Vista del río Segura desde el Alto de la Parra. Se pueden observar las llamadas "Presas de Chápuli", que no so sino los azudes de las acequias Andelma (nace por la margen derecha) y Los Charcos (nace por la margen izquierda).
Parece ser que este año que viene, si dios no lo remedia (lo pongo en minúscula porque no quiero mezclar al Ser Supremo en política, que sería peor que “tomar su Nombre en vano”), el Gobierno gobernante va a destinar un montón de millones para el canal ese que quieren hacer desde el pantano del Cenajo, dejando nuestro río más seco que el ojo de un tuerto.
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Parece ser que este año que viene, si dios no lo remedia (lo pongo en minúscula porque no quiero mezclar al Ser Supremo en política, que sería peor que “tomar su Nombre en vano”), el Gobierno gobernante va a destinar un montón de millones para el canal ese que quieren hacer desde el pantano del Cenajo, dejando nuestro río más seco que el ojo de un tuerto.
Bueno, ya sé que no van a “entubar el río”; no, ¿cómo van a entubar el río? ¡Qué barbaridad! Lo que pretenden es desviar caudales desde la cabecera de la cuenca con el fin de abastecer la Mancomunidad de Canales del Taibilla, pues a todas luces es mucho mejor negocio “vender” el agua que sale por los grifos en ciudades, pueblos y urbanizaciones, que dejarla correr río abajo alimentando acequias y regando bancales. (Ver imágenes del río Segura).
Pensemos. Habrá quienes se beneficien de esta obra faraónica y les parecerá de perlas (la propia Confederación Hidrográfica del Segura, la mentada Mancomunidad, las promotoras de macroproyectos urbanísticos, las constructoras adjudicatarias de dicho canal, etc.); habrá quienes no les importe un bledo, y, desde la insolidaridad, estarán a verlas venir; y habrá quienes no se beneficien ni les importe un bledo, pero aplaudirán si sirve como bajonazo político al contrario (acuérdense ustedes de un caso patente y dramático: el de los políticos aragoneses con el trasvase del Ebro, que a ellos ni les iba ni les venía, pues se pretendía a tomar el agua de la desembocadura, y tan sólo una décima parte de la que se pierde en el mar. Pero no se extrañen ustedes, pues así son las cosas en esta España tan diversa, variopinta e insolidaria).
¿A quién o a quiénes perjudica esta “canalización del río”? A nosotros; eso está claro. Principalmente a los municipios ribereños del Segura: Calasparra, Cieza, Abarán, Blanca, etc., pues al quedar considerablemente mermando el curso natural de éste, se producirían diversos perjuicios para todos. Pensemos, para empezar, en el Cañón de Almadenes y su frágil ecosistema. Al bajar la mitad de agua por el río, prácticamente se iría hasta la última gota para mover las turbinas de la central hidroeléctrica, que por cierto, está produciendo un chorro de kilovatios totalmente gratis para beneficio de Iberdrola, ya que la infraestructura, de los tiempos del Alfonso XIII, está súper amortizada. Pensemos en las restricciones de agua que esto ocasionaría en los regadíos, con el considerable daño para nuestra agricultura, motor de la economía ciezana. Pensemos en el impacto ambiental y paisajístico del propio curso fluvial y sus orillas, pues pasaríamos de un “río vivo”, con su potencial para organizar descensos en balsa y competiciones con piraguas, a un “río medio muerto”, colonizado por cañares, carrizales y otras malezas. En líneas generales, se trataría de un retroceso (lo contrario de “progreso”). Lo que hoy en día es orgullo para Cieza: el tener un río limpio, vivo y caudaloso, se convertiría en una frustración.
Sería como retroceder a los tiempos de Maricastaña, cuando aún tenía validez aquella frase ciezana de “no te tires, que hay peñones”, pues el río bajaba con la mitad menos de agua que ahora y por muchos sitios se veían las piedras. Tanto era así que desde antiguo había lugares por los cuales se podía pasar de una parte a otra andando sin problema; estos sitios se conocían con el nombre de “vados”; por ejemplo, era muy conocido el vado de Perdiguera o de la Ramblilla, por donde cruzaba la llamada “Vereda del Ginete”, que luego ascendía por los campos de la margen derecha, saltaba el collado del mismo nombre, cruzaba la Herrada por el Bancal de los Lirios y se dirigía a Cajitán. Otro vado muy conocido también era el del Barranco Mota, cerca de las casas de la Veredilla; por él podían pasar los carros de un lado a otro del río, sobre todo los que llevaban la molienda al molino de la Hoya de García (eran, pues, los tiempos en que se tenía que llevar el trigo a moler de matute, sin que se enteraran los de la Fiscalía de Tasas). Además, en aquella época, el río, casi sin regular su cuenca, tenía el comportamiento propio de un régimen torrencial: a veces venían riadas que se lo llevaba todo por delante, y otras veces bajaba el curso medio seco y la gente de la huerta cruzaba de un lado a otro, bien a trabajar o bien a ver la novia por la noche. Uno de mis recuerdos más primigenios es el de pasar el río a cuestas de mi padre; primero me pasaba a mí y decía: “quédate ahí y no te muevas, nene”, y después volvía a por la bicicleta.
De modo que esas tenemos: cuando el diablo no tiene nada mejor que hacer (o no sabe), con el rabo mata moscas. La hermosura de agua que baja por nuestro río desde hace treinta y tantos años, que son los que, mal que bien, está funcionando el trasvase del Tajo, podríamos verla desaparecer como por encanto a causa de la estulticia, la insensatez o los oscuros intereses político-económicos de unos gobernantes que en sí mismos son una adversidad para el pueblo.
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