INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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15/10/23

Panizo, equinoccio y peces

 .

Escorredor de una acequia, mediante el cual desaguar esta para efectuar trabajos en ella

El hombre se descalzó los pies y, remangadas las perneras del pantalón hasta por debajo de las rodillas, se metió en la reguera y comenzó a volver la «pará» con el legón. No hacía luna aquella noche, solo miríadas de estrellas y algunos luceros cuajaban la bóveda del firmamento; y la lengua del agua, avanzando en la tabla, apenas se veía bullir entre las verdolagas y los monetes del panizo. Era la costumbre entonces, el regar los maizales por la noche, con el sereno, para que las matas, aún tiernas y altas (aunque «escopadas» con la corbilla), pero cargadas ya de mazorcas, no las tumbara el empuje del solano del medio día o el levante de la tarde. Mas de aquello hace bastantes años, cuando el tiempo, bien recordaremos, como un reloj, cambiaba el último día de la Feria y empezaba a hacer fresco por las noches, obligando a echarse por encima la sabanica para dormir.

Hemos pasado ya el equinoccio de otoño hace un chorro de días y nos sigue machacando la calor sin tregua. La Tierra, en su rodar en torno al Sol, pasa cada año natural por cuatro puntos ciertos, astronómicamente exactos: los dos solsticios y los dos equinoccios, los cuales determinan el cambio real de cada una de las cuatro estaciones. Otras fechas, como Nochevieja o el Año Nuevo, son convencionales, puestas ahí por los hombres; en nuestro caso, por los matemáticos jesuitas que diseñaron el calendario gregoriano (mandado hacer por el papa Gregorio XIII), el más perfecto que existe. Aunque en realidad, lo suyo sería que el año natural empezara y acabara en uno de los cuatro puntos mencionados, da igual cual fuere. De hecho los republicanos de la revolución francesa diseñaron una nueva medición del tiempo, y el año suyo empezaba el 22 de setiembre, y así estuvieron hasta que llegó Napoleón y se proclamó emperador de Francia, que mandó volver a dejar el tiempo como estaba (para reconciliarse con la Iglesia también, pues París «bien valía una misa», como dijera el otro).

El hombre, se fue hasta el ribazo, pues se había abierto un ratonero en la «atochá» y se oía roncar el agua (esto era por la acción de los topos, unos roedores pequeñitos a los que no les gusta la luz y minan el bancal por debajo). Atacó el orificio a tientas, con un palo, y luego se sentó en el lindero, junto al lugar donde había dejado las esparteñas. Oía el agua bajar por la reguera, un canalillo de tierra poblado de lastón en sus orillas, entre el cual proliferaban los caracoles «zampencos». Había echado una «pará» de agua sacando el tapón de la acequia. Entonces los tapones eran de palo: un pequeño tronco atado con una cadena o una soga, que se ajustaba al agujero arrimando alrededor un poco de cieno. Era la Acequia de los Charcos, bajo cuyo quijero el hombre cultivaba una pieza de la señorita (en aquel tiempo aún había señoritos y medieros).

Los equinoccios, como el de otoño, que fue utilizado por los «cortacuellos» franchutes como inicio de su año republicano, cuyo mes primero le llamaron «vendimiario» (¡hay que fastidiarse!), son las fechas en que el sol cae a plomo sobre la línea equinoccial, que no es otra que el ecuador terrestre; por tanto, en esos dos días (el 22 de marzo y el 22 de setiembre, en nuestro calendario católico Gregoriano) tienen la misma duración el día y la noche en ambos hemisferios de la Tierra; fíjense si son importantes esos dos puntos por los que pasa el balón de nuestro planeta, rodando sin parar por los carriles invisibles de su órbita. (¡Si es que el Universo es perfecto, más que un reloj suizo!). A propósito, los revolucionarios de la «liberté» parisina, no se quedaron solo en el diseño de los años, que los hicieron de 12 meses de 30 días cada uno, y los 5 o 6 días restantes los ponían al final como «días sueltos», sino que además mandaron que el día fuese de 10 horas y las horas de 100 minutos, etc. (aún hay por ahí en los museos relojes fabricados para tal uso).

El hombre era joven entonces. Había cavado él solo las dos tahúllas para sembrar panizo. La señorita se mostraba complacida, pues su tierra había pasado de estar yerma a encontrarse perfectamente cultivada. Luego, a la cosecha, en otoño avanzado, casi llegando al solsticio de invierno, recibiría la mitad del maíz en panochas; ese era el trato: los amos poseían la tierra y los medieros la trabajaban por el sistema de aparcería. Ese fue el trato hasta que se despertara la codicia de los señoritos, que entonces cambiarían las cosas a peor para los pobres: la señorita mandaría plantar árboles frutales en la pieza, los cuales el hombre cavaría y cuidaría, pero cuyos frutos serían íntegros para  la dueña; solo sobre los cultivos de suelo los medieros podrían seguir tomando el 50% de los esquilmos. Eran tiempos malos todavía.

Ya no hay otoño, dicen; pasamos del largo y abrasador verano al crudo invierno; el equinoccio es tan solo una mención en los noticieros de la radio, cuando anuncian el día, la hora, el minuto y el segundo, en que el planeta cruza, veloz como una exhalación, el punto donde el Sol pasa sobre el ecuador. Todo está cambiando en lo relativo al clima y los panizos, si es que aún hay hortelanos que los siembran y los cosechan de forma parecida a la tradicional, es posible que no granen y maduren en las fechas que lo hacían antes, cuando el otoño definía su frontera con el verano y los cultivos de temporada tenían sus días marcados para desarrollarse, dar el fruto y acabar.

El hombre había puesto fe en su trabajo y fidelidad y respeto hacia su señorita. Regando aquella noche la última tabla del maizal, escuchaba los sonidos de la oscuridad pacífica: el miar de los mochuelos, el «cri-cri-crí» de los grillos zapateros, algún perro que ladraba por hambre o miedo, y el ruido refrescante del agua. De pronto, algo se movió bruscamente entre el panizo. Él sabía que en la Acequia de los Charcos había peces: unos barbos preciosos que nadaban entre dos aguas y que algunas personas pescaban cuando abrían los escorredores. Se incorporó rápido y, orientándose de oído entró descalzo entre las matas. Tuvo que afinar sus sentidos hasta encontrarlo; era un hermoso pez que se había colado por el agujero del tapón, había navegado reguera abajo como un submarino a la deriva y había embarrancado, dando coletazos, entre los monetes de tierra del panizo. Se le escabullía como si llevara jaboncillo, pero al fin lo pudo atrapar con sus manos y lo echó en un capacico terrero, para llevarlo, ufano, a casa esa noche.
©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"