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Yeste (Albacete), año 2013 |
El primero es comentar la pérdida para la sociedad española de ese hombre valioso, artista polifacético y político fiel a sí mismo, que era José Antonio Labordeta. ¿Qué significa ser fiel a sí mismo? Pues no tener doblez, ser persona coherente con las ideas que proclama (cosa tan difícil de encontrar hoy en día dentro del mundo de la política, donde abunda el mamoneo, el mucho interés por trincar dinero sin doblar el espinazo y la hipocresía del jaboncillo por delante y la puñalada trapera por detrás). Labordeta llegó a ser parlamentario en el Congreso, trasladando su honestidad y su campechanía a los escaños y a la tribuna de oradores. Fue un representante de lujo de los aragoneses, aunque entre su ideario figurase el de “trasvase del Ebro, no” (yo pienso y digo desde “el Pico de la Atalaya” que “¡trasvases, sí!”: que se intercomuniquen las cuencas de los ríos, para que el agua vaya de donde sobre a donde falte).
Pero anterior esta imagen próxima que tenemos del Labordeta andariego, mochila a cuestas, por los pueblos de España, o del Labordeta político, sin pelos en la lengua, capaz de mandar a la mierda al sursun corda, yo recuerdo otro tiempo de Labordeta: de cuando, jovenzuelos, andábamos descubriendo a través de los cantautores que existían otras formas de expresión y muchos anhelos de libertad. Y yo me acuerdo perfectamente de cuando descubrí a Serrat, con su canción Mediterráneo, en un magnetófono Philips, de aquellos que sólo llevaban una palanquita para el play y para darle hacia adelante y hacia atrás a la cinta. Y de cuando descubrí a Luis Pastor, en el Club Atalaya, que el público empezó a pedirle que cantara la “Parábola del billar”, y, por cierto, entró “el Secreta” (nunca supe quién era aquel agente del orden tan conocido en el pueblo) y entonces se decían unos a otros a bonico: “ha entrao el Secreta, pásalo”, hasta llegar el mensaje a las primeras filas, donde mediante alguna seña le avisaron al cantante que llevara cuidado con lo de “la bola roja y la bola blanca”, no fuera a ser que se desbaratara la fiesta. Y me acuerdo de cuando descubrí a Paco Ibáñez, con su disco grabado en el Olympia de París. Y a Moustaki, y a Luis Llac, y a Víctor Jara; incluso a Pachi Andión, que recitaba versos profundos con aquella voz oscura y arenosa. Pues aquel también era el tiempo de Labordeta y su “Canto a la libertad”.
Lo segundo de que les quería hablar es de esa ojeriza que le ha tomado el “Petit Napoleón” a los gitanos en Francia. ¡Qué peligro tiene el poner en marcha ciertas “máquinas” estatales! (¿Se acuerdan ustedes de cuando el “Señor X” puso en marcha la “máquina” de los GAL?) ¡Qué peligroso es poner a funcionar planes de “limpieza étnica”! Sí, ya sabemos que el modo de vida de los gitanos siempre ha traído de cabeza a los payos. Pues ellos prefieren mantener sus costumbres, su endogamia racial y su peculiar forma buscarse las habichuelas (no digo más), por lo que, salvo excepciones, no se integran en la sociedad paya, y la mayoría de los esfuerzos y recursos de las políticas sociales de las diversas Administraciones caen en saco roto con ellos. Pero este no es motivo para llenar trenes de gitanos y mandarlos allende las fronteras. Hace muchos años, aquí en España también se expulsó a los judíos (¡mal hecho!), pero no fue una expulsión racial, sino religiosa, de manera que se les daba un plazo para su conversión pública. ¿No se han dado cuenta ustedes de la cantidad de personas que actualmente tienen apellido con nombre de pueblo o de ciudad? Pues esto se debe a que aquellos “cristianos nuevos” que decidieron quedarse tuvieron que cambiar su apellido de estirpe judía por el toponímico de su localidad.
Y para terminar, les llamo la atención sobre la nueva subida de la luz que se avecina, siempre con el beneplácito del Gobierno. No entiendo por qué, si los salarios no suben, o en muchos casos bajan, ¿cómo es que los bienes de consumo (algunos, de primera necesidad) cada vez están más caros? Yo creo que en este país se le ha perdido el respeto al euro. Antes con los duros la cosa era distinta: tú decías “¡mil duros!” y eran palabras mayores. Pero ahora cualquier mindundi de cualquier tenducho te pide treinta euros por la cara y tú vas y se los das como si fuera calderilla. Ahora, mucha culpa la tenemos también los consumidores: si nos plantáramos ante ciertos precios claramente abusivos de algunos comercios, ya irían bajándose de la burra y ganando un poquico menos.
De la huelga que viene, aplazada, o anunciada (lo mismo da), desde hace más de tres meses, no les voy a hacer ningún comentario, ya que desconozco hasta qué punto los sindicatos van a criticar al Gobierno con la boca pequeña; pues acuérdense de que “entre calé y calé no vale hacerse la remanguillé.”
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