Calle típica en Avilés (Asturias) |
Hoy me vienen a la cabeza algunas de esas frases hechas que muchas veces utilizamos en el lenguaje corriente para significar cosas como distancia, riqueza, lejanía, ignorancia, etc. Pero de entre ellas escojo las que se refieren a lugares geográficos, como por ejemplo “Lima”, la capital del Perú. Ustedes saben que hemos dicho muchas veces –en ocasiones en sentido figurado–, para señalar que algo queda muy lejos: “¡...como de aquí a Lima!” Debió ser que en siglos pasados, los viajes a América en barco duraban una eternidad; pero mucho más aquellos cuyo destino era la costa de Pacífico, pues había que bajar hasta el Estrecho de Magallanes (un alivio sin embargo para los navegantes, ya que doblar el Cabo de Hornos era la muerte pelá) y luego subir océano arriba hasta el actual Perú (entonces Virreinato del Perú, cuando en el imperio español no se ponía el sol); de modo que embarcarse con destino a dicha ciudad, era disponerse a cubrir una enorme distancia: ni más ni menos que “¡de aquí a Lima!”
Más cercano en el tiempo tenemos otro lugar tópico que también quedaba lejos; no tanto como Lima, pero este aún seguía siendo parte de España: “Fernando Poo”. Se trataba de una provincia isleña que, junto con la otra provincia continental, “Río Muni”, formaban el territorio español de Guinea). La frase se utilizaba más para significar que alguien se iba a marchar lejos, o que a alguien lo iban a mandar muy lejos: “¡... me tenéis harto/a; me voy a ir a Fernando Poo pa no me deis más el follón!”, por ejemplo. La citada isla, en el Golfo de Guinea, con su capital Santa Isabel, era el destino de muchos españoles que, con deseos de medrar en la aventura del trópico, se embarcaban en un largo viaje (habrán leído ustedes la novela, o visto la película, “Palmeras en la nieve”, ¿no? También les aconsejo leer al respecto “Morir en Guinea Ecuatorial”, del ciezano Javier Martínez Alcázar) Aquello, por su riquísima producción de cacao, fue la “gallina de los huevos de oro” para España, que no supo cuidar y mantener. Pues llegaría el tirano Macías y después su sobrino, el tirano Teodoro, y ya no podríamos decir con propiedad lo de: “¡...me voy a ir a Fernando Poo, pa no veros más el pelo!”
También había otra frasecica que se mentaba para dar idea de algo lejano; pero fíjense que hasta allí se podía ir en tren. Y era nada menos que la ciudad rusa de Sebastopol, en la península de Crimea (“¡...como de aquí a Sebastopol!”, se decía para ilustrar la idea de una gran distancia o lugar remoto). Hoy en día, cogiendo el Transiberiano podemos llegar hasta Vladivostok, en los confines orientales de Rusia, que eso está lejísimo, cruzando toda Europa y toda Asia. Pero hubo un tiempo en que lo máximo que uno se podía alejar en tren era a Sebastopol, que no era moco de pavo. O sea que tomabas el Rápido –que iba a paso de burra– aquí en la estación de Cieza, y, haciendo los transbordos necesarios, llegabas sobre raíles a la mentada ciudad, lugar donde veraneaban los rusos ricos y ahora en disputa con Ucrania. ¡Panzá de oír el chacachá del tren, madre mía...!
Otro toponímico famoso, este por su inmensa riqueza, no es otro que “Potosí”, ciudad boliviana que a mitad del siglo XVII tenía treinta y seis iglesias y albergaba una población superior a la de Sevilla. De modo que todavía en muchos lugares, para significar que algo es muy valioso, se dice: “¡...esto vale un Potosí!” Pues resulta que cuando llegaron los españoles, aquello, a casi cuatro mil metros de altitud, era una aldeúcha india con unas cuantas chozas que, si acaso, cogían algo de plata para adornar los templos del emperador inca (otro fulano “medio divino” descendiente del Sol como los faraones y el emperador Hirohito del Japón, al que el general McArthur le rebajó los humos dejándolo en “ser humano raso” al final de la Segunda Guerra Mundial). Pero los españoles, ávidos siempre de riqueza (aún no se habían inventado los pelotazos y el trincamiento de guita desde los cargos políticos como ahora), giparon alli toda una montaña de plata, el llamado “Cerro Rico”, y se volvieron locos. Entonces empezaron a llegar como moscas más españoles y aventureros de otros lugares y fundaron una ciudad, donde explotaron a todos los indios que pudieron en las minas, bajo el sistema de trabajo forzoso de “la mita”, inventado tiempo atrás por los propios emperadores incas, ¡ojo! Y cuando los indios se habían diezmado por la penosidad del trabajo y las enfermedades, llevaron esclavos de Africa para que siguieran picando y sacando plata. Hoy en día, mal que le pese al indio Evo Morales, Potosí ya no es lo que era, y solo quedan restos de aquel floreciente y rico colonialismo. Ahora del subsuelo sacan estaño, pues plata queda poca. De modo que “Potosí ya no vale un Potosí.”
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 05/03/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
Hace unas semanas fui a Murcia, cargado de ilusión para ver la película Palmeras en la nieve. Mi decepción fue total. Prácticamente en la toda la historia no se cuentan más que falsedades, por no hablar de que aquello no era Fernando Poo. Cuando los españoles tuvieron que abandonar la provincia cierto, a toda urgencia, todo se hizo en orden y con seguridad. No en vano estaba allí la Guardia Civil. No hubo ningún muerto y las escenas finales de la gente lanzándose al mar tratando de llegar a los barcos, también son falsas. Y, les aseguro que hablo con conocimiento de causa
ResponderEliminarLos comentarios sobre la película Palmeras en la nieve son de Javier Martínez Alcázar
ResponderEliminarGracias Javier por tu amable comentario. ¿Quién mejor que tú para saber cómo se desmontó o se rompió el nexo político de aquel territorio guineano con España? Pero ya sabes que los libros a veces cuentan dosis de ficción a gusto del escritor; y las películas, te recuerdo por ejemplo que la "gran historia" del Doctor Zhivago fue rodada casi toda en España.
EliminarUn abrazo.