.
Pequeño pueblo suizo de montaña en las inmediaciones del Lago Lugano (fotografía realizada por Victoria Elena Gómez Egea, año 2015) |
Miren que les diga, hace tiempo que un escritor de aquí, pues Cieza es un pueblo de pintores, escritores, escultores, arquitectos, músicos y otros artistas, se pasó por mi lugar de trabajo y me dijo: «toma, para ti», y me regaló un pedazo de novela que acababa de publicar. Yo por mi parte le entregué un librillo mío, a cambio al menos (ya saben: «entre calé y calé no se usa la remanillé»). Él en la primera hoja de libro había escrito: «Para Joaquín Gómez, para que siga divulgando la historia popular de Cieza.» (Pobre de mí; «yo solo sé lo que he visto...»).
La novela de que les hablo, un tocho de más de setecientas páginas, no es otra que «El Pergamino de Shamat», escrita, y muy bien, por Pedro Diego Gil López. La obra es ambiciosa y se enmarca en un periodo negro de la historia de nuestra población: en la época de cuando esta fue asaltada y saqueada por los moros del reino de Granada, llevándose cautivos a muchos de sus vecinos, los que no fueron acuchillados vilmente por los sarracenos. (¿Quién dijo aquello de: «Vinieron los sarracenos/ y nos molieron a palos,/ que Dios ayuda a los malos/ cuando son más que los buenos»?). El caso es que en nuestro escudo municipal, y en referencia a aquella cruenta invasión acaecida el sexto día del mes cuarto del año del Señor de 1477, alguien puso como lema aquello de «Por pasar la puente nos dieron la muerte». Y qué verdad que fue. (Lo de «la puente», para quienes se hallen perdidos con los géneros gramaticales, aclaro que esta palabra es del género ambiguo y se puede nombrar como masculino y como femenino, al igual que pasa con «el calor» y «la calor», «el mar y la mar», etc.) Lo más gracioso es que Cieza es el único pueblo de esta zona levantina que, rememorando históricas «batallitas» con los del turbante, pierde. Somos así de generosos, ¡qué le vamos a hacer! En los demás pueblos, los cristianos ganan, ¡faltaría más! Pero aquí no; aquí los moros nos las dieron todas en el mismo lado, y encima lo celebramos, ¡hay que joderse!
Bueno, lo que les quería decir es que Pedro Diego, intuyo que ha tenido que meditar mucho, además de documentarse bien, para escribir esta extensa obra. Ya me lo imagino sentado en el Cerro del Castillo, frente a las ruinas de la medina de Siyâsa, dándole vueltas en su cabeza a los personajes de la época; creando situaciones de ficción e imaginando peripecias y aventuras para desarrollar en sus páginas (al protagonista, uno de aquellos niños cautivos que fueron arrancados de sus casas, sus familias y su pueblo y, haciéndoles sufrir más que Caín, se los llevaron presos hasta Granada, el autor, lo mima de tal manera que le da por nombre el suyo propio: Diego). Lean El Pergamino de Shamat; no les dejará indiferentes.
¿Y a que no saben por qué hoy me he acordado de este libro que leí hace tiempo con interés? Porque he traído a la memoria una fotografía, que hace bastantes años (mis hijas aún eran pequeñas y viajábamos juntos y felices) realicé en el Palacio de Carlos V, en la Alhambra de Granada. (¿Han visto ustedes este palacio renacentista en mitad de los «palacios del moro»? No es nada del otro jueves; destaca su patio circular, en torno al cual dan las galerías de sus salas, pero destaca mucho más la osadía de este rey emperador, nieto de los Reyes Católicos, de mandarlo construir en el mismísimo sitio de la Alhambra, entre los arrebatados dominios del reino nazarí, cuyos edificios «... labrados a maravilla./ El moro que los labraba,/ cien doblas ganaba al día/ y el día que no los labraba/ otras tantas se perdía...», según dice el romance de Abenámar, que por gusto me aprendí de memoria cuando me daba lengua Don Andrés Nieto en el instituto. ¡Qué tiempos...!
Pues el caso es que, yendo con mis hijas un día por allí, me fijo en unos lienzos que se exponían en el mentado palacio del que fuera el hombre más poderoso del mundo y, ¡oh, casualidad!, era el cuadro de un tal José de Cieza («¡nena ven, ponte ahí que te voy a echar una foto!», dije inmediatamente, cargando la Nikon (¿se acuerdan de cuando a las cámaras fotográficas había que ponerles el carrete y había que «arrastrar» la película con la palanquita después de cada disparo?), y me traje el recuerdo, que hoy anda por un cajón de mi casa. Por supuesto, he mirado en internet, donde está todo (ya no tiene uno que aprenderse nada de memoria: se busca en el Google y ya está); y he visto que el tal José de Cieza fue un pintor granadino famoso de la segunda mitad del siglo XVII. Y entonces he pensado en el fabuloso libro de Pedro Diego Gil. Mira que si este artista, que llegó a obtener de Carlos II el título de «pintor del rey» fuera descendiente de aquellas pobres personas que, ultrajadas y cautivas, se llevaron de aquí los morazos que «pasaron la puente...» Porque, estoy yo dándole vueltas a la cabeza, de Cieza tenía que ser este pintor, hijo y hermano de artistas...
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 18/03/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
No hay comentarios:
Publicar un comentario