Cortijo de Cajitán, con la mole del Almorchón al fondo |
Pero como les decía al principio, mejor no abrumarles con un artículo tan desalentador y de tanta dureza. De modo que les voy a hablar de algo mucho más agradable y pacífico, bucólico si cabe: del Campo de Cajitán.
Si tienen ustedes tiempo, ahora que todavía no han entrado los fríos, y, sin embargo, ya ha pasado la calor, acérquense un día por Cajitán; verán qué sosiego se respira cuando uno se introduce en aquel entorno. El paisaje es de una nobleza impresionante y, afortunadamente, todo se halla casi como hace setenta u ochenta años: los cultivos de viñedos, de almendros, de oliveras..., incluso de albaricoqueros de secano y, desde luego, de cereales: trigos, cebadas, jejas, etc.
Quizá todos ustedes sepan llegar perfectamente a Cajitán, pero por si alguien lo ignora, no me importa explicárselo. Tomen la carretera de Cieza a Mula (¿sabían que ésta, en los mapas antiguos, viene como “Carretera de Mazarrón”?) y vayan despacio con el vehículo, pues a partir del kilómetro 4, una vez pasado el empalme de la otra que lleva al Pantano de Alfonso XIII, la ruta se hace sinuosa y bordeada de pinos viejos y retorcidos. Durante varios kilómetros se podría decir que se trata de una “carretera turística”, no sólo por la belleza agreste de los lugares, sino por los vestigios humanos que se hallan en sus inmediaciones y que ustedes pueden observar, como canteras de yeso, con sus hornos de “quemar” la piedra; balsas de cocer esparto, hornos de tejeras o casas y construcciones con interesante historia, como la Casa de Ermitica, en "Los Prados de Doña Ángela".
Cuando hayan subido la Cuesta de la Herrada, recta flanqueada por dos hileras de pinos de más de 90 años de edad, y hayan superado todas las curvas de los barrancos de la Fuente del Rey, dejando siempre a su derecha el paisaje quebrado del Cárcabo, con el pico del Almorchón de fondo, y a su izquierda las espesas pinadas de la Sierra del Oro, darán vista ya a los terrenos de cultivo (allí, donde hace la carretera un leve descenso, encontrarán a la derecha una casa solitaria y abandonada: era la Venta de Palomín, donde paraban los carreteros con sus carros cargados de paja y sus reatas de mulas).
Algo más adelante ascenderán al llano (reconocerán el cruce de la carretera del campo de Ricote); pues de ahí en adelante ya están ustedes en Cajitán. Pueden continuar dirección Mula o desviarse por alguno de los caminos (los hay asfaltados y de tierra). Les aconsejo que tomen uno cualquiera a la derecha, y vayan viendo los campos y los cortijos, muchos de ellos deshabitados, como es natural, pero con toda la evocación de tiempos pasados. Si les parece, detengan el coche, paren el motor y escuchen el silencio.
Rebaño paciendo en un bancal junto a las garcetas que suben del Quipar.
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Uno puede imaginarse la época en que los muleros araban los barbechos de sol a sol. Mi amigo Paco el Libra me contaba el pobre, antes de morirse a los 90 años, que en su juventud había trabajado de mulero en Cajitán y que dormía en un tarimón dentro de la cuadra para echar pienso a las bestias; luego, a las cinco de la mañana, comían la gachamiga dura y marchaban a labrar antes de que amaneciera el día (entonces tenía vigencia el dicho: "Cajitán, tierra de poco fortuna,/ donde se cena dos veces/ y no se almuerza ninguna"). Uno puede imaginarse las cuadrillas de segadores con sus hoces a lo largo de los surcos interminables, e imaginarse los días de la trilla en las eras, que cuando “sacaban” la parva (terminaban de aventar, separando el grano de la paja con ayuda del viento solano) izaban una bandera en lo alto de la hacina de la mies, para que en los cortijos circundantes se enterasen del remate de dicha faena.
Ustedes piérdanse sin miedo por los caminos de Cajitán, teniendo siempre por referencia “la cara oculta del Almorchón” (la que no vemos desde Cieza), cuya mole inexpugnable servía a los labradores para marcar el rumbo de la “besana”: el primer surco, recto, que trazaban con la yunta al comenzar la labranza de un bancal.
Quizá lleguen ustedes hasta alguno de los rameles, como el de Pozuelo o el de las Contiendas, drenajes naturales de los llanos que culebrean poblados de vegetación salvaje, alimentando con sus veneros de agua las colas del Pantano de Alfonso XIII. O quizá se topen con algún pastor, cuyas ovejas, distraídas, pacen en un rastrojo mezcladas con bandadas de garcetas blancas que suben desde los humedales del Quípar buscando su pitanza.
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Me he identificado con las dos reflexiones, el olvido de las mujeres muertas a manos de cafres... ante la insensibilidad de la sociedad....
ResponderEliminarY sugerente e invitador los detalles del Campo de Cajitán.
Gracias por el comentario.
ResponderEliminarSaludos.