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Gran rosa de los vientos en las inmediaciones de la Torre de Hércules, La Coruña, al borde del Océano Atlántico
Aquel día lo dedicamos a visitar la interesante ciudad de La Coruña. Había llovido la noche antes y en los prados de las vaquerías se notaba el agradable perfume del heno mojado, mientras la yerba y los helechos explotaban de verdor bajo un clima suave de finales del mes de agosto. Tras el desayuno en familia (leche con cacao o café soluble, galletas con chocolate, croissants), nos subimos al coche y buscamos la salida de Santiago y la entrada a la autopista. Por aquel entonces Galicia aún estaba mal comunicada con la meseta, con Castilla y León (sí que existía la autopista Madrid-Adanero y el fabuloso túnel de Guadarrama, y poco más; el resto era la antigua nacional VI en no muy buenas condiciones). Pero una vez que bajabas a la región gallega, esta tenía un «eje atlántico» estupendo, aunque de pago: la autopista AP-9, que enlazaba las Rías Altas con las Rías Bajas: desde el Ferrol hasta Vigo, pasando por Santiago de Compostela y por la bonita ciudad de Pontevedra.
He mirado mi viejo cuaderno de viajes y he comprobado que la fecha fue el 30 de agosto de 1994 (mi hija Victoria, que había nacido en el año del cometa Halley, tenía tan solo ocho añicos y dormía en el ápside de la tienda de campaña, con su colchón y su saco, como los demás). Habíamos llegado a la ciudad compostelana un par de días antes, procedentes de Lugo, y estábamos alojados en el bonito camping «As Cancelas», casi a un tiro de piedra de la mismísima Plaza del Obradoiro. Si el camping de Lugo era bello, a las orillas del río Miño, donde estuvimos tan solo un día y medio, no lo era menos el de Santiago. El recinto, con unos magníficos servicios de supermercado, cafetería restaurante, lavandería, baños de agua caliente, etc., se hallaba en un terreno suavemente aterrazado y orientado a las torres de la catedral, las cuales se dice que divisan los peregrinos desde el Monte do Gozo (bastantes años después estaría yo en este lugar y un bosque de altos árboles tapa, si no lo han remediado, la visión de la ciudad santa).
No fue difícil plantarnos en La Coruña los cinco en el R-19. Lo primero que hicimos fue aparcar el coche por las inmediaciones de los jardines de Núñez Mendez, donde, entre otros monumentos, se halla una magnífica estatua dedicada a la escritora Doña Emilia Pardo Bazán, y donde están los muelles de los trasatlánticos; en aquellos años aún se podía encontrar aparcamiento en las ciudades sin muchas dificultades. Después, caminando, llegamos hasta el Castillo de San Antón, una antigua fortaleza defensiva de la ciudad construida en el siglo XVI sobre un islote rocoso, desde donde se dominaba el puerto, y que ya en 1994, cuando estuvimos nosotros, dicho castillo estaba dedicado a museo de historia y comunicado a tierra firme por un espigón de obra.
Luego quisimos ver, cómo no, la famosa Torre de Hércules, el único faro romano del mundo que sigue funcionando, y nos desplazamos con el auto hacia ese extremo de la península sobre la que está enclavada la ciudad (recuerdo que aún estaba frente al faro, partido en dos contra las rocas, el buque carguero «Mar Egeo» que había encallado dos años antes y había derramado fuel hasta empringar 200 kilómetros de costa). Sin embargo, el conjunto del faro y sus accesos estaba en obras, vallado, y no se podía visitar. Por lo que rodeamos la costa y llegamos hasta las grandes playas de Orzán y Riazor. Ni que decir tiene que hice unas cuantas fotografías con la Nikon, pero no demasiadas; al contrario de ahora, que estamos acostumbrados a disparar fotos a tutiplén; pues entonces revelar los rollos y sacar las copias era caro, por lo que no se podía dar excesivo gusto al disparador. Recuerdo también que había allí un tiovivo precioso, de esos que parecen de cuento, y fue escenario obligado de algunas fotografías de mis hijas Ana Sofía, Verónica del Alba y Victoria Elena, niñas aún de 12, 10 y 8 años, respectivamente.
El resto de la mañana anduvimos por lo más céntrico: Plaza de María Pita y calles aledañas. María Pita es la heroína local de La Coruña, que según se cuenta, en 1589 luchó contra «el perro inglés» matando de un lanzazo al hermano del pirata Francis Drake, cuando este, al mando de un ejército intentaba tomar la ciudad para su «Queen», la puñetera «Reina Virgen» (Isabel I de Inglaterra), que le había dado calabazas a nuestro rey Felipe II, y cuñado suyo (viudo de su hermana la reina María de Inglaterra, pues las monarquías estaban todas liadas; al final el «catolicón» de Felipe II se casó con su sobrina carnal Ana de Austria), y quería destronarlo además de Portugal. La Coruña es una ciudad monumental; su palacio consistorial o ayuntamiento es de los más fabulosos de España; allí, en julio de 1976, un presidente de gobierno, Adolfo Suarez, recién estrenado en el cargo, celebraría su primer consejo de ministros.
Luego comimos en uno de los restaurantes de dicha plaza mayor; y ocurrió que cuando pedimos unos menús, las chicas estaban encantadas porque el primero de los platos era ensaladilla rusa; sin embargo, dura poco la alegría en la casa del pobre: una de ellas preguntó qué era «eso verde», y otra, escarabajeando ya en el plato, identificó dando la alarma: «¡son bajocas!». Eran bajocas, que estaban buenísimas, pero ellas levantaron los tenedores y no continuaron.
A la tarde subimos al parque de Santa Margarita, donde está el Museo de las Ciencias, y, entre un montón de cosas curiosas y muy dignas de admiración, contemplamos (yo nunca había visto ninguno) un «péndulo de Foucault» que cuelga de la cúpula del edificio con forma de templete. ¡Qué maravilla! El péndulo original se halla instalado en el Panteón de París, y va cambiando su oscilación en el plano horizontal con la rotación de la Tierra, ¡como si estuviera amarrado al centro mismo del universo!
©Joaquín Gómez Carrillo
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