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«Mientras la primavera aguante». Flor del jaguarzo, paraje Los Almadenes
Mi primer médico de la Seguridad Social fue Don Francisco Lucas Navarro («Ginerre» de apodo familiar), que estaba casado con Pepita, una prima segunda de mi padre por la rama de los Félix (hija de Antonio Gómez Semitiel, panadero), cuyo fundador de la dinastía fue mi tío bisabuelo Félix Gómez Gómez, nacido en la villa de Abarán y trasladado de niño a la Casa del Madroñal (hoy en día, es su bisnieto Antonio el actual panadero de la saga y el que regenta la famosa panadería y horno de «Félix» en la Calle Cadenas.
Don Paco Lucas, en mi recuerdo, era un hombre cordial, de exquisita educación, que vestía chaqueta cruzada y peinaba melena gris aristocrática, y que en Semana Santa salía tocando el violín tras el paso de San Juan. Cuando mi madre iba a su consulta, bien al Centro Médico, que estaba en la Calle San Sebastián, bien a su casa en la Calle Santa María de la Cabeza (ahora Callejón de los Frailes), no tenía que decirle el número de la cartilla para anotarlo en la receta, porque él se lo sabía («¡No, no saques la cartilla, que me sé el número!» —decía). ¡Gran novedad para cientos de miles de familias, el estrenar cartilla de la Seguridad Social, médico gratis y copago de los medicamentos en la farmacia! Pero la cosa había tenido un largo recorrido hasta llegar el año 1967 de que les hablo.
Ya en 1900, en tiempos del rey Alfonso XIII, se crea el primer seguro social de España con la «Ley de accidentes de trabajo»; así mismo nace en 1908 el «Instituto Nacional de Previsión», cuya existencia alcanzará hasta 1978; y en 1919 se pone en marcha el «Retiro obrero», o sea, las paguicas de la vejez para los trabajadores (¡con un día cotizado era suficiente, fíjense!; mi abuela, cuando echó mano, tenía ¡dos días! cotizados en la conserva de de los Morotes). Luego, proclamada la II República, se incluye en su texto constitucional de 1931 una voluntad clara de legislar sobre esta materia, asumiendo ya el Estado responsabilidades de financiación y reconocimiento de derechos sociales de los trabajadores. Asunto que quedó truncado con el malogrado fin de este régimen que todos conocemos: a la gran inestabilidad política, con insurrecciones en diversos puntos de España y los estados de guerra de Asturias y Cataluña, se suma el levantamiento militar de 1936, origen de la Contienda). En 1938, en plena Guerra Civil, el bando sublevado promulga el «Fuero del Trabajo», base para la posterior creación de la Seguridad Social, que no obstante se retrasará hasta 1963, cuando aparece una «Ley de bases», que dará lugar a la primera «Ley General de la Seguridad Social» en 1966, con entrada en vigor el 1 de enero de 1967. (Recuerden que a la dictadura de Franco aún le quedaba más de ocho años de vigencia, y, aunque España todavía «era un cuartel», los tímidos cambios sociales empezaban a vislumbrarse en muchos órdenes, como por ejemplo en lo que se llamó a bombo y platillo la «igualdad de oportunidades», con las famosas «becas salario» para los buenos estudiantes de clase pobre, las cuales becas no solo sufragaban los gastos de los estudios, medios o universitarios, sino que servían de aporte económico a la familia para suplir aquellos ingresos que dejaba de percibir durante los estudios de ese hijo o esa hija).
Mi padre se había hecho una cartillica de trabajador «eventual» y empezaba a gozar de la mentada cobertura sanitaria para la familia y del copago de los medicamentos farmacéuticos, aparte de la otra cartilla de «familia numerosa», que también aseguraba ciertos beneficios. Sin embargo, como ya indicaba en el anterior artículo, mi madre no quiso darse de baja de la «iguala» que tenía con Don Mariano Marín-Blazquez, al cual le consultaba siempre para obtener una segunda opinión.
A Don Francisco Lucas Navarro lo hicieron alcalde en marzo de 1969, después de «Trini», que fue quien más tiempo regentó en Cieza, de todos los alcaldes de la dictadura: casi nueve años (Trini era Don Trinidad Almela Pujante, empleado de la Caja de Ahorros del Sureste, que estaba en la Calle San Sebastián donde ahora la ONCE, pues los alcaldes debían ganarse la vida en sus empleos o profesiones, ya que no cobraban nada de los ayuntamientos). Por aquel tiempo del alcalde Lucas Navarro se hacían las galas de elección de la «reina de las fiestas», eventos en los que participaba con toda pompa la corporación municipal, bien en la Plaza de España, bien el Pabellón del «Cine Gran Vía», adquirido por el Ayuntamiento. Los concejales, que tampoco cobraban ni una peseta, eran elegidos de la siguiente forma: un tercio por el gobierno civil de la provincia, un tercio por el sindicato (que solo había uno, ¡ojo!, para empresarios y trabajadores, ¡todos juntos!, ¡y obligatorio!), y un tercio por las familias; a este último tercio se podían presentar los «cabezas de familia», y que además fueran «de orden»; a los cuales les podían votar solo otros cabezas de familia, o sea, hombres y con familia a su cargo. (Aunque en los referéndums convocados en la dictadura, uno en 1947 y otro en 1966, votaron mujeres y hombres mayores de 21 años.)
El Dr. Lucas Navarro, a pesar de ser médico del Seguro, mantenía la buena costumbre de desplazarse a visitar a los enfermos en su domicilio. Una vez, recuerdo, era noche de invierno y, mis hermanas y yo, con fiebre y en la cama, sin parar de toser, recibimos su atenta visita en la Casa del Madroñal; el hombre, con su maletín, donde llevaba el talonario de recetas, el fonendo y demás apichusques, escribía sentado en la cama su prescripción sobre las rodillas, alumbrándose con la linternica de mirar la garganta. Años después, cuando ya iba yo al Instituto (que también había nada más que uno), nos pasaba revisión este médico en su consulta de la Calle Santa Ana, donde se había cambiado a vivir. Se ponía un mandil protector y nos hacía pasar por «la pantalla» (a mi compañero el Juli, recuerdo que le dijo que tenía un gran corazón, cosa que a partir de entonces le admirábamos más por eso).
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