Cieza envuelta en humos por las quemas agrícolas |
Este año han estado viniendo unas helaícas tardías con muy mala pata, que han hecho algo de daño en la fruta; aunque sabido es que todos los años hiela y todos hay luego melocotones para echarle de comer a los gorrinos. Dicen que Dios aprieta, pero no ahoga; y como siempre se salvan algunas fincas o algunos parajes de los rigores del frío, pues a quien no le toca perder, le toca ganar y celebra que haya mejores precios.
También la Comunidad Autónoma, recortando de aquí y recortando de allá por la puñetera crisis, retiró la subvención del 50% en las pólizas de los seguros agrarios, que eso era una cosa que estaba muy bien y sacaban todos unas perricas: las aseguradoras tenían ahí su pedacico de pan y hasta algunos, no vamos a negar que con algo de picaresca, cogían un pellizco del seguro, que donde hay dinero público por medio da gusto. (Ya lo dijo aquella lumbrera de ministra: que el dinero público no era de nadie). Pero miren ustedes por dónde, el gobierno regional, metiendo la tijera por todas partes, dijo que el que quiera seguro, que se lo pague, que había otras necesidades que atender, como el aeropuerto de Corbera, que esa sí que es una necesidad imperiosa para el bienestar de las familias de la Región y para que nazca grama en las pistas sin estrenar. De modo que ahora, como “el pescao es caro”, pues ya no aseguran tanto contra las inclemencias del tiempo y muchos agricultores echan mano de los métodos antiguos para luchar contra los elementos.
¿Cuáles son los métodos antiguos? Pues el primero y principal es confiar que “dios no quiera que caiga esta noche una pelúa que no deje títere con cabeza”. Luego está el de mirar mucho a la Luna, pues eso siempre ha sido una guía para los hombres del campo: según la fase de nuestro satélite era el momento idóneo para sembrar o plantar ciertos cultivos, o por el contrario, si la Luna estaba en creciente o en menguante no era bueno hacer tales o cuales tareas de la tierra (hasta para determinar el sexo de un futuro hijo, algunos decían que era conveniente fijarse bien en la Luna antes de yacer con mujer, ¡como lo oyen!) Y ya el método menos esotérico, aunque tampoco el más efectivo, no crean, es el de organizar grandes fumatas nocturnas en el campo.
Así que este mes de marzo, anticiclónico y con pocas lluvias, de días soleados y noches con un frío de tres pares, cientos de agricultores se han pasado las madrugadas en vela, tragando humo y prendiendo pacas de paja y broza de esparto por entre las filas de sus melocotoneros. Hemos vuelto a los tiempos de antes, cuando los modelos punteros de explotación agraria en Cieza eran La Carrichosa y Fomento Agícola, donde se intentaba espantar las tormentas a base de lanzar enormes cohetes a las nubes, y paliar las temibles heladas pegando fuego a rimeros de neumáticos viejos en los bancales. Menos mal que hemos progresado algo y ahora, en vez de ruedas de tractor, se utiliza la paja, que es materia más noble (no hay más que ver que la utilizan en el Vaticano cuando eligen papa).
Ahora bien, la vida ha avanzado un poco y ya no nos “subimos a los arboles y nos comemos los pajaros”, y algunos refranes, según como se apliquen, dejan de tener vigencia. Me refiero a que por un lado están los intereses legítimos e individuales de cada uno de los agricultores, que se juegan a una sola carta de un bajón de temperatura los gastos, los trabajos y la esperanza de todo un año (sepan que es duro arrancarle al campo un poco de beneficio, pues cuando no son las plagas, son las heladas, y cuando no, son las caídas de precios, que al final cuesta más coger la fruta que lo que te van a dar por ella en la cooperativa). Y por el otro está el interés colectivo de toda una población y el derecho, ¡también legítimo!, a respirar aire no contaminado. Esta es la cuestión.
Los agricultores argumentan en su favor que el humo de la paja o de la broza de esparto no es tan perjudicial para la salud como el de las gomas de neumáticos de antes (es verdad, ¡mecagüendiez!, en algo somos ya menos “barbaros”), y que cuando no hay cosecha de fruta, no hay trabajo para nadie (es cierto, este es un pueblo agrícola que depende mucho de los jornales del campo). Pero en realidad, cada uno que se pasa las noches enteras en el bancal, sin dormir y mirando el termómetro para organizar fumatas cuando baja el mercurio, en lo que piensa nada más es en su interés particular, en sacar adelante su cosecha de melocotones. No piensa en las criaturas que tienen problemas de asma, ni en los ancianos o enfermos de cualquier edad con afecciones respiratorias, ni si en general, el humo insidioso, que según como se mire “no vale más que escarcha”, se cuela en las viviendas y en los bronquios de la gente. Es lo que hay.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 29/03/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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