"La tierra callada, el trabajo y el sudor...," dan esta hermosura. |
Hermoso es el tiempo durante el cual el hombre recoge los frutos de la tierra. Son las tareas y los sudores derramados más gratificantes en el oficio de la agricultura: cuando se siega el trigo para trillarlo en la era y llevar luego los costales de grano al molino, cuando se corta la uva de las viñas para acarrearlas al lagar y sacar el mosto, cuando se coge la oliva para extraer su aceite en la almazara o cuando se recolectan los melocotones, esos millones de soles agarrados a las ramas de los árboles en los parajes ciezanos.
La recolecta de las cosechas son el fin del ciclo perfecto de los trabajos agotadores del campo: el arar, regar y abonar la tierra; el podar, fumigar y cuidar las inmensas arboledas; el esperar pacientemente durante la estación incierta del año, bajo los peligros de la meteorología, cuando la helada implacable florece escarchada bajo los ribazos o cuando las tormentas desatan su furia temible de los pedriscos; y finalmente el esperar a ver amarillear los frutos entre las hojas y aspirar finalmente el aroma indescriptible de los huertos generosos a punto cortar. Luego, sentir el rumor de los perigallos al amanecer, mientras los capazos fruteros se van colmando uno tras otro conforme el sol se levanta en el horizonte, aprieta sin piedad al medio día y provoca nobles manantiales en la frente de los trabajadores.
Mi amigo y escritor, que me manda parabienes y versos de cuando en cuando, me comunicaba ayer que está cogiendo fruta estos días por los bancales de esta tierra agradecida que es la nuestra, donde los suelos, sabiamente cultivados y con modernos riegos por goteo, cuya agua es el bien más preciado, son capaces de dar ciento por uno. Nada mejor para inspirarse y escribir hermosos poemas, le digo, que tener los pies en la tierra que nos da de comer, que cargar a la espalda el peso del trabajo que nos hace personas dignas, o sufrir los rigores del verano como lo hacían nuestros padres y nuestros abuelos para ganar honradamente el sustento de su familia.
En Cieza, la agricultura es nuestra salvación. Cuando prácticamente ha desaparecido la industria y no se ha sabido explotar el sector servicios (¡qué tiempos aquellos, los de Manufacturas, Géneros de Punto, las conserveras de los Guiraos, la fábrica de los ajos en el Maripinar, etc.!), Cieza ha vuelto a manifestarse agrícola en su plenitud. ¡Ay, si las administraciones trabajaran más por la agricultura y se protegiese mejor esta riqueza natural que poseemos...!
Ahora los albañiles, los carpinteros, los pintores, los herreros o los electricistas, están volviendo al origen de los tiempos, a la época en que cuando acabábamos el curso en el instituto, buscábamos en los campos o en las fábricas de conservas el poder ganar unas peseticas, tan necesarias para nuestras primitivas economías. (Recuerdo mi debut en Fomento Agrícola, con un perigallo grande de siete peldaños, cogiendo albaricoques de unos árboles gigantescos, con una capaza frutera de palmito y sacando los cajones de madera al hombro hasta el camino, y ganando trescientas pesetas al día, ¡menos de dos euros!).
Ahora que se han desinflado todas las burbujas inmobiliarias que movían el mundo artificial de una economía insostenible y gamberra; ahora que han desaparecido todas las vacas gordas de los sueños faraónicos de los especuladores que trincaban guita a calzón quitao; ahora que los bancos sólo quieren su dinero (el dinero público de los “rescates”) para ellos, para fundirlo en sueldazos y pensiones desorbitadas de sus directivos y miembros de sus consejos de administración, integrados por políticos y sindicalistas que luego vocean en los foros para despistar; ahora, que sólo queda ya rentable en este país el meterse a la política, para lo cual, por regla general, no hace falta demostrar ninguna valía ni superar ningún examen ni presentar ninguna titulación ni tener un currículum brillante ni ser persona inteligente (aunque sí lista y estar en el lugar adecuado en el momento oportuno); ahora, fíjense lo que son las cosas de la vida, estamos volviendo la vista al campo, donde hay que ganar el pan bajo el mandato bíblico del Génesis: con el sudor de nuestra frente.
Pues como les decía, ahora se están volviendo las tornas, y los trabajos que hasta hace cuatro días los dejábamos para los moros o los ecuatorianos (la palabra “moro”, a mucha honra, viene del latín “maurus”, habitante de Mauritania, y por extensión, habitante del norte de África), los trabajos de doblar mucho el espinazo, ganar poco y mal cotizados, pues ahora tenemos que retomarlos de nuevo y disputarnos esos precarios puestos de trabajo en las cuadrillas del clareo, de la escarda o la recogida de los melocotones, con los pobres inmigrantes.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 22/06/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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