.
Grupo de alumnos de 2º F de la ESO, del IES Diego Tortosa, rodeando con dificultad la base de la chimenea de ladrillo (fotografía de Manuela Caballero)
Si quieren que les diga la verdad, se me cae el alma al suelo cuando veo algunas cosas; cuando compruebo la dejadez, el abandono, la desidia, en la conservación de ciertos bienes de nuestro patrimonio histórico. Construcciones, vestigios, lugares, que podrían ser icónicos de nuestro pasado; que quizá tengan el valor definitorio para entender cómo era Cieza hace tan solo unas cuantas décadas; para comprender cuál era el modo de vida de su gente y de qué manera se ganaban el pan las mujeres y los hombres de este pueblo; restos de industrias que yacen hoy en el más absoluto olvido, las cuales en su día aglutinaron los afanes, las ilusiones, los proyectos y los sueños, de cientos de trabajadores de ambos sexos; Quedan, eso sí, recuerdos de los viejos —ya casi convertidos en bienes inmateriales— sobre importantes empresas, cuyo marchamo traspasaba fronteras y era orgullo de una ciudad industrial donde las sirenas de los centros de trabajo llamaban en horas en punto a las masas obreras.
¿Por qué les digo esto? Porque el otro día pude ver con mis propios ojos el lamentable estado en que se encuentra el solar de la que fuera una gran industria ciezana: la «Fábrica de conservas de los Guiraos», en la Estación. Ya recordarán que esta firma del ramo de la conserva, «Guirao Hermanos», cuyo símbolo era «la campana», tenía dos enormes centros de trabajo: el del Camino de Madrid, cuya alta chimenea cayó como resultado de una sospechosa negligencia al excavar la cimentación para construir pisos (y no solo la chimenea, sino también un edificio lindante de seis plantas donde vivían doce familias; ¡al promotor le apodaban «Jomeini», y, encima, hizo negocio redondo con los damnificados!). Y el otro centro era la citada «fábrica de arriba», frente a la Estación del ferrocarril. Pero ahora allí no hay nada, y solo se yergue, resistiendo el embate de todos los vientos, su imponente chimenea octogonal de ladrillo macizo; y junto a ella, además de una escombrera con miles de toneladas de residuos de obras municipales, depositados con impunidad a lo largo de los años, además —digo— un inmundo vertedero incontrolado.
Pero les cuento: Pascual Santos, profesor de Tecnología del «IES Diego Tortosa», está llevando a cabo un interesante proyecto educativo de investigación con alumnos de 2º de la ESO, denominado «Ruta de Arqueología Industrial y Comercial de Cieza», con la importante finalidad de sacar a la luz una memoria en vías de extinción, u olvidada en muchos casos, sobre nuestra industria y el comercio de hace décadas en este pueblo; pero está haciendo algo más: está poniendo en estos chicos y chicas la semilla vital, que podría dar fruto en el mañana, para que de una vez por todas se invierta la tendencia de este mal endémico nuestro de dejar que se destruyan y se olviden los rasgos y vestigios de lo que fuimos. Es un proyecto ambicioso, pero necesario; laborioso, pero apasionante; difícil quizá, pero digno de tesón y, por supuesto, de elogio.
Así que por motivo de una visita del mentado profesor, en una de sus clases al aire libre, al lugar donde existió dicha «Fábrica de Conservas de Los Guiraos», es por lo que yo citaba el estado deplorable que presenta hoy el lugar. Pues dada la amistad que nos une y el interés de su proyecto, accedí encantado, cuando Pascual Santos me lo propuso, al encuentro con un grupo de alumnos y evocar por unos momentos aquellos recuerdos adolescentes y juveniles que perviven en mí.
Miren, allí trabajé tres veranos (era costumbre ganar unas perricas para la economía familiar al terminar los exámenes finales en el instituto), y algunas de las mujeres y los hombres con los que coincidí ya han muerto. El tiempo es implacable. La chica, bella como las golondrinas, con la que hice amistad el primer año en la máquina de los calibres, ya se fue al otro barrio; Lucas, el encargado, moreno y con bigote a lo Fernando Sancho, que me hablaba siempre con respeto, tiempo ha que se marchó a «los cipreses»; y la novia mía (eso fue en el tercer verano), que yo vislumbraba llegar por el Camino de la Estación, con su vestido amarillo, entre cientos de mujeres, y que me amó después cuarenta años, ya no está en esta vida.
A duras penas esquivamos el vertedero indecente de basuras (¿cómo puede ser que esa práctica perversa desde hace muchos años en Cieza no se corrija y constantemente surjan basureros en cualquier parte?) y llegamos a la base de la gran chimenea; estas construcciones de ladrillo las solía realizar un experto maestro en el oficio, un artesano perteneciente, bien a la «escuela valenciana», bien a la «escuela murciana»; en nuestro caso en concreto de esta chimenea, parece ser que está hecha según la valenciana, pues era la que realizaba los fustes octogonales, mientras que la murciana los hacía redondos. En ambos casos, se construían por dentro, con su plomada y ladrillico a ladrillico, y todo el izado de materiales, mediante poleas, se llevaba a cabo igualmente por el interior. (Se supone que en nuestra chimenea seguirán colocados por dentro los peldaños metálicos para subir hasta la corona).
No hay comentarios:
Publicar un comentario