La nueva leyenda negra

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Tiempo de granadas

Éramos pocos y parió la abuela. No nos bastaba con la mosca cojonera de algunos presidentes hispanoamericanos, que a las tres menos dos sacan el asunto de la conquista de América y exigen que pidamos perdón, de rodillas, por las tropelías que hicieron nuestros retatara-tatara-tatarabuelos, que ahora un grupo de «renegados» de España, hispanófobos de nuevo cuño con valiosa nacionalidad española (a la que no piensan renunciar ni borrachos) y con pasaporte del Reino de España en el bolsillo interior de la americana, se dedican a la maledicencia, a la calumnia nacional y a difundir en el extranjero la falsa imagen de nuestro país, tal que si esto fuera el Chile de Pinochet o la Cuba de los Castro.

La pérfida leyenda negra antiespañola de hace quinientos años, engendrada en principio en Holanda, donde temían a los Tercios de Flandes más que a una nube de piedra (allí las madres, para amedrentar a los niños no les decían «que viene el Coco», sino «¡que vienen los españoles!»), y alentada al máximo por la Inglaterra de la piratería, el ladronicio, el esclavismo y el genocidio de los indios de Norteamérica, aquella leyenda que se deleitaba en tergiversar y obviar la gran labor cultural de España con lo mejor de la intelectualidad del momento y el mestizaje de las razas, y se complacía por el contrario en difundir grabados con atrocidades achacables a la Iglesia de la evangelización y a los soldados españoles de la conquista del continente americano, ésa va cayendo por su peso a la luz del entendimiento y la comprensión moderna de la historia. Y aunque hace poco el porteño papa Paco haya pedido perdón en México por la conquista española (sepan que lo primero que hizo Hernán Cortés, tras entenderse pacíficamente con Moztezuma, fue prohibir las matanzas de los sacrificios humanos masivos de todas las edades y sexos que hacían al «dios serpiente emplumada», cosa que les vino a tocar mucho los cataplines a los sacerdotes de la entonces Tenochtitlán o capital azteca, que estaban ellos tan a gustito matando en los templos y repartiendo carne humana para el consumo de su «feligresía», y, claro, por ahí empezarían a ponerse las cosas chungas, hasta que llegó la «Noche Triste» del 30 de junio de 1520 y los españoles tuvieron que salir por patas); y aunque este hombre de Dios —a Jorge Mario Bergoglio, me refiero— implorase cristianamente el perdón por los pecados de los siglos (eso está muy requetebién hacerlo, S.S., pues siempre hemos pecado y pecaremos de palabra, obra y omisión), dando por sentado que hubo actuaciones injustas, dentro de las leyes españolas justas para el momento (lo primero que hicieron los Reyes Católicos fue prohibir la esclavitud en todos los territorios de su gobierno y el trato inhumano a la población indígena; sin embargo, qué duda cabe que se cometerían desmanes, chanchullos y crímenes en lugares tan alejados y separados por un océano, donde la comunicaciones con la metrópoli podían tardar medio año en producirse); sí, habría crímenes, esclavismo ilegal y robo, con toda seguridad, cual la inmensa cantidad de crímenes diarios del México actual, por la que no pide perdón a sus ciudadanos el sumo mandatario; pero a pesar de todo —decía yo—, aquella obsoleta leyenda negra solo alimenta ya a una minoría de hispanófobos modernos, por interés, ideología, desinformación o un enfoque descontextuado de la historia, o para que ciertas clases dominantes de Hispanoamérica cubran sus vergüenzas y corruptelas ante su ciudadanía, culpando de todos los males actuales y aún venideros a lo ocurrido hace cinco siglos.

Pero, ay, unos tiempos traen otros; de modo que ha nacido una nueva leyenda negrita que quiere extenderse por Europa (como aquélla): es la del nacionalismo y su público. Cada político y cada ideología tienen sus adeptos. Ustedes, los de las canas, recordarán que nunca se ha llenado la Plaza de Oriente, hasta no caber ni un alfiler, como cuando salía al balcón del Palacio Real aquel vejete que lo subían a un cajoncico (sepan que las balaustradas del arquitecto Sabatini son altas y sólo se le hubiera visto la gorrica de plato de capitán general) y movía un brazo arriba y abajo (decían que era un brazo postizo, de madera, que alguien se lo accionaba por detrás. Bueno, pues eso, que en Cataluña ha prendido la llama del nacionalismo y todo un coro de ciudadanía cree a pies juntilla las prédicas de sus líderes. ¿Y qué dicen estos? Pues qué van a decir, lo que ustedes ya saben. La cosa ha llevado un proceso, no crean que ha sido coser y cantar. Lo primero que hizo el delincuente Pujol fue decirles a los niños «¡som una nació!», luego les contaron —queridos niños— que Cataluña no era España y que ellos no eran españoles; después los dejaron crecer. Y una vez hechos los niños hombres y mujeres, comienza el proceso (los periodistas de RNE ya van adoptando la jerga hispanófoba y dicen también «el prucés» en lugar de decir «sedición» o «los condenados por sedición»).

Bueno, pues el caldo de cultivo está en su punto en la región catalana, más hay que llevar la llama a Europa y empezar a ganar adeptos para la causa. Y qué mejor aliados que las propias instituciones de los países socios, los cuales, conforme dudan, o peor, «abrazan» la nueva religión hispanofóbica de estos misioneros a sueldo público de la Generalidad de Cataluña, empiezan a negar, a renegar y a limpiarse el trasero con los acuerdos intereuropeos de la Unión (a las euroordenes me refiero). La nueva leyenda negra cala. «¿Será cierto —empiezan a darle vueltas a la cabeza en Bélgica, en Alemania, en Italia, en Francia—, que en España ha resucitado Franco?» Y estos, nuestros amados compatriotas (muchos de ellos delincuentes convictos, condenados y huidos de la justicia, o magnánimamente indultados por nuestro gobierno gobernante), ¡venga!, sin perder ripio: que si la represión gubernamental (ordenada por un gobierno apuntalado por ellos mismos, no se lo pierdan), que si la justicia está viciada y no es justa, que si la democracia española es mentira, que si el rey es un tirano, que si las fuerzas del orden apalean a la viejecitas por votar, que si España es un estado fascista como el de Musolini, que si los exiliados vagan por Europa (pobrecicos míos) sin poder regresar a su patria, etc., etc. Como verán no tiene desperdicio esta nueva leyenda negra. Porque además, ahí tienen ustedes al delincuente este (presunto) que huyó haciendo contorsionismo en el maletero de un coche, que el fulano es como la San Miguel, que a donde va triunfa.

©Joaquín Gómez Carrillo