INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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23/5/21

Mis médicos

 .

Allá donde nacen las acequias, con mi nieta Paula

Mi primer médico fue Don Mariano Marín-Blázquez («Marianito», que decía la gente, para diferenciarlo quizá de otro gran médico del pueblo: Don Mariano Camacho; al menos así le llamaba mi madre, que fue «niñera» de señoritos en casa de otros Marín-Blázquez y los conocía bien, tanto a él, como a sus hermanas). A Don Mariano Marín-Blázquez lo hicieron alcalde veinte días antes de nacer yo. Era muy jovencico entonces y mi padre y mi madre se habían «igualado» con él para tener alguna cobertura sanitaria, sobre todo para el bebé que les venía. Pues hasta el 1 de enero del año 1967, que entrara en vigor la Ley General de la Seguridad Social, lo que funcionaba para las familias eran las «igualas». Esto era una especie de contrato privado, por el que mediante un pago periódico, tenías derecho a que un doctor te atendiera en su consulta, te visitara en tu domicilio y te recetara los fármacos pertinentes, que tenías que pagar de forma íntegra en la farmacia.

Mi madre le tenía fe a Marianito, y, aún luego, después de tener la cartilla de la Seguridad Social y un médico asignado gratis, en mi casa se seguía pagando la iguala con aquél; de forma que se disfrutaba así de una segunda opinión: mi madre iba y le decía «Mir’usté Don Mariano lo que m’ha mandao el médico del Seguro pa mi nena pequeña, que tiene calentura y tose muncho, y no me come nada». A lo que este galeno, muy amable, prescribía alguna otra cosica para complementar: «Toma, le vas a poner estos supositorios balsámicos y, por la noche, antes de acostarse, le aplicas “Vicks vaporub”; ah, y para las ganicas de comer le das Quina San Clemente» (esto último era una especie vino añejado con quinina).

A Don Mariano Marín-Blázquez, mi madre iba algunas veces a buscarlo al mismo ayuntamiento, y él, muy solícito, la atendía en su despacho de alcaldía (los alcaldes no cobraban en tiempos de Franco, ¡ojo!; ni los concejales), o le decía «No te preocupes, Paca, que en cuanto acabe una reunión  (o un pleno o lo que fuera), paso por tu casa». Pues entonces era muy común que los médicos visitaran a los enfermos en sus domicilios, incluso en el campo, incluso de noche, incluso bajo inclemencias del tiempo. Los buenos médicos eran muy admirados y tenidos en consideración por las familias, y el trato del médico de cabecera, o de la iguala, con sus pacientes era más humanizado y más confiado que ahora.

Al poco de ser nombrado alcalde y casi recién nacido yo, se pegó fuego arriba de la Sierra del Oro, lo cual coincidió, ¡qué casualidad!, que mis padres fueron aquel día al ayuntamiento en demanda de Don Mariano porque me había puesto malico. (Mi cuna era un columpio de tablas, de los de la fruta, en una barraca de cañas, bajo el quijero de la Acequia de Los Charcos, en ese mismo paraje de la huerta). Para el hombre, sin experiencia en la brega de la alcaldía, a la vez que no renunciaba a su deber médico con aquel neonato, que era yo, daba órdenes en relación con el siniestro forestal al jefe de la Policía, que era un tal Bartolo «Guadaña» (la Jefatura de la Policía municipal estaba en el propio edificio consistorial, con puerta a la Calle Cartas). «Bartolo, usted sabrá mejor que yo qué es lo que se hace en estos casos; de modo que disponga lo conveniente» —le dijo en presencia de mi madre y mi padre. En aquellos casos lo que se hacía era que, entre policía municipal y Guardia Civil, se reclutaban voluntarios (y no voluntarios) por la calle, y se acudía a tratar de apagar el fuego con azadones, palas, ramas, tierra y poco más. Pues no había otros medios ni pistas forestales por las que llevar agua ni trasladar a bomberos u otro personal especialista. 
 
Marianito fue el médico en mi niñez, y, como en mi familia observé siempre una actitud de admiración hacia su persona, yo también le tuve aprecio y amistad hasta el fin de sus días. Fue alcalde de Cieza poco más de seis años, que era bastante para la época, pues por aquellos tiempos, el gobernador civil, por «quítame allá estas pajas», les mandaba «el motorista» y a otra cosa, mariposa. En dicho sexenio y coincidiendo ya con el «Gobierno de los Tecnócratas» a nivel nacional, en Cieza se construyeron más de quinientas viviendas para familias de renta baja (poco después se construiría el «Grupo 20 de noviembre» con otras cien más). Nunca se realizaría una acción social habitacional tan importante en este pueblo, como se hizo durante aquellos años.
 
Don Mariano Marín-Blázquez, cuando ya no tenía igualas (al menos, ya no la nuestra), fue el doctor de los ancianos en la Residencia San José y San Enrique, que él mismo había contribuido a su fundación para trasladar el Asilo, que se hallaba situado en el viejo Convento en condiciones paupérrimas, bajo los abnegados cuidados de las monjitas del Carmelo, con la madre Blanca a la cabeza, cuyo nombre habría que perpetuar de alguna manera en la memoria de este pueblo. (Por mi oficio, tuve ocasión de visitar más de una vez aquellas dependencias, que Sor Blanca gestionaba con la caridad y las exiguas pensiones de los viejos desvalidos.) 
 
Y para acabar este artículo, cuento una anécdota graciosa de Don Mariano, ya mayor el hombre. Ocurrió en la presentación de un libro en el aula de la CAM. El autor era mi amigo Juan José Avellán, el ciego; la obra, divertidísima: «Las cosas de Juan José». A la hora del coloquio, se levantó Don Mariano Marín-Blázquez, «¡Yo quiero contar algo sobre Juan José!» —dijo con excelente buen humor—, y salió al pasillo central donde todos los asistentes lo podíamos ver. Refirió entonces que el ciego y él coincidieron en primero de medicina en la Universidad de Granada; dijo que el profesor de Anatomía era de lo más serio y riguroso, y aseguró que Juan José vivía entonces una juventud feliz. Contó que el examen de dicha materia era oral y que el catedrático puso en manos de Juan José un fémur humano, «Háblenos usted de este hueso» —refirió Don Mariano que aquél exigió al alumno. Por la forma en que lo contaba, ya veíamos todos el fémur en la mano del médico (en tanto que el ciego se mantenía sentado arriba, con figura hierática, en la mesa de presentaciones, escuchando). Pero en aquel remoto momento del teatral relato de Marianito, y al parecer sin saber Juan José cómo empezar su disertación, lanzó el fémur hacia arriba en el aire. Don Mariano realizó tal gesto cual un divertido malabarista, y les aseguro que todos en la sala vimos el fémur de «2001, una odisea en el espacio», de Stanley Kubrick, que los monos lanzan al cielo y se convierte en nave espacial. «¡Suspenso! ¡Suspenso! ¡Suspenso…!» —gritó el profesor, según Don Mariano Marín-Blázquez. (Y ahí, miren por dónde, acabaría la carrera médica del joven y apuesto, y entonces vidente, señor Avellán —con “v”— y empezarían las «Cosas de Juan José».)
©Joaquín Gómez Carrillo

 


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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"