INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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5/4/19

En las eras del lugar

 .
El autor en la cubierta del galeón "Santísima Trinidad", anclado en Alicante
Cuenta Cervantes, siempre fiel al relato del moro Cide Hamete Benengeli, que cuando Don Quijote vuelve a su aldea, harto de buscar venturas por los caminos de La Mancha, lo primero que se topa es con unos muchachos que están discutiendo en “las eras del lugar” (del nombre de tal lugar, como ustedes saben, no quiso acordarse el bandido de Cervantes).

En mis dos artículos anteriores (“Eras de pan trillar” y “Pajares, trojes y terraje”) habíamos visto el uso principal de las eras, como lugar necesario para la trilla de los cereales del pan, de ahí el sentido de la expresión pedante de los notarios al nombrarlas en sus documentos como “eras de pan trillar”. Sin embargo, y tal como deja entrever el texto quijotesco, las eras cumplían otras funciones en las casas solariegas, caseríos y aun aldeas y villas (cual fuera Cieza hasta 1928, en que el rey Alfonso XIII le otorgara el título de ciudad). Entre otros usos que se daba a estos espacios, uno era el de reunirse los muchachos para jugar en sus ratos de asueto; y no solo los zagales y zagalas, sino mozuelos con sus pretendidas bajo las noches estrelladas (sobre ello les contaré algo al final).

En la era, y tras efectuar las duras faenas de la trilla, como ya les dije, quedaba un montón de granzas (trozos de espigas que no se habían deshecho con el pateo de las mulas y el paso de los trillos). En lugares donde se trillaban muchas cargas de trigo o cebada, en múltiples jornadas, como ocurría en las grandes labores de Cajitán, los montones de granzas podían ser muy considerables, por lo que en días posteriores a la trilla se realizaba una tarea residual y no menos penosa: el machaque de las granzas con una maza de madera.

Al respecto de esta pesada ocupación, se contaba un chascarrillo de pastores de otro tiempo, que les voy a referir:

“Esto era que el ama de una casa de labradores, cuya hacienda administraba con gran rigor, solía mandar a la era a machacar granzas en sus ratos libres al pastorcico (un menor, de los que algunas madres del pueblo llenas de hijos y piojos, por quitarse una boca de la casa, ponían a servir desde corta edad); por lo que el pobre crío protestaba, pues tenía que madrugar mucho para llevar el ganado a las rastrojeras de los bancales con la fresca, y cuando encerraba las ovejas, en las horas en que ya calentaba demasiado el tuerto y éstas se 'amorraban', de lo que tenía necesidad era de echarse un ratico a descansar. ‘¡Es que tengo que descansar!’ –decía el zagalico con mucha razón–. Mas ella, muy cuca, le llevaba la corriente y argumentaba en tono maternal: ‘Tú, hijo, descansa, pero mientras descansas, ¡machaca las granzas!" (Sin duda, una versión rural y menos piadosa de “a Dios rogando y con el mazo dando”).

La era, en toda casa de campo, también servía para la obtención de otros productos de la tierra, como las legumbres: garbanzos, alubias, habas, lentejas, guisantes o guijas. Para ello, estando los frutos en su punto de recolección, se arrancaban las matas con las tabillas secas (tarea que había que realizar por las mañanas muy temprano, con la blandura del relente), y, llevándolas en haces, se depositaban en la era. Entonces, cuando las había caneado bien el sol y las tabillas abrían con facilidad, se vareaba repetidamente el montón de dichas matas hasta haber vaciado todas las vainas y desprendido las semillas. Luego, el montón de cualquiera de las mentadas leguminosas había que aventarlo para separar restos de vainas o tallos rotos. Cosa que se realizaba de cara al viento con dos capazos de pleita, vertiendo “a chorro” las legumbres, uno sobre el otro.

También a veces, en la era se iban vaciando los serones de panochas de maíz recién arrancadas de las matas; las cuales, una vez secada al sol la humedad, había que desperfollarlas, bien dejándoles dos hojas de perfollas a cada mazorca para enrastrarlas y colgarlas del techo, bien retirándoselas todas con el fin de desgranarlas posteriormente a mano. (El desperfolle del panizo traía a los jóvenes la emoción de hallar las panochas rojas, lo cual otorgaba al descubridor o descubridora cierta “licencia” con alguien del sexo opuesto, siempre que previamente se hubiera acordado tal cosa; en caso contrario, quién no quisiera ser objeto de tales “licencias”, no participaba en el desperfolle; o se advertía antes de empezar: “¡no valen las rojas!”)

En cuanto a la actividad infantil en la eras como espacios lúdicos, lo más corriente era el juego de la pelota. Allí se juntaban los muchachos de la vecindad para echarse partidos de fútbol, marcando las porterías con dos piedras; además se hacían otros juegos con la participación de ambos sexos, como “el del pañuelo”, “el parao salvao”, “saltar a la comba”, etc., o montar en bicicleta.

Pero también en las eras, con sus pajares tibios y mullidos, las jóvenes parejas hallaban exquisitos espacios para verse. Al respecto, existe un libro precioso, llamado “La magia de Cajitán”, del calasparreño Alonso Torrente (a mí me lo regaló mi compañero de trabajo José Carlos, antes de irse al otro barrio, y lo conservo como una joya de mi biblioteca). Y en su texto, donde recrea un magnífico relato con personajes rurales de la época, el protagonista, un tal Pedro, mozo experimentado en los oficios del campo, intima con Palmira, una cajitanera que solía ir a lavar a las Fuentes de Caputa; de modo que entre alegrías y emociones, entre la era y el pajar, los enamorados Palmira y Pedro, como es ley del mundo, catan la miel de la vida, quedando encinta la muchacha. Por lo que la suegra del afortunado mulero, sin perder tiempo, organiza la correspondiente boda al uso y estilo del Cajitán de entonces.
©Joaquín Gómez Carrillo

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"