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Histórico manantial de El Borbotón (o «Gorgotón»), situado en la margen izquierda del río Segura, al poco de abandonar este el Cañón de los Almadenes. Su agua purísima «borbotonea» levantando las piedras del fondo, a una temperatura agradable en invierno.
Acabamos el mes de abril con lluvias;
benditas lluvias para los olivos, los almendros, las viñas y los pinos (mi
amigo Antonio Marín Oliver me confía un refrán: «Agua por San Juan quita vino y
aceite y no da pan», pero para eso aún falta); en general, y con la salvedad de
algunos frutos, como los albaricoques, que pueden coger roña o rajarse, el agua
del cielo es buena; el agua bien caída, sin daño, es riqueza para la
agricultura y maravilla para los montes, que adquieren el verde de la vida y se
llenan de flores. Además, en esta región nuestra, sedienta la mayoría de meses
del año, vienen siempre muy bien las lluvias para recargar los acuíferos del
subsuelo. Las aguas pluviales se van filtrando, sobre todo en las montañas
calizas, y se acumulan en las capas freáticas del interior, para luego aflorar
por los manantiales naturales, como el del «Borbotón».
El otro día, por cierto, estuvimos en el Salto de Almadenes mi nieta Paula, mi hija Victoria Elena y yo, y pasamos a contemplar ese prodigio natural que es el famoso e histórico manantial del Borbotón (en habla vulgar también se le conoce como, «Gorgotón»). Ahora está en toda su abundancia: el agua, transparente y cristalina, fluye desde el fondo del río al amparo de unos peñascos, y lo hace con tanta fuerza que se ve cómo levanta los cantos rodados del suelo. Además, su temperatura es algo superior que la del agua del río; no porque sea de origen termal, ni mucho menos, sino que al provenir de capas profundas de la tierra, nace con el calorcito propio del interior del suelo. Pero fíjense que la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS) tiene perforado, lo que llaman lo geólogos, el «Sinclinal de Calasparra» (de hecho el mentado manantial del Borbotón se puede decir que es de tipo «artesiano», es decir que las capas freáticas hace ondas en las profundidades y, si el manantial, o la perforación, se halla en el «valle» de una onda que está plena de agua, lo normal es que mane con cierta presión: eso lo que se llama «pozo artesiano»).
Pero, como les decía, la CHS tiene hechas unas perforaciones para extraer agua en periodos de sequía y de necesidad de riego: son los denominados «pozos de sequía». Esto, a mi juicio, no es nada bueno para el medio ambiente (si incluimos en el concepto de medio ambiente las ricas y necesarias capas acuíferas del subsuelo), aunque dice el refrán que «del mal, el menos». Así que llegan los veranos tórridos, cuando aquí se tira tres meses sin caer una gota, y entonces la CHS manda unos anuncios a los ayuntamientos de Calasparra, Hellín y Cieza, para abrir los pozos de sequía. En los Losares, algo más arriba del Salto de Almadenes, hay dos de ellos. Y cuando se ponen a bombear agua para echarla al río, es cuando aparecen plenas las llamadas «Pozas», y la gente va por allí a disfrutar de exóticos baños agrestes en esa agua recién sacada del dichoso Sinclinal, entre lentiscos, romeros y sabinas, de aquel barranco, ahora seco. ¿Qué ocurre con el manantial natural del Borbotón cuando los pozos de sequía de los Losares esquilman sin piedad los acuíferos profundos? Pues, yo lo he comprobado: el Borbotón se aminora y hasta deja de manar; en esos casos hay que esperar a que el Sinclinal de Calasparra se cargue de nuevo y sus capas impermeables de roca, formando olas en las profundidades, se llenen de la preciosa agua.
Otro manantial mágico, que ahora lo han dejado perder sus dueños, es el del Madroñal, en la Sierra del Oro. En este monte abundan las acumulaciones kársticas, o sea la piedra caliza; y en sus parte alta, desde el «Collao del Portajo» hasta el vértice geodésico hay una vasta extensión de losaos pétreos con agujeros y pequeñas simas, que soplan aire caliente en invierno y fresquito en verano (señal de que existen cavidades en las entrañas del monte). Cuando abundan las lluvias —o los nevazos en algunos inviernos inmisericordes—, toda esa zona «porosa» va recogiendo las filtraciones y acumulando en su interior estos valiosos recursos hídricos. El manantial del Madroñal, que en el último cuarto del siglo XIX fue recogido y canalizado mediante tejas de cañón por mi tatarabuelo Joaquín Gómez Gómez, venido con su familia de la villa de Abarán, se halla mitad de altitud de la sierra; este manantial sale bajo una peña y a través de una angostura rocosa, y, no cabe duda, que existe una regulación natural para que nunca deje de manar; incluso en periodos extremadamente secos, su riquísima agua ha seguido fluyendo. Una vez, ¡tan solo una vez!, que yo recuerde, y que recuerde mi padre que tiene noventa y largos, el manantial «reventó» (como pasa en los Chorros del río Mundo). Fue un invierno lluvioso, cayó tanta agua sobre la Sierra del Oro, que por lo visto «saltó una válvula natural», dios sabe en qué profundidades de la montaña, y empezó a salir tal cantidad de agua que era diez veces superior de la que podía soportar la tubería. Entonces comenzó a bajar el agua por el barranco, y, a pesar de las filtraciones pedregosas y las lagunas que se formaban entre baladres, zarzas y acebuches, la lengua del agua llegó hasta el Puente de Meco. Ahora el manantial del Madroñal, con su estupenda agua, que tanto apreciaban para beber ciezanos y abaraneros, riega enebros, pinatos, chaparras y junqueras del monte, y proporciona charcas y barro para que hociquen las manadas de jabalíes. La finca del Madroñal (vergel en otro tiempo gracias a nuestro esfuerzo familiar), con su alegre fuente, su balsa, su regadío y su precioso limonar, que mis mayores cavaban de rodillas, la vendieron cuando estaba ya medio perdida, y la compraron para dejarla perder del todo.
No les hablaré aquí de la esquilmación de acuíferos que durante siglos y milenios se habían mantenido en equilibrio entre la pluviosidad recogida en abril y el agua manada de forma natural, como el caso del inmenso acuífero de la Sierra de Ascoy; sólo les recordaré que si hemos de poner un ejemplo (de libro) sobre una actividad humana «insostenible», no lo hay mejor que el de la abusiva explotación, mediante profundas perforaciones de los niveles freáticos de este complejo subterráneo Ascoy-Benís. Difícil es que este acuífero, tesoro perdido de los ciezanos, vuelva a recargarse, pues perduran y persisten los sondeos a grandes profundidades; además de tener que bombear agua de la Acequia del Horno para «endulzar» los niveles salinos de un agua cuyo acuífero que, cargado desde millones de años atrás se desbordaba hasta los cincuenta y principios de los sesenta por los manantiales naturales como el de la Fuente del Ojo, se halla ahora cada vez más mermado y salinizado.
©Joaquín Gómez Carrillo
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