INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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14/5/23

Sonidos y olores de ayer

 .

«Puente de Alambre» sobre el río Segura, unía las huertas del Estrecho  y el Argaz, en la margen derecha del río, con el paraje del Fatego, en la margen izquierda, que rodeaba el casco antiguo de Cieza y era regado por la acequia del mismo nombre.

Hoy sabemos bien cuáles son los sonidos de Cieza, y los olores, pero, ¿y ayer? ¿Sabemos a qué olía Cieza hace setenta u ochenta años? ¿Qué se escuchaba entonces por calles, casas y corrales?

En la actualidad se oyen mucho los berríos de las motos, los acelerones de los coches, las músicas molestas (¿se han dado cuenta del tamaño del cerebro del fulano medio que lleva las ventanillas del coche bajadas, haga frío o calor, para difundir al exterior su ruido musical, que suele ser gitaneo o chimpuneo, o lo que es peor, eso que llaman rap?). Antes, no; antes, como había pocos coches, se escuchaban pasar, entre otros, al trote cascabelero, los carros del Chusco o del Parralo, cuyas herraduras de los caballos (el del Majo, remontándonos un poco más, era famoso por sus gónadas) partían las chinas del suelo de las calles sin asfaltar.

En cuanto a los olores, sin lugar a dudas, el pueblo entero olía a esparto cocido; al hedor insidioso y putrefacto que venía en el aire de las balsas de cocer el esparto cuando las estaban sacando («sacar» era un verbo sobreentendido en el argot del esparto). «Nena, ¡qué peste a agua esparto!», decía alguien, por ejemplo. «Estarán sacando alguna balsa», respondía la otra persona. Pues había balsas de esparto por todos lados: en Bolvax, en la Arboleja, ahí donde Tarazona, cerca del Hospital; en la Fuente del Ojo, en Los Casones, en Ascoy, en el Barranco Meco, etc. Y cuando los trabajadores sacaban los bultos a la espalda, chorreando agua apestosa, que les impregnaba los poros de la piel con aquel tufo y luego no se lo podían quitar los pobres ni frotándose con piedra pómez, se percibía la peste en el aire a muchos cientos de metros a la redonda. Ese era el olor principal: a esparto cocido; y no sólo por motivo de las balsas, sino por la lía que se hacía en todas las casas.

Los sonidos eran, mayormente, los del silencio. Por las calles, una conversación, el timbre de una bicicleta, las mujeres yendo a comprar a la Plaza con sus capazas de palmito, o barriendo («¡ras, ras, ras!») el suelo de tierra de la calle con sus escobas de palma; el chaveteo de los carros, que era un ruido característico que hacían las chavetas de los ejes cuando pasaban, con sus reatas de mulas, cargados de esparto, de leña, de piedra para la construcción o para hacer yeso, de arena, etc. Y se oían también los pitos. Los pitos eran las sirenas de las fábricas, pues Cieza tenía un importante tejido industrial, no como ahora, que en un muy alto porcentaje la economía local está cifrada tan solo en la agricultura; y eso está muy bien, pues el campo da de comer a mucha gente (cientos y cientos de inmigrantes se benefician de ello), pero el verdadero progreso de una sociedad viene de la mano de una diversificación productiva; faltan en Cieza industrias, fábricas que produzcan bienes, y servicios relacionados con el turismo, que a pesar del mucho hablar y del mucho marear la perdiz, aquí no se saben explotar los recursos turísticos que tiene nuestra ciudad y nuestro término municipal, que son múltiples y muy variados.

Se olía en las calles del pueblo a cabras y burras. Dos veces al día pasaban los cabreros con sus rebaños: por la mañana, a los pastos: hacia el Puente de Hierro, hacia el Camino de Alicante o hacia la Sierra de Ascoy; por la tarde, de regreso a los corrales, que estaban en el mismo casco urbano: en la calle Cánovas del Castillo, en la calle Los Pinos, en la calle Pérez Cervera, en la calle Reyes Católicos. Pasaban las cabras lecheras impregnando el aire con su olor cabrío, y atufando las feromonas del macho. Pasaban también con sus serones de pleita las burras, camino de las huertas, y esparcían su estela olorosa de caballería, de establo, de cuadra.

De los distintos pitos de las fábricas que se oían en el pueblo, el más fiable y exacto era el de Manufacturas Mecánicas de Esparto, que servía tanto para echar las mujeres el arroz a la olla de barro, previamente cocidas las alubias en la lumbre, como para poner en hora los hombres sus relojes de bolsillo. Se escuchaban también, en el silencio de la noche, los trenes pasar por la vía; se oía el pitido del tren Correo en la Estación: a las doce de la noche, cuando iba para Madrid y cargaba las sacas de correspondencia, y a las 6 de la mañana, cuando bajaba hacia Cartagena y descargaba otras sacas de cartas para llevar a Correos (el tren Correo, fue el que en 1937, y a poco más de la media noche, chocó con un camión de bombas en el paso a nivel de Los Prados, ¡una catástrofe enorme!; eso no sólo se oyó en todo el pueblo, sino que volcó los platos de las alacenas, movió de su sitio las cuatro patas de las camas de hierro y amedrentó a los gatos que dormitaban con el sopor del mes de julio).

En los corrales del pueblo había gallinas, conejos y hasta cerdos (por lo que en el interior de las casas se  hacía necesario combatir millones de moscas con tiras adhesivas, con azúcar venenoso o echando Flik en forma de espray mediante aquellas maquinillas de hojalata cuyo émbolo tenía un puñico de madera; era una lucha sin cuartel contra el odioso zumbido de las moscas, volando en círculo a tontas y a locas, en la penumbra). Se olía a estiércol y a retrete, pues hace bastantes décadas faltaba el agua corriente y, en muchas casas, aún no llegaba la red de alcantarillado; de modo que existían pozos ciegos, o negros, que periódicamente había que limpiar cumpliendo determinado horario de la noche establecido por una ordenanza municipal. Se olía a escasez de higiene en general, aunque también, a veces, a colada hecha con jabón casero y polvos de la ropa por abnegadas mujeres, que tenían que arrodillarse en la orilla del río o desplazarse al lavadero público de la Fuente del Ojo con sus barreños de cinc a la cabeza; madres de familia, picadoras de esparto, que cumplían además con la jornada en la fábrica.

Se oían a todas horas los mazos de picar esparto de las fábricas, «¡pom-pom! y ¡pom-pom!», que no cesaban: en ca Zamorano, en cal Precioso, en cal Nene Torres, en cal Gallego, en ca Anaya y en otras tantas industrias de la espartería. Se sentía a determinadas horas del día o de la noche a los parroquianos fieles del Palacio del Vino, esparteros, hiladores u hombres que echaban el alboroque después de haber cerrado un trato dándose la mano. Y, en el buen tiempo, se oía pasar el chambilero, «¡hay helaos!», con su carrito. 

©Joaquín Gómez Carrillo  

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"