INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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5/10/18

El tren que no nos lleva

 .
La cada vez más desierta estación de Cieza
Siempre recordaré el día en que mi abuelo me llevó de la mano a conocer el tren. Era un Viernes Santo por la tarde, que decían que “estaba el Señor muerto”, por tanto no había ninguna actividad de ocio en el pueblo: ni bares, ni cines, y en la radio, solo música clásica o sacra. Entonces la gente tenía la costumbre de ir paseando a la Fuente de Ojo, cuyo guarda dejaba saltarse el agua por las pilas del lavadero y algunos chitos se metían a chapotear. Mi abuelo, tras comprarme allí una manzana roja de caramelo rojo pinchada en un palo (con el gentío había acudido también el carrito del helado, el de las pipas, el de las rajas de coco y el de las manzanas colorás), me condujo por una sendita que curveaba entre las oliveras hasta la Estación.

Entonces los trenes aún andaban con carbón de piedra, como en los tiempos de Isabel II. La locomotora, que a mí me pareció enorme, era negra y se detuvo en el andén estornudando chorros de vapor por entre las bielas. Mientras tanto, los viajeros subían y bajaban de los vagones, visitaban la cantina o compraban bocadillos a alguien que llevaba una cesta de mimbre colgada del cuello. No había prisa. El tiempo no era lo más importante en la vida, y los trenes se podían tirar media hora detenidos en la Estación.

Por aquel tiempo se viajaba mucho en tren (Machado lo hacía, en su vagón de tercera); se podía ir casi a cualquier parte de España trasbordando diversos trenes. Mis abuelos, en época otoñal, marchaban a los Baños de Mula en el tren. Entonces existían múltiples combinaciones, pues como había muchos viajeros dispuestos a subir, las compañías ferroviarias ponían en circulación más unidades: “el Correo”, “el Mixto”, “el Ter”, “el Rápido”, el Ferrobús”…, que paraban en todas las estaciones y apeaderos sin ningún problema. A mis abuelos Joaquín y Josefica les encantaba tomar las aguas termales; alquilaban una casica con baño interior y se tiraban allí ocho o nueve días, ¡una delicia!; ellos sí que sabían pasarlo bien. Bajaban en tren hasta Alguazas; allí trasbordaban con otro que subía por la línea Murcia-Caravaca, cuya estación términi estaba en la Plaza Circular (hoy en día propiedad de Aguas de Murcia), y llegaban tan ricamente a su destino en el mentado “balneario para pobres”.

Antes, no solo se viajaba mucho en tren, sino que el transporte de mercancías se hacía mayoritariamente por ferrocarril. Casi todo podía facturarse y mandarse en tren a cualquier parte. Luego estaba el “Despacho Central” con sus camiones, que distribuía dichas mercancías a los puntos de destino: fábricas, tiendas, almacenes, etc. Por tren se podía mandar la fruta a Madrid, en “banastas” muy bien empaquetadas: los albercoques pepitos, los melocotones sampedrinos o las ciruelas claudias. Por tren, obviamente se enviaba la ingente producción de la espartería ciezana: carretes de filástica, bultos de lías o grandes rollos de beta y maroma para el amarre de los barcos.

 Los trenes de viajeros, como era la de entonces una sociedad clasista y los señoritos no querían viajar con la chusma, y como era también una sociedad deprimida económicamente y se hacía necesario incluir el “low cost” en el pasaje, estos se componían de vagones de primera, de segunda y de tercera (cosa que se describe magníficamente en el “Coloquio de los perros”, de Azorín). Pero había algo común a las tres clases: la inexistencia de prisa. Se vivía el viaje, se disfrutaba. Había otro concepto menos interesado del tiempo y no apremiaba tanto el llegar.

Mas conforme fue avanzando la sociedad desde el punto de vista tecnológico, las personas fueron valorando más el tiempo. Entonces los viajeros se decantaron por los autobuses y los coches de punto, porque estos llegaban antes que el tren, iban más directos. A Murcia se tardaba una hora en los coches de línea y eso se aceptaba hasta que empezó a parecernos excesivo tiempo; de forma que se arrancaron las hileras de pinos que flanqueaban la carretera nacional para ensancharla y poder circular más rápido. Años después se construyó la autovía y ahora se habla de 20 minutos. Los minutos cuentan; el tiempo es oro, aunque luego se pierda en otra cosa. Así que hace algunas décadas la gente empezó a viajar menos en tren. Y, cual un círculo vicioso, subía el precio de los billetes y se desmantelaban líneas ferroviarias por deficitarias, como la del Chichara o la mentada de Caravaca.

Los años han pasado y el viajar en tren, aunque caro, despierta algunos atractivos en quienes tienen la necesidad de desplazarse. ¿Qué ofrecen a la gente las compañías ferroviarias, además de confort (ya no hay vagones con asientos de madera), y aparte de escuchar música, ver películas o usar wi-fi? Pues ofrecen tiempo; ¡minutos! Y eso parece ser algo valioso y se paga con gusto. A nadie ya se le ocurre viajar a paso de carreta. Importa la velocidad con que se mueve el tren. Pero a veces son tan rácanos los que organizan los trayectos, que por escatimar minutos de viaje, deciden no detenerse siquiera en las estaciones. A ver, ¿qué tiempo se puede restar a la llega a Atocha, si el nuevo tren “hibrido”, remedo de un Ave que no nos llevará, frena y se detiene tan solo tres tristes minuticos en el andén ciezano…? ¡Por dios!
©Joaquín Gómez Carrillo

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"