Humilde flor silvestre en el Cabezo de la Carrasca (Cieza) |
Me encantan los actores argentinos. Y cuando se hace buen cine español con actores argentinos, la película puede ser buenísima. Ya gocé estos días atrás cuando echaron por la tele “Atraco”, sobre el robo de las joyas de Eva Perón en el Madrid de la dictadura. Pero este domingo pasado tocaba el cáncer y pusieron “Truman” en la Dos. ¡Qué grandes, Ricardo Darin y Javier Cámara! Los que hemos vivido el cáncer desde adentro podemos percibir toda la sensibilidad en cada una de las palabras, de las acciones, de los gestos, de las miradas, de la furia, de la rabia, de la sonrisa amarga, del disimulo de la tragedia, del amor, de la reconversión a la fe…, y hasta de la cobardía (ese amigo que se entera de tu “sentencia de muerte”, pues hay casos que, como se decía antes, “solo se está en manos de Dios”, y no es capaz de mirarte a los ojos y articular alguna palabra, no tiene valentía para hacerlo; entonces prefiere huir de ti, no aparecer, o aparecer ya en el tanatorio).
Estos días se ha hablado del cáncer (aún hay gente que prefiere no mencionar la palabra y dice: “…lo que anda”). Yo, que soy muy respetuoso con las enfermedades de los demás, si noto que alguien a mi lado empieza a profundizar sobre el padecimiento de otra persona ausente, corto en seguida y propongo hablar de la primavera. También, si alguien me pregunta por el estado o la muerte de un amigo o conocido, respondo: “…de enfermedad grave”. No porque no quiera pronunciar la maldita palabra cáncer, sino porque lo más íntimo y privado de una persona es su estado de salud o enfermedad, y el cáncer, en demasiados casos abate a los médicos, hunde a los enfermos y destroza a los familiares.
He oído por la radio a los doctores hablar de esperanza. Eso está muy bien. Que los enfermos luchen y se curen de este terrible mal. Yo conozco a gente que lo ha superado y que espera morir de otra cosa, cuando toque, que a todos nos ha de tocar. A mi madre, hace casi cuarenta años, le dijo el cirujano: “Usted se morirá de otra cosa”, y ella le creyó como se puede creer a la Virgen María. Mi madre, que había perdido el miedo a la palabra cáncer hacía muchos años, murió hace seis de otra cosa. Pero, ¡ay!, todavía existe un porcentaje de enfermos de cáncer, cada vez más pequeño, es cierto, que luchará, se dejará el alma en las consultas, en las salas de quimio y en las camas de los hospitales, para irse al Cielo.
Eminentes doctores han alertado sobre el daño que pueden hacer los fármacos milagro y los tratamientos de la “pseudo-ciencia” en los enfermos de cáncer. Y sobre el perjuicio que pueden recibir aquellas personas diagnosticadas que se dejan llevar por charlatanes, embaucadores o remedios milagro que circulan por internet. No porque le vaya a perjudicar una homeopatía, por ejemplo, sino porque en tanto que busca sanar por estos medios (que es mentira, que eso no cura un cáncer), está perdiendo un tiempo precioso para ponerse en manos de los equipos de oncología. Dicen que quienes se ven perdidos, se agarran a un clavo ardiendo. Pero por desolador que parezca, sólo hay un camino: el de la medicina científica, y hemos de confiar en los oncólogos, para bien (la mayoría de los casos) o para mal (por desgracia).
Otra cosa son las líneas experimentales. ¡Ojo! Cuando llegan los momentos terribles y el doctor te mira de frente y se sincera, tú te sientes caer al fondo de un océano oscuro y tu alma se colma de angustia. Solo te viene a la cabeza que si pudieras cambiarte en ese momento por la persona afectada (y amada), lo harías sin pensar. Luego empiezas a emerger de las tinieblas confusas y te diriges a pedir ayuda u opinión. A ese médico con el que te une una buena amistad, a ese otro que además es de la familia. Hay que saber por dónde empezar y cómo hacer mejor. Entonces te explican que en todos los hospitales aplican las mismas terapias básicas, aunque algunos famosos llevan sus propias líneas de investigación. Pero además te dicen que para acogerte a una línea de investigación no hace falta irse a Pamplona, a Barcelona o a Madrid, que en los hospitales de Murcia también se puede uno acoger a una línea de investigación que se esté llevando a cabo en las otras ciudades.
Pero es que además, eso te lo ofrecen al llegar. El primer día, junto a nuestro oncólogo, había otro doctor, joven, campechano, simpaticón y sobrado de marketing, ofreciendo entrar en una línea de investigación. No sabemos, pero hay que confiar en ellos. Solo se me ocurrió preguntarles si fuera su mujer o su madre, ¿qué harían? Era la pregunta que esperaban. ¡Sí!, es lo mejor. Entonces hay que superar trámites administrativos. Esperar. No empezar el tratamiento hasta que lo digan desde Madrid, Barcelona o Pamplona. Angustia porque el tiempo corre en contra nuestra. Al fin se inicia. El doctor simpaticón se hace presente en las consultas, hasta que pasa el tiempo y el experimento no ha dado resultado. Entonces desaparece. Solo nos quedamos con la quimio pura y dura, la misma que suministraron a Rocío Jurado en el hospital Monte Sinaí de Nuevayork, me aseguran. Entonces no se escatimaba nada y el “pentaplatino” se importaba de los Estados Unidos. Mas todo fue inútil, porque hay casos en que “solo se está en manos de Dios”.
©Joaquín Gómez Carrillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario