Pino de las Águilas, Cajitán de Mula |
“¡Cajitán, tierra de poca fortuna, donde se cena dos veces y no se almuerza ninguna!” Éste, posiblemente, fuera un refrán inventado por pastores y muleros de aquel lugar en una época pretérita, cuando en pleno invierno comían una gachamiga dura antes del amanecer, por el sistema de cucharada y paso atrás, para comenzar las faenas del campo antes de que se borraran las telarañas de la noche, y, tras tomar un tentempié de pan y condumio al medio día en el mismo bancal, regresaban luego a la casa al oscurecer, donde cenaban un sustancioso guiso de olla junto a la lumbre.
No sé si les he hablado alguna vez de un libro precioso que se llama “La Magia de Cajitán”. Es una obra sencilla y a la vez fascinante. Se trata de una novela etnográfica, que incluye en su trama todo aquel mundo perdido de amos, mozos, pastores, muleros o segadores, que poblaban las casas solariegas de este singular paraje. El libro además, cuyo autor es un calasparreño llamado Alonso Torrente, gran amante de los espacios naturales, incluye una serie de magníficas fotografías tomadas por él mismo, que plasman con una calidad excepcional, tanto la luz que acaricia esa hermosa tierra en determinados momentos del día y de las estaciones del año, como los instantes en que se manifiesta toda la nobleza del paisaje.
Yo conservo como oro en paño un ejemplar de este libro. Pues me lo regaló José Carlos Martínez Cano hará como unos cuatro años. Me dijo: “toma Joaquín, he estado en la presentación de este libro y me he acordado de traerte uno; déjaselo también a tu padre para que lo lea”. Eso hice; y cuando mi padre lo leyó con gran placer, lo volví a recuperar para mi biblioteca. José Carlos era un compañero del Ayuntamiento, y un fiel lector mío, que hace años trabajó por la cultura de nuestro pueblo, y que después, siempre ha estado comprometido con la ecología y la naturaleza de nuestro entorno y de nuestro río Segura, junto al que hoy reposa su memoria.
Mas les hablo ahora de Cajitán y de este libro tan bonito que yo atesoro, porque el otro día estuve por aquellos lugares y me acerqué para ver in situ el famoso Pino de las Águilas. Recuerdo que tiempo atrás vino a Cieza un señor de Azpeitia, un pueblo de Guipúzcoa, adrede para contemplar con sus propios ojos la madroñera del Madroñal y el mentado pino cajitanero. (El hombre llegó preguntando y lo encaminaron a mí por ser yo conocedor del Madroñal, de modo que hice todo lo posible por ayudarle en su visita y hasta le regalé un ejemplar de mi novela “En un lugar de la memoria”, cuya trama se desarrolla en un ambiente rural de hace más de cuarenta años, y donde tienen protagonismo los árboles). Bien, pues según me dijo aquel entendido en árboles singulares, la madroñera es única y como el Pino de las Águilas no hay dos.
Fíjense lo que les voy a decir, Cajitán, como hábitat humano, ya no es lo que era, pues aquel mundo de pastores, paveros y labradores, o de muleros que dormían en una colchoneta de perfollas de panizo dentro de la cuadra para echar pienso de noche a sus mulas, aquella sociedad rural y aquel modo de entender la vida sucumbió con la llegada del maquinismo y con la vocación urbanita de las nuevas generaciones, pero Cajitán, como paisaje abierto de tierras de labranza y una agricultura sostenible, continúa milagrosamente intacto. En primavera, con los trigales salpicados de rojo por las amapolas, los barbechos moteados de amarillo por las lechetreznas y el morado intenso de los collejonales, la magia se renueva cada año, perdurando en el paisaje los espaciados cortijos, en algunos de los cuales, sólo el viento entra y sale ya como un bandido por las hendijas de sus muros y sus maderas gastadas.
Les contaba, sin embargo, que el otro día, maravillado ante el gigantesco Pino de las Águilas, que yergue su figura solitaria en mitad de los viñedos, me metí un instante bajo sus brazos protectores, pasé al interior de la gran cúpula de sus ramas de trescientos años de edad (un cartel pone que es el pino carrasco de mayor perímetro del mundo), y quedé admirado cual si contemplase la alta bóveda de una catedral gótica. ¡Cuánta historia acumulada en aquel espacio!, pensé. Durante siglos, a su sombra habrán descansado, dormido y aun soñado sueños modestos, las cuadrillas de segadores; habrán sesteado con sus ovejas los pastores; se habrán resguardado de los soles del estío humildes jornaleros que, de sol a sol, defendían con sus brazos un ínfimo salario; y quizá también, a lo largo de tantas generaciones que el majestuoso Pino de las Águilas ha visto crecer, trabajar, envejecer y morir en aquel paisaje de llanuras, surcos y sementeras, alguna que otra pareja joven, en la lucha cíclica y eterna del cuerpo a cuerpo de la vida, se haya amado de forma impetuosa al amparo de sus ramas, bajo un cielo de estrellas fugaces en agosto.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 05/04/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
Un articulo muy bonito e interesante. Cagitán es una paraje peculiar. Además de el pino que mencionas también hay una encina preciosa y única en el camino que bordea los pinos del coto del Romeral. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias, Pedro Diego. Estoy con tu novela, que es un pedazo de libro bastante bien escrito. Cuando la termine te haré algún comentario.
EliminarSaludos.
Precioso e interesante artículo, como siempre tu escritura deja ver una obra bien hecha, exquisita y con elegancia.Cajitán es un lugar que todos, en algún momento de nuestras vidas,deberíamos conocer. El pino de las águilas grandioso, espectacular y envolvente y, seguro, que como bien dices, testigo mudo de tantos y tantos momentos.Gracias por acercarnos un poquito a estas tierras de amplias llanuras y gracias especialmente por recordar a una persona especial para mí, José Carlos, que esté donde esté se sentirá orgulloso de que le haya dedicado unas letras una persona como tú, a la que él admiraba y respetaba profundamente.
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado el artículo y que, de alguna manera, éste sirva un poquito de reivindicación de la memoria de un compañero: José Carlos. Así tú lo has entendido y te lo agradezco.
EliminarExcelente artículo, como todos los que tu escribes. Pero este tiene especial fascinación como el paraje que describes. Durante años la excursión del verano en bicicleta era ir a toca el pino, y a tumbarse en su sombra con cuidado de mancharse de resina. ¡¡fascinante!!
ResponderEliminarGracias Conrado. Ya sabes que, como a ti, me fascina la naturaleza.
EliminarUn abrazo.