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Hoy estarás con los Ángeles |
Es un secreto, pero conozco un purgatorio asistido por ángeles.
En realidad no sabemos si el infierno existe (en lo literario al menos está el de Dante, con su Divina Comedia). Pero sí que hay o ha habido “infiernos terrenales”: entre otros, los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, el atentado a las Torres Gemelas de Nuevayork o los campos de exterminio nazis, donde incluso pareció fallar la ubicuidad de Dios. (Mi tío abuelo Isidro Gómez Cano fue prisionero en Mauthausen y sobrevivió para contarlo). No, el infierno, tal como nos lo pintaban antes: un espacio eterno de tortura para las almas de los díscolos humanos, parece que ya no hay quien se lo crea. Pero en cambio, fíjense lo que les digo, no estaría yo tan seguro de que no haya purgatorio; ¿o es que se van a ir de rositas tantos malhechores, tantos ladrones y tantos genares corruptos que escapan a la torpe justicia de los hombres...? De modo que eso, al tiempo.
Pero yo les quería hablar hoy de un lugar cercano, donde las esperanzas penden de hilos frágiles y donde la enfermedad y el sufrimiento, en muchos casos, son el preludio irremediable de la muerte. Se trata de un pasillo de hospital, un pasillo corto con pocas habitaciones, al que el propio personal sanitario que allí trabaja denomina: “segunda, izquierda pequeña”.
Hablo, por si no lo saben, del Morales Meseguer, en Murcia. Me refiero, por supuesto, a oncología, en la segunda planta. Allí, nada más traspasar el umbral, ya se advierte algo especial flotando en el aire, algo inespecífico, inquietante. Por las puertas entreabiertas se ven las camas, y los rostros de los pacientes, unos tienen el gesto esperanzador de aferrarse con uñas y dientes a la vida y otros el mohín triste de la conformidad y la aceptación de su sino. Las perchas de los goteros se asemejan a árboles de Navidad, pues de ellas pende un gran número de bolsas de medicación colgadas a varios niveles; se advierten habitaciones con el cartel de aislamiento, junto a cuyas puertas hay provisión de guantes, batas y mascarillas desechables; y, desde luego, se ven personas con los cráneos mondos, con las venas erosionadas en ambos brazos por el martirio de las agujas hipodérmicas, o con el tubito colgante que entra directo al reservorio subcutáneo acoplado en el pecho, y éste a la vena cava para coger de vueltas la sangre al corazón...
Yo, desde el primer día, me acordé de una frase de Don Antonio Salas, que nos dijo allá por los tiempos del Instituto Laboral: “las personas que mueren de cáncer ya no tienen que pasar por el purgatorio”. Lógico, Don Antonio, eso en la jerga de los letrados se conoce como el principio “non bis in ídem”: no se puede castigar dos veces por lo mismo. De modo que si en el más allá hay purgatorio, la “segunda, izquierda pequeña” del Morales es como una delegación de éste, y quienes parte desde allí ya van cumplidos de penitencia.
Pero también al entrar al pasillo noté que se respiraba un algo especial que yo no supe explicármelo hasta pasado cierto tiempo, hasta por lo menos quince días después de permanecer sin moverme de la habitación 224, salvo para contestar llamadas al móvil, que entonces, lo mismo que otros “acompañantes”, con el corazón encogido me apartaba hasta un espacio deshabitado y frío, donde poder comunicar a los familiares mi angustia interior y las revelaciones cada vez más umbrosas de los médicos.
Mas todo ocurrió una noche durante el cambio de turno. El personal auxiliar y de enfermería se metía en una salita pequeña para pasarse los historiales de los enfermos, comunicarse la medicación prescrita para cada uno de ellos y cambiarse de ropa. Fui indiscreto, lo reconozco: el hombre se estaba vistiendo de espaldas y yo me había asomado a la puerta para pedir una cuartilla donde poder escribir mi diario sobre las rodillas; entonces fue cuando observé desprendérsele aquella pluma, una pluma blanca y luminosa como jamás había visto. Así que caí en la cuenta del mayor de los secretos. ¡Claro!, pensé, con las batas blancas lo disimulaban muy bien y no se les advertía nada... Cuando me acerqué y recogí del suelo aquella maravilla inmaculada, el auxiliar, amable y educado, me hizo la señal de silencio con el dedo en los labios. Yo había comprendido todo en un instante: ellos y ellas eran ángeles (sexuados, en contra de lo que acordaron los doctores de la Iglesia en los antiguos concilios). Aquel, por tanto, el de la “segunda, izquierda pequeña”, era un purgatorio en donde se sufría penitencia bajo la tutela y el auxilio de ángeles. Por eso se notaba en ellos aquella abnegación para servir, aquella entrega, aquella humanidad, aquel amor a la hora de ser unos perfectos profesionales, aquella simpatía y aquel cariño con los enfermos.
Así que a partir de ese momento, aun con el estrago interior de compartir día y noche y minuto a minuto la angustia terminal de mi persona amada, asumiendo en mi propia carne y en mi propio espíritu el sufrimiento de ella, yo, cuando me cruzaba por el pasillo con las batas blancas, les hacía el gesto de una media sonrisa. Y ellos, Hilario, Miguel Ángel, David, Enriqueta...; Maribel, Loli, María...; Jesús, Enrique, Teresa...; o los doctores Alberto, María Ángeles, Patricia, María Isabel, Elisa... Todos, aun conociendo que mi alma arrastraba una pena honda y sin consuelo, pero sabiendo que yo era partícipe de su gran secreto, me respondían con otra media sonrisa o me tocaban afectuosamente en un brazo.
A Mari Egea Ballesteros,
que estará hoy con los Ángeles.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 11/08/2012 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
buah tate no tengo palabras me encanta
ResponderEliminarPD: me encanta la foto
Tu sobrino Alejandro
Gracias Alejandro.
EliminarUn abrazo.
Como me gustaría escribir como tu, como nos gustaría, a mi mujer y a mi, que sabemos de ese trozo hospital y de sus ángeles, nosotros podemos contarlo, nuestro hijo sigue con nosotros, pero como bien relatas, si han de purgar algo quien entra en esa zona, ya tienen el camino hecho.
ResponderEliminarNo descubro ahora lo que escribes, pero si es cierto que este “segunda, izquierda pequeña” lo he leído y leo no se cuantas veces, y me sigo emocionando, revivo los veinticinco días de mujer y mi hijo encerrados en aquella habitación con vistas al aire acondicionado y nada más, los reingresos, las urgencias; como la visión de la vida te cambia, y entiendes en poco tiempo lo que es un problema de verdad, ¡cuantas veces damos importancia a insignificancias!. Aún cuando toca revisión, y sabiendo de la remisión de la enfermedad tres años atrás, se nos encoge el alma, sabemos que es para siempre, ya siempre se va a encoger.
Recibe tu y tu familia un fuerte abrazo.
Muchas gracias "angealva" por tu comentario. Gracias por tu sensibilidad y por comprender los estragos del corazón en esos lugares.
EliminarQue tu hijo alcance la curación defintiva y vosotros la felicidad con él.
Un abrazo también.
P.D.: Vosotros, mis lectores, me llevais la lógica ventaja de que conocéis cómo escribo, cómo pienso y hasta parte de lo que me sucede o me ha sucedido en mi vida (lo acepto; para eso publico mis escritos), pero yo en cambio os respondo a ciegas, aunque sé que detrás de un comentario también hay un ser humano con una historia a cuestas.