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Fotografía nocturna de la la Calle San Joaquín; al fondo, sobre los coches, se aprecia en el muro un saliente de la «losa del pueblo»
En otro tiempo se conocían en el pueblo dos «ejíos» con nombre propio: los «Ejíos de Hontana» y los «Ejíos de Marín». Hablando con propiedad, «ejido» significa un terreno comunal, lindante con un caserío o una población, donde pueden reunirse los ganados o situar las eras (el diccionario de la RAE tiene que modernizarse, pues lo de «las eras» ya pasó a la historia; aunque mirando mi plano de Cieza, de 1924, del ingeniero Diego Templado, compruebo que donde está el Colegio San Bartolomé, más conocido como «de la Era», había ahí, efectivamente, una gran era para la trilla de los cereales, que lo más seguro era de uso comunal y se pondrían de acuerdo los vecinos para trillar cada cual su mies: su cebada, sus trigo, sus avena, su centeno, su jeja.
Mariano, «el de los perigallos», fue en Cieza el ultimo aperador (no confundir con «El último “emperador”», de Bernardo Bertolucci). Mariano hubo aprendido el oficio de hacer aperos con sus tíos, «los Marines», cuyo taller, ya sin actividad por jubilación de Mariano, existe desde los tiempos en que apenas había otras casas en esa zona de la Calle Juego de Bolos, y sí que se gozaba de una gran anchura donde ellos, artesanos de construir aperos para la labranza y carros para el transporte, podían trabajar al aire libre y forjar los aros de hierro de las ruedas de los carros sacando las ascuas de su fragua al espacio abierto. Según mi plano, dicho taller de los aperadores, con aserradero de madera incluido, tenía el número 6 de la Calle Juego de Bolos; con el número 4 estaba la cámara alta de « La Cochera» de la Cuesta de la Villa, que tenía el suelo de tablas y era donde guardaban a San Pedro, ¿se acuerdan?; y con el número 2 dos una casica que acababa en triángulo, cercana al badén de la carretera, que entonces estaba más hondo y aún puede apreciarse el muro quitamiedos de piedra a un nivel más bajo que el asfalto. Más adelante de dicho taller de aperos, donde Mariano se dedicó a hacer perigallos en los últimos tiempos porque lo de los aperos había evolucionado con la maquinaria agrícola, ya estaban las dos casas que hay sobre la horma, con los números 8 y 10, bajo las cuales también había un oscuro sótano en cuesta abajo con industria del mismo gremio.
En Cieza, el término «ejío» (la gente nunca decía «ejido») se tenía también como lugar donde se podía verter o depositar algún desecho o basura. En los «Ejíos de Hontana», un inmenso terraplén se extendía hasta la orilla de la Acequia del Fatego (por entonces, a cielo abierto, era una perfecta cloaca colmada de inmundicias, donde algunas personas vaciaban directamente cubos de «comperdón»). En este gran terraplén, ahora tomado por un plantío cada vez más boscoso: pinos, palmeras y demás plantas, existían unos grupos de casas humildes a las que se accedía por una sendica estrecha; asimismo, por la parte de arriba asomaba la «Losa del pueblo», un estrato recio de arenisca y conglomerado de aluvión de cuando hace varios millones de años el río discurría a mayor altura por el valle (dicha «losa», famosa, sobre la que se asienta el casco histórico de Cieza, que se aprecia perfectamente tanto en la «Cuesta de Los Pajeros», en la Calle Juego de Bolos, como en la Calle San Joaquín, albergaba en el mentado terraplén de los «Ejíos de Hontana» un manantialillo de agua bajo ella, del que se surtían algunas personas de las mencionadas casicas del lugar (eran los tiempos en que no había agua corriente en los domicilios ni se la esperaba).
A los terraplenes del «Matadero Viejo», cerca de donde hoy se halla la «Casa azul» esa tan bonica y tan fotografiada frente al Arenal del Puente de Hierro, y «del Fatego» (antes de construir la «Ronda» del mismo nombre, me refiero) no se les llamaba «ejíos», a pesar de que la gente arrojaba todo tipo de basuras y desechos; ¡un asco de los grandes!, sin embargo era un tiempo en que estas cosas no se echaban al ver; todo es acostumbrarse y ya está; hoy en día tampoco se echa al ver el que esté la mayoría los contenedores siempre rebosando basura, a cualquier hora del día, y su alrededor mugriento de suciedad; no se echa al ver: cunde la indolencia y se «normaliza» la mala praxis.
En los «Ejíos de Marín», junto al taller de fabricación de aperos que he mentado antes, aparte de un espacio anchuroso, que en mi plano se señala como «solares», estaba el gran terraplén que descendía hasta la Cuesta de la Villa, o hasta las casicas que había bajando a la izquierda, de la «Cochera» en adelante (en la «Cochera», que no hay datos sobre su construcción, existía un pequeño nacimiento de agua en su interior y, en tiempos, hubo allí un «puesto de lías» y tienda, que regentaba «Antoñico de la Cochera»). El ingeniero Diego Templado fue tan minucioso en la confección del plano de que les hablo, cuya copia poseo como oro en paño, que dibujó a plumín y mano alzada las curvas de nivel del citado terraplén de los «Ejíos de Marín», y leo que van desde la cota 169 (metros sobre el nivel del mar en Alicante, se entiende), abajo donde estaba la fuente del agua, al final de la Cuesta de la Villa, hasta la cota 181 (en la Calle Juego de Bolos, justo a nivel del taller de Mariano, que en tiempos fue de sus tíos, los «Marines», los cuales dieron nombre a tal «ejío»).
Pero en el paisaje ciezano de hace décadas, si hablamos de aperadores, trabajando en sus fraguas de carbón piedra, forjando rejas de arado en sus yunques y construyendo carros para acarrear esparto de las balsas y las tendidas, es justo mentar los aperadores de la Plaza Nueva (hoy, «de los Carros» precisamente). Allí, aparte de la herrería «del Mocho», donde trabajó mi amigo «Pascualín de los “Jawar’s”», hubo otra importante industria de fabricación de aperos, la de Salvador, donde siempre podían contemplarse algunos carros que conformaban el paisaje y que han venido a dar nombre a dicha plaza. (¡Qué tiempos, cuando el Club Atalaya celebraba allí su fiesta!, ¿recuerdan?)