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Somos agua en un 75% |
Pero no crean que con esa afirmación se “ningunea” al ser humano. Nada de eso, ¿pues habrá algo más complejo en el mundo de la ciencia que los elementos y compuestos químicos? Miren, en la naturaleza todo está sabia y perfectamente en orden, y lo mismo que el universo se halla gobernado por leyes inviolables, las cuales hacen que funcione mil veces mejor que un reloj suizo, también la materia a escala infinitamente pequeña está estructurada y cohesionada bajo fuerzas descomunales.
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Yo me acuerdo de cuando Doña Alicia, nuestra profesora de química en el instituto, nos explicaba que un tal Dimitri Mendeleiev, a mitad del siglo diecinueve, ya había confeccionado una tabla periódica cuando apenas se conocían algo más de la mitad de los elementos químicos. El hombre realizó un casillero y dijo aquí va el oro, aquí el mercurio, aquí el carbono, etc. Y, cual un acto de fe, iba dejando los huecos vacíos donde debían colocarse otros elementos que aún no se habían descubierto, pero que él estaba seguro de que debían existir con aquellas características. ¡Maravilloso! Pues antes de que existiera la materia misma, ya existían las leyes de la física para que todo este mundo que nos rodea encajase a la perfección. (¿Qué se creían ustedes, que aquí había cabos sueltos?, de eso nada, los únicos seres imperfectos somos los humanos, pues pudiendo hacer sólo el bien, hacemos el mal).
Así que, como les decía, en el citado casillero del ruso Mendeleiev, primera piedra de la actual tabla periódica de los elementos químicos, después del hidrógeno no tenía más narices que estar el helio, aunque éste gas noble fuera encontrado poco después en el Sol. (Anecdóticamente, el helio fue un hallazgo extraterrestre, pues antes de ser comprobada su existencia en la Tierra, fue descubierto por un franchute llamado Pierre en la propia luz del astro rey, ya que cada elemento químico tiene un “código de barras” único que se trasmite a través de la luz).
Por otra parte, la química es la base de la vida. Todas nuestras funciones vitales están organizadas por la química, y cuando con mucha razón decimos que durante gran parte de nuestra existencia no somos nosotros mismos, sino nuestras hormonas que nos gobiernan y nos hacer amar, odiar, llorar o reír, en realidad éstas no están compuestas sino de química pura, de combinaciones de átomos, cada uno de los cuales se conforma como un microcosmos en sí mismo. (Doña Alicia, me acuerdo, para que nos entraran estas cosas en la cabeza, dibujaba los átomos con la tiza en la pizarra como si fueran minúsculos sistemas solares, cuyos electrones giraban a gran velocidad). ¡Es la maravilla de un mundo invisible!
Pero lo más asombroso de todo es el poder que encierran los átomos en sí mismos. ¡Ni nos lo podemos imaginar! Y si no, vean la furia de la energía nuclear: el demonio encerrado en el reactor de una central, produciendo millones de kilovatios por un tubo, ¡baratos!, pero que Iberdrola nos vende por un ojo de la cara; y eso sólo con una reacción en cadena que consiste en “dividir” por la mitad los “pesados” átomos de uranio. Por ejemplo, imaginen que dan un martillazo a una bolita para partirla en dos trozos, y del golpe saltan unas pequeñas chispas. Imaginen que tenemos una cantidad inmensa de bolitas para partir, de manera que el número de chispas será tan elevado que éstas producirán un gran calor. Pues, a groso modo, esa es la fisión nuclear: los átomos están cohesionados internamente de tal manera que liberan ingentes cantidades de energía al “romperlos”.
Existe otro tipo de energía atómica que el hombre, mal que le pese, aún no ha podido dominar: la fusión nuclear, que es la energía de las estrellas. Ésta funciona al revés: uniendo cuatro átomos de hidrógeno para dar uno de helio (ya saben que hidrógeno tenemos mucho y gratis: piensen en el agua de los océanos). De forma que en este proceso, debido a la “resistencia” de la materia a ser transformada, también se libera energía. Imaginen, por ejemplo, que tienen cuatro bolitas y las quieren transformar en una sola a base de aplicarles una gran presión, pero tan grande ha de ser la presión, que de las propias bolas saltan unas chispitas. Imaginen que eso lo realizan con grandísimas cantidades de bolitas, pues el resultado es que saltaran inmensas cantidades de chispas: es la energía que se produce en el Sol. Y cuando una estrella ha consumido casi todo su hidrógeno y lo ha convertido en helio, ésta se apaga. Lo mismo le pasará al Sol dentro de unos pocos miles de millones de años, pero no se preocupen, pues para entonces, todos calvos.
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