El río Segura, pleno de energía corre por el término municipal de Cieza |
Desde que el mundo es mundo, el hombre ha pretendido dominar la naturaleza aplicando su inteligencia; los individuos han querido sentirse por encima de ese poder, a veces pacífico, a veces devastador, que poseen los antiguos elementos: la tierra, el agua, el fuego y el viento. En la mayoría de los casos, al hombre le basta con escalar una montaña, descender una sima, vadear un río o trepar a un árbol. Aunque la historia es testigo de la vocación del género humano por cruzar los océanos, explorar nuevos territorios o hasta viajar a la Luna. Así es la inquietud, la curiosidad y el deseo de superación que habitan en nuestras almas. Es nuestra esencia.
Pero hay que conocer las leyes naturales que nos rigen y su amenaza a nuestra pequeñez. La ley más poderosa del universo y que aún no han sabido explicar verdaderamente los sabios, desde que a Newton le cayera la manzana en la frente, es la gravedad. Por ella fluyen los ríos hasta la mar, funcionan los relojes de péndulo o se producen las mareas. Por la fuerza misteriosa de la gravedad giran los planetas en torno al Sol, sentimos la lluvia caer sobre nuestras cabezas o caminamos seguros sobre la hierba. ¿Qué quieren que les diga?, que somos en esencia seres gravitatorios en un espacio gravitacional, para cuyas funciones vitales de nuestro cuerpo necesitamos estar en perfecta armonía con la atracción al centro de la Tierra. Y eso nadie debería ignorarlo.
Sin embargo, hoy en día proliferan cada vez más los deportes de aventura. ¿Pero qué son estas actividades que la gente paga por realizar? Pues son aquellas en que no todo está controlado de antemano; aquellas en cuya planificación siempre quedan flecos de inseguridad, de resultado azaroso y comportamiento imprevisto. Y ese es el componente de riesgo que quizá buscan las personas que se apuntan; si no, no estaría presentes la adrenalina en sus arterias, la emoción de sentirse mejores y la sensación de haber echado un pulso a la naturaleza y haber ganado (si todo sale bien). Pero aun así, jamás hay que bajar la guardia del sentido común, de la prudencia, del conocimiento del peligro y del respeto a las leyes naturales. Es más, conviene siempre reforzar la “seguridad”, prevenir el fallo y estudiar de antemano las consecuencias. No está demás curarse en salud.
El río Segura, a su paso por el término de Cieza, qué duda cabe que es sinónimo de vida; eso está claro. Mas en algunos casos, también ha sido causa de desgracia y de muerte. Pues sus aguas son más fuertes que las rocas, que la vegetación, que las montañas. El río Segura ha sido capaz durante milenios de forjar el gigantesco Cañón de los Almadenes: un tajo bestial en la roca viva que sobrepasa los cien metros de profundidad. Pero no se ha detenido y aún sigue, incansable, erosionando sus orillas: con el empuje de sus aguas mueve peñones, derriba árboles o excava pozos donde habitan peligrosamente los remolinos. Eso conviene saberlo bien.
Dicen que nadie se baña dos veces en el mismo río. Y no sólo por el fluir permanente del agua, sino también porque es como un organismo vivo y en constante cambio. Hace muchos años no había suficientes pantanos que regularan su caudal y el Segura pasaba a veces de tener un curso modesto donde se veían las piedras (“no te tires, que hay peñones”, decían los ciezanos), el cual se podía atravesar remangándose los pantalones, a bajar tremendas riadas que arruinaban los cultivos de las huertas y cambiaban el paisaje. Era un recordatorio al hombre del poder del río. Y raro era el verano que no sacaba algún ahogado el “rastrillador” del Menjú.
Ahora, a pesar de la sombra de la crisis que nos lleva y de que siempre andamos quejándonos de ésta porque anhelamos una vida mejor, existe montada una sociedad del ocio y del negocio: la que nos proporciona estos deportes y actividades de riesgo que nos distraen, nos enseñan, nos hacen sentirnos fuertes y débiles a la vez, nos proporcionan una dosis de aventura necesaria en nuestras vidas y nos aumentan la adrenalina en el corazón. Es la fuerza del río, la que nos hace vibrar por dentro. Los descensos a lomos de su caudal nos desvelan nuestra fragilidad y no reconocerlo sería de necios.
Hay tramos del río completamente salvajes: hace años que nadie corta los cañaverales, que nadie retira los árboles caídos, que nadie controla la acción del agua en las orillas. De modo que cuando se va en una balsa, una recámara o lo que sea, a merced de la corriente, siempre está ahí acechando el peligro y la posibilidad de que el río te empuje de forma imprevista hacia los troncos caídos, contra las ramas secas o contra la infinidad de obstáculos ocultos entre la maleza. Si uno no cuenta con eso, malo. Pues el río tiene su ley y no perdona.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 09/08/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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