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Lo normal era la felicidad |
Algunos de ustedes quizá se hayan estado preguntando el porqué de esta tregua de casi dos meses sin escribir artículos en esta página; pero ya habrán comprendido por la publicación de la semana pasada que ello se debía a motivos familiares graves y luctuosos. Es por tanto que quiero manifestar desde aquí mi agradecimiento a las muchas personas que me han expresado sus condolencias de corazón, que me aportan su ánimo y su apoyo para continuar adelante con la “normalidad” que exige la vida y, desde luego, que me aconsejan con su afecto más sincero el seguir escribiendo.
Así que yo, que recientemente he conocido de lleno el sufrimiento físico y el estrago psicológico, les quería proponer hoy una pequeña reflexión sobre la felicidad humana y sus causas. Difícil tema de tratar por el componente subjetivo que entraña, pues mientras que una persona se puede sentir feliz subiendo a la cima de una montaña, otra puede serlo leyendo un libro en un rincón de su casa. Por otra parte, ya saben lo que siempre hemos dicho al respecto: “que la felicidad completa no existe”; y es verdad, pues vivimos en un mundo donde todo es imperfecto, incluidos nosotros mismos (Aristóteles, el sabio griego que vivió trescientos y pico años antes de Cristo, pensaba que sólo de la Luna para arriba se hallaba la quintaesencia y la perfección de las cosas).
Pero la felicidad buena es la que nace de adentro del ser humano, y normalmente ésta no se exterioriza con alboroto ni alharaca, sino que es un estado de serenidad, de equilibrio, de alegría y de paz, y de amor también, ¿por qué no?, ya que cuanto más quieres a la gente, más a gusto te encuentras contigo mismo. Todo lo contrario de esas manifestaciones estentóreas de júbilo con que nos cansan hasta el aburrimiento en los telediarios de cada veintidós de diciembre, ¡por dios, por qué lo celebran tanto y hasta lloran de emoción, si el gordo es sólo dinero...!
Creo que no es causa de felicidad el que te sientas poseedor de riquezas, el que te puedas permitir costosos viajes de placer, vivir en mansiones, adquirir lujosos automóviles o mantener un nivel de consumo elevado (y eso aun dentro de un código ético de honradez; no digamos ya si encima te dejas arrastrar por los vicios, como les ha pasado a muchas personas que de pronto se han visto nadando en millones). No, eso no es la verdadera felicidad. Eso es otra cosa que puede producirte sensaciones momentáneas muy diversas y no siempre placenteras: a veces incluso de hastío, de inconformismo y de frustración, pero que ninguna te va a llevar a un estado de bienestar del alma. De acuerdo que el dinero sirve para muchas cosas, incluso para quitar el hambre a los pobres cuando viene de manos solidarias y del buen gobierno de las naciones. Pero sin embargo existen otras cosas para las que el dinero no vale nada. Absolutamente nada. Pues hay momentos en que tú quisieras “comprar” con él un poquito de felicidad; momentos en que lo darías todo por la salud o la salvación de un ser querido: “cueste lo que cueste”. Pero entonces los médicos te miran con la impotencia de quien ha hecho todo cuanto podía, de quien ha llegado al límite de su ciencia, y te ponen su mano en tu hombro y te dicen “lo siento”; y entonces da lo mismo que estés en el Morales Meseguer que en Pamplona que en el Monte Sinaí de Nueva York, a donde recurren los famosos en último término con sus millones. Da lo mismo, se lo aseguro. En esos casos el dinero no sirve para nada, ni para conseguir un gramo de felicidad.
Pero tampoco hay que renunciar por completo a nuestro modo de vida, a nuestra sociedad o a nuestra época, en busca de una felicidad espiritual plena; no hace falta llegar al estado de aquel hombre feliz que no tenía camisa. ¿Recuerdan el cuento de Khalil Gibrand, que los sabios doctores dijeron al rey de aquel país lejano que para curar su enfermedad debía vestir la camisa de un hombre feliz, y entonces el monarca mandó buscar en todos los rincones de su reino, y cuando por fin encontraron a un hombre que aseguró ser feliz, éste era tan pobre que no tenía camisa...?
Tampoco hay que vivir esperando que la felicidad llame un día a la puerta de nuestra casa, ni pensando que en el futuro seremos felices con la culminación de tal o cual proyecto, o el deseo de si nos tocara la lotería, o la promesa de cuando alcancemos la jubilación, o la ilusión de cuando hagamos determinado viaje, etc. Pues conocemos de sobra casos de personas que “cuando iban a ser felices...”, ¡ay!, les alcanzó el hachazo devastador de una enfermedad.
Miren, yo creo que la felicidad hay que sentirla en las cosas pequeñas, en lo cotidiano de la vida diaria: tomando un café con alguien a quien quieres, oyendo el canto de un pájaro al amanecer, sintiendo la tibieza de un rayo de sol en invierno, haciendo bien tu trabajo, recibiendo el abrazo de un amigo, sintiéndote estimado, escuchando una buena música o provocando la risa de un niño. Y, sobre todo, en ningún momento dejen pasar la auténtica felicidad; no la aplacen para mañana. Tenemos la obligación de ser felices en lo pequeño: ello dará sentido a nuestras vidas cuando echemos la vista atrás.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 04/08/2012 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
Ahora mismo, después de haber vuelto de recorrer montañas y ríos, he encontrado la felicidad leyendo esta artículo y a través de él reencontrándote a ti en el camino.
ResponderEliminarConrado
Gracias, amigo Conrado.
ResponderEliminarEspero que sigas haciendo lo que más te gusta y que seas feliz por ello.
Saludos.
Llevas toda la razon,pero los seres humanos somos a veces por no decir muchas tan torpes...que hasta que la vida no te da un mazazo no solemos ver esos momentos donde realmente se ecuentra la felicidad.Hay que vivir la vida despacio,saboreando cada experiencia y no esperar las grandes ocasiones,se nos va la vida esperando.Si pensaramos mas y obsevaramos,,seriamos mucho mas conscientes de ello.Felicidades por tu sensibilidad al escribir y mucha fuerza en esta etapa tan dura que estas atravesando.
ResponderEliminarMuchas gracias estimado anónimo por su comentario. Pues es para mí motivo de ánimo y satisfacción el saber que alguien con verdadera sensibilidad se encuentra ahí, al otro lado, haciéndose eco de las ideas que, como Dios me encamina, intento expresar.
EliminarUn saludo.
No las merece Joaquin,deseo que sobrevivas a esta gran perdida con la tranquilidad que se debe sentir al haber cuidado y querido a la persona ya fallecida,en este caso tu esposa.Creo que el escribir te confortara,los sentimientos deben salir y tu lo haces muy bien y bonito.Animo que te seguiremos leyendo y ya veras como Dios te ayudara.Ten fe,en esta vida solo estamos de paso,sueña con el reecuentro,yo al menos pienso asi.Fuerzas y para adelante.
ResponderEliminarMe encanta tu artículo, del cual emana pura sensibilidad y como sabes quiero, aprecio y estimo a las personas con sentimientos como es tu caso,desgraciadamente parece que cada día más, personas así escasean. Un saludo y ánimo.
ResponderEliminarNo sé quién eres de Los Quintos. Pero te agradezco mucho tu comentario, celebro que te guste el artículo y te doy las gracias por el ánimo que me trasmites.
ResponderEliminarSaludos.