se encontraba el rey en 1923 cuando el general Miguel Primo de Rivera le sirvió un golpe de estado que el monarca aceptó sin problemas).
En la actualidad el Palacio de la Magdalena, que alberga la sede de la prestigiosa Universidad Internacional Menéndez Pelayo, ha pasado a ser propiedad del ayuntamiento santanderino desde que Don Juan de Borbón se lo vendió en el año 1977; y en este suntuoso edificio, que se asoma al acantilado frente a la isla de Mouro, contra la que se estrellan sin piedad los temporales embravecidos, se ha estado rodando para la tele la serie esa de Concha Velasco, “Gran Hotel”.
Luego, antes de meternos a comer en un coqueto restaurante en los bajos del Casino, estuvimos dando un garbeo por el paseo marítimo del Sardinero, y, en los preciosos jardines de Piquio, descubrimos el enigmático monumento de la bola del mundo con los continentes esculpidos en piedra y posada sobre la rosa de los vientos, que al parecer data del año 1930, y que además constituye un curioso instrumento solar denominado por los científicos “tierra paralela”, mediante el cual podemos ver con nuestros propios ojos, y en cada momento, cuándo es de día y cuándo es de noche en cualquier parte del planeta.
Y ya por la tarde, cogimos el R-19 y, bordeando la bahía en dirección a la localidad de Astillero, llegamos hasta Cabárceno. Desde luego, jamás habíamos visto cosa igual; y miren que habíamos recorrido lugares singulares y zoológicos bien acondicionados, mas nada tiene parangón con el maravilloso Parque de la Naturaleza de Cabárceno, enclavado en lo que ha sido desde hace veinte siglos una grandiosa mina de hierro. Allí viven por encima de 1.000 animales, que pertenecen a más de 120 especies distintas, los cuales disfrutan un régimen de semilibertad en los amplios y atractivos espacios naturales, sabiamente preparados al efecto, en mitad de un laberinto de extrañas rocas lunares, túneles y senderos de la prehistoria.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 18/05/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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