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Mañana de otoño en la orillas del Segura (Cieza), con el Pico de la Atalaya al fondo |
Miren, yo subo todas las mañanas por la acera izquierda del Paseo a eso de las ocho menos algo, cuando están las muchachas de los Valencianos de abajo sacando las sillas y las mesas a la puerta, cuando están entrando los empleados de Cajamurcia, cuando está levantando la persiana el chico del antiguo estanco de Roberto, cuando está vendiendo iguales el muchacho ese que se pone en la puerta del Tiffanys o de la farmacia que siempre diremos “de Alonso Frías”, (mi recuerdo para Enrique Pérez Barceló, que siempre se ponía con su mesica a vender iguales en la esquina de arriba, frente a la Confitería de la Era. Enrique era mi amigo). Y paso todas las mañanas por la puerta del Banesto, donde siempre hay personas mayores esperando para que las dejen entrar, ¡como si hubiera “corralito”!, pero no van a sacar su dinero, sino a pagar recibos de lo que sea, que ellas se niegan a domiciliar en su cuenta por si las engañan. Y veo siempre algún barrendero con su carrito, como mi antiguo colega Juan, o María Dolores, que ve amanecer el pueblo con los ojos de la lírica mientras barre las calles y luego escribe versos (los empleados de la limpieza se enganchan a trabajar de madrugada, cuando muchos de ustedes y yo estamos aún durmiendo a pierna suelta). Y entonces llego hasta la puerta de los Valencianos de arriba y miro el Pico de la Atalaya, cuyos riscos se tornan de un color dorado con los primeros rayos de este sol otoñal. ¡Precioso!, como telón de fondo de la hermosa plaza del Convento, aunque afeada un poco por esas letras grandes y herrumbrosas que le pegan al vetusto edificio franciscano como a un cristo un par de revólveres.
No sé a ustedes, pero a mí me gusta mucho la frase esa ciezana que dice: “Más vieja es la Atalaya y echa flores”. Aunque como montaña, no es tan vieja, pues si pertenece al periodo Alpino (que me corrijan si me equivoco), tan sólo tiene unos 35 millones de años, que eso no es edad para un pico montañoso, sino pura juventud. No obstante, la Atalaya nos enterrará a todos y ella seguirá echando flores todas las primaveras.
Por cierto, ahora parece que han desmantelado la torreta que había en el mismísimo Pico (malo para los nostálgicos del 14 de abril, que tendrán que cargar con el palo de la bandera si quieren que ondee allá arriba la tricolor). Antes de estar la torreta metálica, hace más de cuarenta años, había una cruz de madera. Luego, cuando Televisión Española comenzó a emitir la 2ª Cadena a través del UHF, entre Ortuño y Zamora (dos comerciantes que vendían teles), instalaron un repetidor allí arriba. Subieron una línea eléctrica de 220 voltios por las crestas de los riscos y subieron despiezada una infraestructura de hierro de 15 metros de altura, que plantaron en la cima con 8 tirantes de acero anclados a la roca viva. En lo más alto de la torre estaba la antena receptora, que captaba la débil señal proveniente de Aitana (Valencia), en el canal 32. Dicha señal se inyectaba amplificada a un armatoste de repetidor alojado en la misma base de la torreta en una minúscula casetica de obra (aquel aparato estaba fabricado por un tío de Valencia, que los hacía como churros, de memoria, y no facilitaba ningún dato a nadie; de forma que cuando se estropeaba, a las tres menos dos, había que subir, desconectarlo y bajárselo a cuestas y llevarlo a la capital del Turia; luego, cargados como serpas, volvíamos a escalar el Pico de la Atalaya para ponerlo en funcionamiento). El repetidor aquel emitía en el canal 43 a través de dos antenas en paralelo situadas a 10 metros de altura en la torreta que apuntaban al centro del pueblo (si me acordaré de eso, que un día, con un viento helado que daba grima, tuve que trepar hasta ellas y cambiarlas porque estaban estropeadas).
Ahora, por fin, después de estar veinte años inutilizada aquella vieja infraestructura, se han decidido a hacer limpieza en nuestro Pico de la Atalaya. Quizá pongan de nuevo la cruz (yo no lo vería mal; un símbolo cristiano no puede hacer daño a nadie; en el vecino pueblo de Abarán llevan la cruz de Santiago y la media luna de los moros en el escudo municipal y no pasa nada), o quizá no la pongan, pues ya saben que hay una cruzada anticruces desde el Gobierno gobernante.
Desde luego, si los ciezanos fuésemos de otra manera, en la Atalaya se podrían hacer maravillas. ¿Se imaginan un mirador en lo alto del Pico? ¿Se imaginan una reconstrucción básica del Castillo? ¿Se imaginan un parque arqueológico en torno a la medina Siyâsa? ¿Se imaginan senderos perfectamente adecuados para ascender a pie a dicho lugares? ¿Se imaginan, simplemente, que los aledaños del Santuario se hallaran bien ajardinados, cuidados, limpios y respetados? ¿Se imaginan que fuésemos más respetuosos con nuestro entorno natural? Pero no nos cansemos, los ciezanos somos como somos, aunque en el fondo, a nuestra manera, amamos nuestro pueblo.
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La verdad es que no apreciamos lo que tenemos, y es más ni tan siquiera lo cuidamos y protegemos, da pena subir al santuario y si lo haces andando, ver la cantidad de basura que se acumula en el camino del zig zag,lamentablemente nos fatal aún demasiada conciencia ecologista, para remediar ciertas carencias de nuestra ciudadanía,precioso artículo.
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