INTRODUCCIÓN

______________________________________________________________________________________________________
JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

Buscador por frases o palabras

Buscador por fechas de publicación

Traductor de esta página a más de 50 idiomas

5/6/21

Mis médicos, III

 .

Paraje La Torre, con la mole del Almorchón al fondo

Sin duda uno de mis médicos favoritos fue «el Guapo», cuyo nombre era Don José Martínez Caballero. Al Guapo se le veía por cualquier parte del pueblo, con su chaqueta de pana y su carterica negra de mano, visitando a los enfermos en sus casas. Pues como ya dije en anteriores artículos, era la costumbre; no como ocurre ahora, que sólo de manera muy excepcional van los galenos de primaria al domicilio de los pacientes. Siempre te dicen que si puedes, que lo lleves al Centro. «Es que está malico o malica en la cama con fiebre» —insistes. «No pasa nada, lo envuelves o la envuelves en una manta y lo/la traes» —te contestan. «Es que no tengo medios para traerlo/a» —replicas. «Pues entonces llamas a uno, uno, dos» —te dicen como solución final. Estos sí que van; los de emergencias aparecen en seguida con el pedazo de ambulancia, que la paran en la puerta, y entran a la casa con todos los cachivaches (en tiempos de pandemia como ahora, con su correspondientes EPI para protegerse) un facultativo, dos enfermeros y el conductor de la ambulancia: los cuatro alrededor del enfermo; ¡un tanto agobiante!, ¿no?, pues al menos el conductor, que no es profesional sanitario, se podía quedar en la puerta, ya que los datos médicos tienen la máxima protección de confidencialidad por la Ley Orgánica de Protección de Datos. (A propósito, miren, eso me hace mucha gracia: vas a urgencias, al Camino de Madrid o al Hospital, y, junto al administrativo o celador, o enfermero, de la ventanilla, está sentado el guarda jurado. Y cuando dicho personal de bata blanca del Servicio Murciano de Salud, en cumplimiento de sus funciones, te pregunta qué te pasa, qué te duele, por qué estás allí, el otro, el del uniforme marrón y la porra, que pertenece a una empresa privada de seguridad, también se está empapando de lo que tengas que decir. ¡Manda narices!)

Creo que fue cuando empecé a trabajar con contrato fijo en la empresa de Ortuño, de la Plaza de España, y tuve cartilla propia, cuando ya me asignaron a Don José «el Guapo», pues antes, en casa de mis padres habíamos tenido de médico de cabecera a Don Emilio Quintela (después de Lucas Navarro, como ya dije), que también era muy atento el hombre.

De don José Martínez Caballero, recuerdo que cuando empezaba a estar mayorcico y le podía el darse las pasás de andar, de una punta a otra del pueblo, entonces le acompañaba su hermano Pedro Luis, con su coche Seat 600, y le facilitaba el andarillo para hacer las visitas. No obstante, como desde su casa de la Calle Cadenas (el hombre, solterón, vivía con la familia de su hermana, la Anita «del Guapo»), hasta el Ambulatorio médico, que estaba entre las calles Santa Gertrudis y Padre Salmerón, sí que iba y venía andando todos los días, pues contaré una anécdota que me pasó relacionada con ello:

Resulta que, por el 1979 sería más o menos, tuve un accidente laboral; un percance muy aparatoso que por suerte no tuvo mayores consecuencias. Les cuento: En la Calle Reyes Católicos, enfrentico de la bocacalle de Padre Salmerón, vivía Antonio Pastor (el «Nene de los Coches»); su domicilio estaba en un primer piso y bajo este tenía una gran cochera, en la cual encerraba tres autobuses de su empresa. Un día el Nene de los Coches, que se cubría la cabeza con boina y en la boca solía llevar un purico, decidió cambiar de lavadora. Pues allá que fui yo a instalarle la nueva y, de paso, retirar la vieja. Esta era casi de la edad de piedra: un trasto enorme, muy pesado, marca «Westinghouse», fabricado en los EE.UU. Y quiso la fatalidad que se nos resbalase y escapara por las empinadas escaleras que daban directamente a la calle; yo iba en la parte de abajo y pude revolverme en el aire como los gatos, pues sentí en mis espaldas la lavadora cuando atravesaba el umbral de la puerta de la calle, que milagrosamente estaba abierta. El artefacto, aunque rompió varios peldaños y arrancó de cuajo el marco de la puerta, se quedó allí atrancado, y yo volé literalmente hasta en medio de la calle. ¿Y a que no saben quién pasaba por la acera de enfrente justo en ese mismo momento? ¡El Guapo!, mi médico de cabecera, con su chaqueta de pana negra y su carterica de mano. Me entraron entonces a casa de Pilar, hija de Teodoro el molinero y mujer de Montielón, mujer atenta y cariñosísima, y el bueno de Don José Martínez Caballero me hizo el primer reconocimiento de la herida y el tremendo golpe en una pierna.

Luego, por mi oficio, fui muchas veces a casa de Don José, que también lo era de su hermana Anita, mujer amable y simpática donde las hubiera, y donde también trabajaba en el servicio del hogar la Pascuala «la Mocica». (Hoy en día, una placa de piedra con la figura en bajorrelieve de dicho médico preside la fachada). Al entrar a la casa recuerdo que siempre se olía a despacho médico, a consulta, pues él tenía su clínica privada en una habitación que daba a la calle, donde atendía a los pacientes y donde había impolutas vitrinas de cristal con instrumental aséptico y tarros de formol. Al fondo estaba el patio, ornamentado de plantas y amenizado por la presencia de un loro que había aprendido a repetir palabras de la Mocica.

Al Ambulatorio también le llamaban «la Unidad», y como daba a dos calles, pues podías entrar por un lado y salir por el otro. La consulta de mi médico estaba en la planta baja, frente al mostrador donde casi siempre se hallaba por allí Manolo el Practicante, bajico y muy mañoso para poner las inyecciones (¡anda que no me pinchó veces en el culo Manolo! Su técnica para despistarte un poco y rebajar la tensión muscular era darte varios cachetes, ¡plas, plas, plas!, y en uno de ellos, ¡zas!, ¡el setazo!). Los médicos atendían con la puerta abierta («¡Siguiente!», gritaban desde su mesa). Un día fui y le dije al Guapo «mir’usté que granos que m’han salío por aquí». Entonces se fijó un poco y dijo «¡varicela!». «¿Varicela…?», repetí incrédulo, pues tenía 28 años, una hija: Ana Sofía, y mi mujer embarazada de Verónica. «¡Varicela!», aseguró el doctor; o sea, las «payuelas», que son muy contagiosas. Yo le pegué la varicela a mi hija (o se la había pegado ya antes del diagnóstico), y ella se la contagió a mi hermano Pepe, que ya era también grandecico. ¡Todos empolvados de talquistina para resistir los horribles picores!

©Joaquín Gómez Carrillo

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

EL ARTÍCULO RECOMENDADO

LOS DIEZ ARTÍCULOS MÁS LEÍDOS EN LOS ÚLTIMOS TREINTA DÍAS

Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
.
* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
_____________________________________________________

Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"