Reducto de la fortaleza árabe de Siyâsa, en Cieza |
Arduo problema el de intentar poner puertas al campo, el de querer impedir por las bravas la inmigración del hambre y la desesperanza. ¡Arduo problema…! Pues ellos, los desgraciados, los desposeídos, los maltratados por su mala suerte de haber nacido en sociedades pobres de África, no temen perder ya nada en este mundo porque nada tienen que perder, ¡nada!; sólo la vida, y hasta eso posee para ellos poco valor si se les impide el sueño de saltar una valla en las lindes de lo que creen el paraíso.
Ellos no se proponen quitarnos nada, aunque prefieran saltar la valla al amparo de la noche como si fueran ladrones; no quieren hacerse con nuestros bienes y derechos que atesoramos celosamente a este lado del progreso, aunque lleven marcado en la frente el signo de la pobreza; no pretenden que nos sintamos incómodos con su precaria presencia, aunque no renuncian a ser sencillamente habitantes del mundo, seres humanos como nosotros, con un poquito de ilusión en el mañana. Por eso saltarán una y otra vez la valla de Ceuta o la de Melilla; y aunque pusieran una tan alta que llegara al cielo, mil veces la saltarían.
Miren, existe un fenómeno que se estudia en física y química y que, groso modo, puede servir como comparación de lo que ocurre con las migraciones humanas, las cuales han existido toda la vida de dios, buscando un mejor porvenir para los pueblos y las gentes (la más famosa fue aquélla bíblica del pueblo hebreo, que acaudillado por Moisés vagó cuarenta años por el desierto hasta la tierra prometida de Canaán).
El fenómeno de que les hablo es el de la ósmosis. Si se colocan dos disoluciones de una misma cosa, por ejemplo de aguasal, una más concentrada (con más puñados de sal) y otra menos concentrada (con menos puñados de sal), y ambas disoluciones se separan solo por una membrana semipermeable, siempre pasará agua de la que tiene menos sal a la que tiene más, hasta que se igualen las dos en salinidad. Además, cuanta más diferencia salina haya entre las dos, más presión ejercerá el agua para atravesar la membrana. Eso es lo que se llama la presión osmótica. Siempre ocurrirá, es una ley física. El agua no se resigna a poseer menos sal, cuando justo al lado, y solo mediando la frontera de una simple membrana, existe otra agua mucho más rica en sal.
Algo así ocurre con las sociedades. Hay siempre una presión migratoria desde los pueblos con menos recursos, menos justicia, menos paz y menos esperanzas, hacia otros pueblos limítrofes con más recursos, más derechos y más porvenir. Es una ley demográfica no escrita, semejante a la presión osmótica de que les hablo. Basta con poner una valla para que los más pobres sientan el impulso imperioso de saltarla hacia el lugar de los ricos (“si quiera para recoger las migajas que caen de su mesa”). Es cierto que España no es precisamente una tierra que “mane leche y miel” como la que Jehová prometió a Abraham y hasta la cual guió luego al pueblo hebreo liberado de la esclavitud en Egipto. Pero ellos, éstos, los que intentan a toda costa saltar las vallas de Ceuta o Melilla, los que tienen perdido el futuro por haber nacido en países pobres, sometidos por regímenes corruptos, entre hambrunas y guerras tribales, prefieren mendigar en una calle de Madrid a vivir sin esperanza en Nuadibú.
Ahora ha dicho el ministro que van a reforzar la valla, ¡vaya tela! Se van a gastar no sé cuantos millones de euros en echar albarda sobre albarda: van a mandar tropecientos guardiaciviles más, van a hacer la valla aún más alta, incluso van a ponerle cuchillas para que si intentan trepar esos negros subsaharianos, que se rebanen los dedos y se jodan. En fin... Yo creo que habrá gente sensata e inteligente en la toma de decisiones al respecto, aunque al final, desgraciadamente, imperan las ideas menos racionales. Desde luego que el problema de la inmigración es cosa de la Unión Europea; pero cooperando para que en esos países “donantes” del África profunda haya justicia, derechos, democracia, libertad, y sea posible allí cierto progreso social y económico. Ahí es donde hay que meterse en harina; no disparando pelotazos a unos pobres desgraciados que se están ahogando en el mar (“¡ay!, qué ser más infeliz el que mandó disparar, sabiendo cómo evitar una tragedia tan vil...”). ¡Eso no se hace, oiga!; cuando alguien se está ahogando, se le socorre, no se le tirotea.
Creo que a estos lumbreras que nos gobiernan, en Madrid y en Bruselas, habría que enseñarles qué es la ósmosis y la presión osmótica, pues las cornadas que da el hambre y el tener el futuro perdido, hace valientes a las personas para luchar cualquier batalla, o morir en el intento.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 23/03/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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