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Vista desde la Sierra de Ascoy. Allá a lo lejos, Cieza; tras ella el monte de la Atalaya, y, como telón de fondo la Sierra del Oro
Decíamos ayer —que dicen que dijera el belmonteño Fray Luis de León a su retorno a las aulas de la universidad salmantina tras un proceso inquisitorial, con encarcelamiento incluido— que no es nada extraño (lo decía yo en el artículo de la semana pasada), el que gente titulada y ocupando puestos en la política o en la administración, no sepa hablar y escribir con la corrección exigida. Pero es lo que hay: las carreras universitarias también se aprueban copiando, además de por otros atajos. Miren que me conozco el paño: Había en clase de una de mis hijas un chico (esto hace ya bastantes años y, por supuesto, son asuntos prescritos, y además no voy a dar nombres ni pistas), cuyo padre, que usaba maletín, echaba viajicos a hablar con los profesores. ¡Pásmense, el chico era mayor de edad: un universitario! Y los profesores, exigentes con el resto del alumnado, le aprobaban las asignaturas. En los exámenes, por ejemplo, si una pregunta era sobre «Quevedo», y había que desarrollar todo lo relativo a este escritor, los cuatro a cinco folios no te los quitaba nadie. Sin embargo este chico escribía con letras grandes medio folio, de verdades como puños, eso sí; ponía: «¡…Quevedo es maravilloso!». «Quevedo es importantísimo!» «¡Quevedo es único!», etc. Y si algún compañero se quejaba luego del agravio comparativo, porque el profesor lo había dejado para setiembre, el docente le respondía que es que el otro «no daba para más». ¡Oño!, digo yo, pero podría haber sido quizá un buen trabajador manual, un buen artesano, un buen empleado de servicios, o, en última instancia, un buen arrancador de lechugas, que es uno de los trabajos más dignos y necesarios, ¿o es que no nos gusta a todos ir al súper y encontrar lechugas dispuestas para echar al carrito? Pero no, a fuerza de viajes paternos, maletín en mano —y no digo que en el maletín llevara otra cosa que un bocadillo—, al zagalón le dieron su título, y puede que esté colocado como docente en algún centro privado.
Miren, aquí hay gente que sabe hablar y escribir muy bien, cosa que admiro de verdad, pero, como decía Cela: «…siempre son los mismos». (El de Iria Flavia rajaba alguna vez afirmando que «¡…en España se hacía el amor mucho y bien, pero siempre lo hacían los mismos!» ¡Qué bruto era, pero qué culto al mismo tiempo!)
Una de las cosas, creo yo, que ha maleado la expresión escrita en documentos, a veces oficiales, es precisamente la facilidad que otorga el ordenador. Las prestaciones y el uso de las nuevas tecnologías, por un lado ayudan y te marcan las faltas de ortografía y de concordancia a la hora de redactar un texto, pero por otro lado te permiten algo viciosamente sencillo y útil: «el copia y pega». El copia y pega es maravilloso, como decía aquél, pero tiene un problema: si la frase, el párrafo o el escrito, que copiamos para crear un nuevo documento lleva alguna falta, pues ahí la tienen repitiéndose una y otra vez. Miren, como uno ya ha visto mucho, les cuento una anécdota al respecto: En relación con la obtención de la tarjeta de estacionamiento para personas con discapacidad, el IMAS debe emitir un sencillo informe en el que haga constar que la persona solicitante reúne los requisitos. El requisito único, y sin entrar en detalles, es afirmar que presenta el grado mínimo de discapacidad exigido. En el papel, después de una serie de consideraciones y alusiones legales, se concluye con: «No presenta» (no tiene derecho), o «Sí presenta» (tiene derecho). Pero en el copia y pega de cientos y cientos de informes, alguien en un primer momento escribió (mal) «Si presenta» ¿Se dan ustedes cuenta?: Si presenta, ¿qué? Pues no es lo mismo decir «sí» (afirmando, con tilde), que decir «si» (condicional): si esto, si lo otro, si lo de más allá. De modo que este tipo de errores en documentos oficiales se pueden repetir y durar más que el conejo de las pilas.
Por mi trabajo he leído documentos importantes; se supone que escritos por gente más o menos preparada. No me refiero a panfletos en los que alguien poco ilustrado pone «@» para hacer alusión a ambos sexos, cosa que es una tontez como un catre, además de una incorrección gramatical. No, me refiero a edictos de notarios, de registradores de la propiedad o de juzgados, o a resoluciones o sentencias de jueces (obviamente, redactados por secretarios o secretarias). Pues aquí también se practica mucho el copia y pega, y, como antes he dicho, llega un primer indocumentado y escribe, por ejemplo, la fecha empezando con mayúscula el mes (¡muy mal!, los meses, en español, son siempre con minúscula). De forma que he visto cientos y cientos de documentos oficiales fechados con el mes comenzando por mayúscula. Y no creo que sea por influencia del inglés, que en ese idioma sí se escriben con mayúscula los meses del año y los días de la semana; no creo que sea por eso, sino que un primer tonto lo hizo mal y una legión de administrativos copian y pegan a ojos cerrados, hasta el infinito y más allá.
Pues no, miren, en español van en minúscula los títulos, grados o cargos de las personas, desde el rey para abajo. Se escribe el «rey Felipe», la «reina consorte Leticia», «el presidente Pedro Sánchez», el capitán general fulano, la alcaldesa mengana, el alcalde zutano o el arzobispo perengano, y, por supuesto, el «papa Francisco». No así el nombre del órgano, como por ejemplo: «la Corona», «la Presidencia del Gobierno», «el Ministerio de Trabajo», «la Dirección General del Mar Menor», «la Unidad Militar de Emergencias», «la Consejería de Educación» o «la Concejalía de Medio Ambiente». Por supuesto, con mayúscula también son las asignaturas de un curso. ¿Y los días de la semana? Siempre en minúscula, salvo los de la Semana Santa: Domingo de Ramos, Lunes Santo, Martes Santo..., hasta Sábado Santo y Domingo de Resurrección.
©Joaquín Gómez Carrillo
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