INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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23/10/23

Tarzán y el artista

 .

El famoso tenor Miguel Fleta, tomando un almuerzo campestre junto al tronco de la higuera de la Fuente del Madroñal, primeros años década de los treinta del siglo pasado (foto de archivo)

En lo que se refiere a algunos aspectos de la técnica y  de los inventos, la cosa ha ido de lo difícil a lo fácil, y la electrónica ha tenido mucho que ver, la cual también ha pasado de lo complicado a lo sencillo. Miren, la fotografía ahora es gratis y al alcance de todo el mundo. Sin hablar de calidad, con cualquier móvil se pueden realizar fotos y vídeos sin límite y sin costo alguno. Antes no; antes la fotografía era por medios químicos, o fotoquímicos, costaba las perras cada vez que pulsabas el disparador de la cámara y, sobre todo, era de una complejidad admirable, a la vez que con buenas máquinas y buenas placas se lograba una calidad óptima.

Al hombre del taparrabo rojo, en el buen tiempo, le gustaba subir al monte. Llevaba a la espalda un pequeño macuto de lona caqui, donde metía unos pocos víveres, y, en la mano, una pica de sabina, nudosa, tostada al fuego y rematada con una contera de acero en forma de pincho. El hombre a veces portaba como avío para el almuerzo una chulla de bacalao inglés con un chusco de pan. «M’he traído bacalao pa que me dé más ganas de beber agua», explicaba, pues adoraba el chorro vivo, fresco y sonoro, de la fuente del Madroñal, bajo cuya higuera de higos blancos de tres brazos, sentado sobre una piedra, daba fin del condumio (a la sombra de aquella misma higuera, bastantes años antes, había disfrutado de un estupendo pícnic el famoso tenor Miguel Fleta).

Por entonces, y para más seguridad, llevábamos la cámara fotográfica al retratista para que él mismo nos sacara o pusiera el rollo. Antonio Carrillo nos cargaba la máquina con amabilidad y pericia. «Pongam’usté un carretico de blanco y negro», le pedíamos, porque el color era más caro y luego el revelado costaba una pasta. «¿De veinte o de de treinta y seis?», preguntaba él con su sonrisa permanente, que parece que lo estoy viendo ahora mismo. «De treinta y seis», tirábamos la casa por la ventana. Luego salían treinta y ocho, pues los prepara él y era generoso al cortar la tira del celuloide.

Jesús Carrillo, hermano del fotógrafo, iba a veces por el campo tomando alguna fotografía, material que utilizaba luego como recurso para realizar sus óleos. ¡Qué buen pintor era Jesús Carrillo! Nadie pintaba como él las «Atalayas» o las «eras con sus pajares». El último cuadro que le vi realizar fue el que hizo desde lo alto del Muro, cogiendo el Puente de los Nueve ojos y la pieza de ciruelos floridos que había junto a este. Yo, en el descanso de los funcionarios, me iba al Balcón del Muro a comerme el bollico de filete que me hacía Pepe de Valentín, goce de Dios. También se expansionaban allí un ratico mis compañeras del Ayuntamiento la Blasa y la Juani. Entonces le veíamos delante del lienzo en el caballete, con sus pinceles y su paleta, trasladando, no la imagen real, en bruto, que veíamos nosotros, sino la otra imagen que él, achinando los ojos, procesaba su mente de artista.

El hombre del taparrabo rojo llenaba en el chorro del «empotrador» de los cántaros su cantimplora de aluminio forrada de fieltro verde, la metía en el macuto de lona, y tomaba la senda del Pozo de la Nieve, que subía zigzagueando entre albaidas, enebros y lentiscos. Otras veces le gustaba ver amanecer desde las alturas y portaba una pieza de lienzo crudo y una pequeña colchoneta. En esos casos se instalaba cerca del manantial (era vital tener a mano el agua para beber) y dormía en plena sierra bajo el simple lienzo que hacía de tienda de campaña sin serlo. Entonces, tempranico, oyendo el canto silbante de los pájaros breveros y el repiqueteo de algún pico carpintero que ametrallaba un tronco seco para horadarlo e instalar su nido, el hombre, con su torso desnudo y emulando al mejor Tarzán en blanco y negro de Johnny Weissmüller, emitía desde lo alto de una peña, a todo pulmón, el «alarido de la selva».

La primera camarica de fotos que tuve fue una «Kodak Instamátic»; era una caja pequeñica, de cartón piedra, que si había poca luz se le podía poner un «cuboflahs», lo cual se trataba de un cubo con cuatro lamparitas que daban un fogonazo y se fundían al disparar, o sea, valía para cuatro exposiciones; después, más «cuboflahs». Al final las fotos salían como dios quería, pues calidad tenía muy poquita, pero entre la película, los dichosos «cubos», el revelado y las copias, una ruina. Así que hice un esfuerzo y me aventuré a comprar una «Werlisa Color» de segunda mano. No era gran cosa, pero habíamos mejorado algo. «Pongam’usté un rollico de color —le decía de vez en cuando a Carrillo—, de treinta y seis», ¡quién dijo miedo! Lo malo es que en cuanto me descuidaba, el error de paralaje me hacía la puñeta y a lo mejor me cortaba una cabeza en los retratos de grupo. Pero aquella fue mi etapa del instituto y la OJE, y hacía fotografías a gogó, y luego las vendía y algunos me las dejaban a deber y no me las pagaban. ¡Un desastre!

La fotografía digital no tiene que ver nada con el sistema fotográfico de antes, con el modo que inventó por descuido Nicéphore Niépce en 1826, que se basaba en una emulsión química fotosensible, colocada en un soporte: cristal, celuloide u otro, y que reaccionaba con la luz (con la luz que penetraba a través de un objetivo de lentes o de  un  simple orificio de una cámara oscura); luego, esa emulsión «alterada» por la luz, había que someterla a un proceso de revelado para conseguir un negativo y, posteriormente, proyectar de nuevo ese negativo sobre un soporte de papel, también fotosensible, el cual había que bañarlo seguidamente en líquido revelador, para que, como en un truco de magia, ¡oh, misterio!, surgiera de la nada la imagen; en otro fijador, lavar y secar; y todo casi a oscuras o con una lamparita roja de luz inactínica para evitar el velado del papel sensible a la luz. Parece engorroso, pero la calidad podía llegar a ser insuperable.

El pintor Jesús Carrillo había dejado aquel día la Vespa a la sombra del pino grande de la puerta de la casa y se había marchado senda arriba con su cámara fotográfica al hombro; sin duda buscando puntos de vista donde captar imágenes para su estudio. Luego, cerca del medio día, cuando mi padre regresaba con el carro por el camino, tras llevar el terraje al ama, el hombre, que bajaba desenfrenado al parecer, se detuvo con su moto un instante y le refirió el hecho misterioso que le había ocurrido en el monte: entre las pinadas de la sierra había visto de repelón un hombre en cueros, y, al poco, sin saber de dónde procedía, oyó con espanto el potente alarido de Tarzán en «Tarzán de los Monos», lo cual le hizo al pintor poner pies en polvorosa y largarse del Madroñal con su Vespa.

©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"