Desde la Isla se ve el Pico de la Atalaya, mientras se barrunta la primavera |
Ustedes los conocen. Los ven a diario por la calle, en los lugares de ocio, en el trabajo. Ocupan puestos en la sociedad. Algunos regentan kioscos, donde prestan el servicio de ofrecernos variados productos de consumo; otros desempeñan tareas en las empresas privadas o en las administraciones públicas. Se trata de personas de ambos sexos con pequeñas limitaciones en alguna faceta, es cierto, como ustedes o como yo, nada del otro jueves, ¿o es que no estamos todos limitados de alguna manera?, pero seguramente por eso mismo, en aquellas otras facetas son mejores que los demás. Hablo sencillamente de mujeres y hombres, a los que erróneamente la sociedad ha dado en mal llamar “minusválidos”. Pero yo, que he conocido y conozco a unos cuantos, pienso todo lo contrario: creo que habría que hablar de “masválidos”.
De modo que, en consonancia con esto, les tengo que decir que detesto la fea costumbre que tienen algunas gentes, que cuando hablan de ellos, aún conociendo sus nombres de pila, añaden el torpe adjetivo de la limitación que les afecta. Detesto profundamente el que digan, y además con falsa e inapropiada condescendencia: “fulano, el cojico” o “mengano el manquico”. Qué pensarían estas gentes si les devolviésemos la pelota y les apodásemos a ellas con la carencia intelectual que exhiben en su forma de comportarse... Pues es más patente la estulticia de quien ponen de relieve un defecto del prójimo, que la simple limitación para hacer algo de una persona que se supera con creces en lo demás.
La historia está llena de valiosos ejemplos, y no les voy a contar aquí que un manco, como lo fue Cervantes, escribió nada menos que el Quijote; que un sordo, que llegó a serlo Bethowen, compuso todavía la mejor música; o que un ciego, como Borges en su vejez, continuó haciendo una literatura de altísima calidad hasta su muerte. No se los voy a contar, porque no hace falta, tantos y tantos casos de personas que, teniendo una carencia, han servido a la humanidad mejor que nadie. (Ahí tienen a Stephen Hawking, que ha ocupado 30 años la cátedra de Newton).
Recuerdo que un hombre sabio me dijo una vez: “mira, el pato es un animal que corre, nada y vuela, pero no corre como el gamo, no nada como el delfín y no vuela como la golondrina”. Muchos, creyéndonos que podemos hacer muchas cosas, somos quizá un poco patos, cuando en ninguna cosa somos lo suficientemente buenos. Sin embargo, hay personas limitadas para afrontar ciertas tareas o para desenvolverse en cierto medio, mas son las mejores en aquello otro que sí pueden realizar; son brillantes en sus aptitudes no limitadas y en aquello que les confían hacer. Estas personas, sin lugar a dudas, son las “masválidas”.
También conocí a un ciego de nacimiento que “veía” la tele como si tal cosa (sólo precisaba puntuales explicaciones para llevar el hilo de una película). Era extremadamente sensible a los sonidos y por medio de todo lo que oía interpretaba fielmente la vida a su alrededor. Además de leer de carrerilla los textos en braille con la yema de sus dedos, era capaz de hacer recorridos él solo por el pueblo, pues tenía en su cabeza un plano perfecto de calles y aceras por donde andaba. Sabía en cualquier momento dónde se hallaba y recreaba en su mente todo un escenario fiel del lugar por los ruidos que percibía. (Cualquiera de nosotros con los ojos vendados hubiera sucumbido en la oscuridad como un náufrago en mitad del océano). Era uno de ellos, de los “masválidos.”
He conocido personas con limitaciones de movilidad, pero con una capacidad intelectual fuera de lo corriente, muy aptas para desempeñar puestos de trabajo donde se precisa una cabeza amueblada; personas con la falta de una mano o un brazo, pero que suplen su limitación desarrollando una habilidad, una técnica y una fuerza de voluntad especiales; personas con alguna limitación intelectual, pero con un tesón y una cualidad envidiables para cumplir tareas al alcance de su aptitudes; o personas sordas que suplen la carencia de este sentido mediante una agudeza visual y una percepción de todo lo que les rodea mucho mayores que nosotros. Todos estos hombres y mujeres, en aquello que hacen y pueden hacer, son, creo yo, los “masválidos” de la sociedad.
Es por eso que, desde una igualdad que no hace notar diferencias, veo a todas estas personas merecedoras del mayor respeto y admiración. Es por eso que, llevándole la contraria al lenguaje habitual y a los moldes sociales, prefiero pensar que el cojo, el manco, el ciego, el sordo, el bizco o el tartamudo, son tan buenos como el mejor, porque son sencillamente “masválidos”.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 15/03/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
Precioso artículo, estoy totalmente de acuerdo con lo que dices y admiro el valor que le das a esas personas "masválidas", porque creo que realmente son así, son seres llenos de valías, de sensibilidad y sobre todo de amor,conozco a varias de esas encantadoras personas y creo que es un privilegio estar ceca de ellas y sentir todo lo que son capaces de dar.
ResponderEliminarEnhorabuena por este encantador artículo y por hacernos sentir que esas personas son "mas válidas"
Realmente es bonito reconocer lo importante que es para la sociedad que esos seres maravillosos a los que tú llamas con mucho acierto los "masválidos", son tan imortantes y útiles como cualquier otro ser humano sin ninguna limitación.
ResponderEliminarMuchas gracias en nombre de una persona que desde hoy se considera "masválida" (ya supondrás porque).
Un fuerte abrazo y no nos prives nunca del placer de la lectura de tus artículos.
Muchas gracias a los dos por vuestros amables comentarios. Me doy por satisfecho que mi libre opinión que vierto en mis artículos haya servido a alguien para sentirse socialmente valorado. Hablo de personas que se lo merecen, dentro de la normalidad con que todos nos hemos de ver y tratar.
ResponderEliminarSaludos.