INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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17/10/21

Las radios mágicas

 .

Grupo de casas del Ginete

Hubo un tiempo en que todavía no estaba propagado, ni bien logrado, el misterio de la televisión. En Cieza habría por entonces no más de un par de docenas de aparatos televisores, del más primitivo blanco y negro, y con selector de canales tipo carraca, «¡clac-clac-clac!». La señal de televisión, a falta de repetidores cercanos, se tenía que buscar en el «canal 3» procedente de la Sierra de Aitana (Alicante), pero llegaba tan débil que era preciso colocar en los tejados enormes antenas, elevadas con tubos de hierro de los que se utilizaban para las calefacciones. Ni que decir tiene que solo existía una cadena (la VHF), que funcionaba a ciertas horas del día, el resto del tiempo emitían «carta de ajuste»; por supuesto, a las doce de la noche, el himno nacional y a dormir.

Sin embargo, el invento  de la radio le llevaba la delantera a la televisión, y en muchas casas poseían como si fueran joyas aquellos aparatos de madera de ébano con filos dorados. Mas por entonces, la electrónica aún no había dado el salto al transistor y los semiconductores y permanecía tal cual la había manejado el inventor Tomas Alba Edison: mediante válvulas electrónicas o lámparas (las famosas «peras», como las llamaba la gente). Aquellas radios, grandes y vistosas, se colocaban en el lugar más preferente de la casa y las mujeres les hacían unas preciosas «sayas» de tela y encajes para cubrirlas, cuyo frente simulaba las cortinas de un teatro en miniatura. Y, como al mismo tiempo, la corriente eléctrica que llegaba a los hogares era precaria y los 125 voltios fluctuaban a la baja, junto a las radios se enchufaban unos aparaticos llamados «elevadores».

Todo el mundo sabía que las lámparas (aquellas ampollitas de vidrio al vacío) necesitaban un calentamiento previo para ponerse rojas por dentro y empezar a funcionar; era por eso que nuestras abuelas, o bisabuelas, tenían que darle al botón del encendido de la radio varios minutos antes de que empezara «Ama Rosa», de Guillermo Sautier Casaseca, o cualquiera de las famosas radionovelas de entonces, ante cuya emisión se paraban todos los quehaceres domésticos, pues la «hora de la novela» era como un ritual: acudían varias personas, se sentaban frente a la radio y dejaban fluir las emociones y, por supuesto, corrían las lágrimas a moco tendido; ya que los actores, o «radioactores», mujeres y hombres, eran buenísimos y con su maravillosa interpretación hacían vibrar los personajes a través de las ondas.

Pero se hacía preciso dar el salto en el avance de la electrónica (el hombre pudo llegar a la Luna en 1969 gracias a que ya se había inventado el transistor, de lo contrario hubiera sido imposible). El salto era dejar atrás las «peras», que solo podían funcionar con corriente alterna: aquellos débiles y fluctuantes 125 voltios que venían de la Central del Menjú o, a partir del año 1944, también de la conexión con la línea de alta tensión que pasaba por el Madroñal y que unía las centrales de Cañaverosa y el Solvente (propiedad de Joaquín Payá las tres mencionadas).

¿Pero qué era el transistor? No era una radio de esas pequeñicas de bolsillo, no; lo que pasa es que la gente, tomando la parte por el todo, empezó a llamarles así a estos aparaticos portátiles que funcionaban mediante transistores. El transistor era un componente electrónico sencillísimo: el huevo de Colón de la técnica, que a su vez tenía un tamaño muy reducido (algunos poco más que un grano de arroz). Pero sobre todo, su enorme ventaja frente a la válvula electrónica o «pera», es que este trabajaba con corriente continua, con una simple pila. ¡Adiós entonces a los grandes aparatos de radio, con mueble de madera y filos de pan de oro, llenos de «peras» por dentro, y que había que enchufarlos a la red eléctrica!

Y por ahí empezó la revolución. En las casas alejadas de los campos, sin luz eléctrica desde la noche de los tiempos, ya se vislumbró la posibilidad de desbaratar el silencio nocturno con la música y las voces de una radio a pilas. Pero había que crear la necesidad en el ánimo de las familias, había que enseñar a los ignorantes, convencer los incrédulos y seducir a los escépticos. Entonces hubo un hombre en Cieza, con visión de futuro y discurso de comerciante, que se echó a recorrer los caminos de los campos con una motillo de pedales y varias radios de pilas, bien embaladas en sus cajas, sujetas al portaequipajes.

Francisco Losa, un primo de mi abuelo materno, llegaba a las casas apartadas canturreando una canción; tenía que amigarse primero con las personas, dar confianza y seguridad de que él no era un charlatán de feria, sino un heraldo de los tiempos modernos que se avecinaban. Pero en aquellas cajas, envueltas con paja de arroz, llevaba cosas maravillosas, que él, en una perfecta operación de márketing, extraía con emoción cual prestidigitador de circo.

El hombre debía coger presentes a todos los miembros de la familia; entonces pedía una patata y dos agujas de hacer punto de molde. Francisco, sin dejar su monólogo de sabio, pinchaba las agujas en la patata en forma de «V» y arrollaba un cablecito con una banana en la otra punta (esto hacía de antena). Sacaba una, otra y otra, y las iba colocando a la vista, quizá, sobre la mesa de la matanza. Primero era un clic misterioso, luego un tostoneo, seguían unos pitidos cual pelea de gatos, y, ¡oh maravilla!, allí estaban la Niña de la Puebla, Juanito Valderrama, un pasodoble torero o Joselito en discos dedicados. El hombre explicaba accionando uno de los botones: «…Onda larga, onda corta, onda pesquera», y, a bonico, revelaba, casi al oído, que a altas horas de la noche se podía sintonizar «la Pirenaica», pero eso sí, con mucho cuidado, pues la Guardia Civil sabía entonces todo de todos.

Si el negocio salía que no, no pasaba nada. Francisco recogía de nuevo los aparatos, pero dejaba una pequeña cosa: la semilla. Pasaba el tiempo y, una noche, cuando ya se habían acostado los hijos, la mujer se atrevía con la pregunta que le rondaba por la cabeza: «¿…Y por qué no compramos “el arradio”?». El hombre, que cosía un capazo de pleita en el rincón de la cocina, dejaba mediar el silencio; luego, como si fuera lo más perentorio hacer en ese instante, atizaba los leños de la lumbre. «Lo que tú digas», respondía este al fin. 

©Joaquín Gómez Carrillo

 

2 comentarios:

  1. Estupendo homenaje a la radio que tanto me gusta. Aquí te dejo el homenaje que mis alumnos y yo hicimos hace tres años en nuestro taller de poddcast. http://podcast.colegio-jaimebalmes.com/jugando-con-los-sonidos-y-las-palabras

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  2. Muchas gracias Domingo por tu aportación. Este fin de semana próximo sale una segunda parte del artículo.
    Un saludo.

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"