La ley del perro

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Pasando can

Hay leyes que parece que se hacen para no ser cumplidas, sin embargo, como ustedes ya saben, están muriendo niños atacados cruelmente por perros. Y me refiero aquí a la ley en un sentido amplio, o sea, reglamentos de desarrollo y ordenanzas municipales incluidos, además del propio texto legal, que es del año 1999 (¡fíjense si ya ha llovido), sobre la “Tenencia de animales potencialmente peligrosos”.

El perro es un animal que en la noche de los tiempos se amigó con el hombre, dándole protección, prestándole ayuda, proporcionándole compañía y volcándose en una amistad fiel y desinteresada hacia su dueño. El perro es capaz de soportar todo tipo de penalidades en aras de esa fidelidad, u obediencia cuando además ha sido debidamente educado. Yo, desde crío, he disfrutado de la compañía de perros (de hecho, de bebé, uno me salvó la vida). De modo que hablo con conocimiento de causa.

Pero los perros, a veces, son capaces de adoptar ciertas pautas de comportamiento que tienen que ver con el temperamento de sus dueños; es decir, si su amo es pacífico y amable, el perro será cariñoso; si su amo es emocionalmente inestable, el perro se comportará de igual manera; y si el tipo es violento, el perro será agresivo. Eso por un lado. Luego están las diferentes razas caninas, cuya genética de los animales les hacen ser más o menos peligrosos. Y de ahí la necesidad de una regulación legal al respecto. Pero las normas (leyes, reglamentos y ordenanzas municipales) son papel mojado si no se cumplen. Pues aquí parece que sólo se hacen cumplir, ¡y con gran celo!, las referidas a materia fiscal, que de ésas no se escapa ni el gato.

Me acuerdo de que, en los denostados tiempos de antes, todos los perros debían estar “declarados” y obligatoriamente vacunados; sus dueños eran obligados a tenerlos “en regla”, pagar un impuesto municipal y llevar al animal con un collar donde figurase la “medalla” de estar al corriente en dicho impuesto. Si esto no se cumplía, por la calle iban los “pillaperros”, unos hombres con pinta de casoneros que, por instrucciones del Ayuntamiento, cazaban con uno lazo a todo aquél que vieran suelto y sin collar.

Hemos de ser conscientes de que en la actualidad, debido a los cam-bios sociales, ha cambiado también el sentido y la forma de tener perro. ¿Para qué se tenían antes los perros? Pues para lo mismo y de la misma manera que en los últimos siglos o milenios: para vigilar la casa o para acompañar al amo cuando iba de caza o a sus trabajos en el campo, cuidando del hato en el monte o en las faenas agrícolas. ¿Cómo se tenían antes los perros? En las casas de campo estaban en su perrera, puesto de observación desde donde el animal podía percibir la llegada de extraños. En el pueblo, indudablemente el animal estaba en el corral, salvo cuando salía acompañando a su amo al campo. Evidentemente, ya no es así: los perros ahora, en su mayoría, se tienen por tenerlos, como mascotas, que es algo impreciso, y se acuestan en el sofá delante de la tele.

El perro, eso hay que tenerlo presente, es un animal con excelentes cualidades, pero también defectos: uno de ellos es que no ha olvidado su instinto de jerarquía y de pertenencia a la manada, y, como el perro no se reconoce ante el espejo (el único animal que lo hace, según dicen, es el chimpancé), pues se cree que es un hombre, o una mujer, por lo que su dueño, o dueña, debe demostrarle que es el “jefe” de la manada (para el animal la manada no es otra cosa que la familia de la que él se siente formar parte). De ahí el peligro con ciertos perros, cuando éstos creen tomar el mando en la “manada”, pues sobretodo con los niños el animal puede sentirse jerárquicamente superior y “no consentir” su presencia erguida y la mirada frontal a la altura de sus ojos.

Miren, y ya para terminar, el otro día voy por la Plaza de España, que por cierto, las autoridades no deberían permitir el tránsito de perros dentro de ésta ni del Paseo u otros parques y jardines; pero bueno, veo un perrucho comiéndose algo y una niña (de unos dos o tres añicos, no tendría más) tocándolo por la boca y la cabeza. Inmediatamente me acerco y pregunto de quién es esa niña, y unos fulanos, sentados en las escaleras de la Plaza de Abastos, responden que suya. Les hago ver que cuando un perro está comiendo, no se debe de tocar, pues el animal sin querer, en su instinto, puede morder la mano, máxime tratándose de una criatura de corta edad. Entonces la fulana, ni se inmuta y dice que “¡no pasa na!”; mientras que el fulano, riéndose (supuestamente de la inutilidad de mi advertencia), dice que “¡la niña tiene más peligro que el perro!”

¿Ustedes qué dicen a eso? ¿Se puede ir muy lejos con una sociedad entontecida que ignora las normas y ante la cual, las autoridades competentes tampoco las hacen cumplir? 

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