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Río Segura, paraje de Pediguera, cerca del vado de la Ramblilla |
No sé si han visto ustedes cómo se pone el río de animado los domingos: ¡una gozada de gente joven en balsas neumáticas o en piraguas dejándose llevar a placer por la corriente!
Nuestro río Segura, a su paso por el término de Cieza, baja ahora espléndido y caudaloso como nunca, ya que la primavera pasada fue lluviosa y los pantanos cogieron agua a reventar. ¡Buena temporada veraniega espera a los aficionados a los baños fluviales! Ojalá nunca hubieran dejado destruirse la Presa: una obra de ingeniería artesanal hecha con piedras y estacas de madera hincadas en el lecho del río, que desviaba parte de las aguas de éste a través de un idílico canal (el “Cauce”), el cual rodeaba mansamente la Isla, para hacer funcionar el molino del Lavero y la que en tiempos fuera una pequeña fábrica de electricidad, que, junto con la central hidroeléctrica del Menjú, suministraba luz a algunos barrios de Cieza: la empresa “Santo Cristo”, se llamaba. (Tengan en cuenta que todo el consumo eléctrico de los hogares no pasaba entonces de media docena de telarañosas bombillas de 125 voltios y quizá alguna radio a válvulas (la gente decía “peras”) de las que vendía el Marconi o el Ortuño).
El río Segura, como les contaba, resulta ahora espléndido de contemplar; nada comparable con aquel otro en que durante el estío se veían los peñones. Les hablo de cuando aún no habían puesto en funcionamiento el trasvase Tajo-Segura, esa obra magna de ingeniería de en torno a 300 kilómetros de longitud, proyectada en tiempos de la República, siendo ministro de obras públicas Indalecio Prieto, y realizada posteriormente durante la dictadura del general Franco entre los años sesenta y setenta, cuyo canal, tras salvar enormes acueductos y largos túneles, vierte su precioso caudal en el Talave, un pantano centenario en el río Mundo.
Antes, el Segura, en su recorrido por nuestro término municipal, era inseguro y torrencial, que lo mismo ahogaba los cultivos de la huerta con devastadoras riadas, que se encogía de caudal y dejaba al descubierto su lecho de cantos rodados. Era por lo que en determinadas épocas, con solo arremangarse los pantalones, se podía cruzar el río a pie por ciertos lugares, entre los cuales estaban dos principales y conocidos “vados”. Uno era el del Barranco Mota, a través del cual, y según me contaba mi amigo el Libra, atravesaban el río con los carros de noche para ir a moler grano de matute al Molino de la Hoya de García (en los tiempos del hambre había que andarse con ojo con la Fiscalía de Tasas, una especie de cuerpo de inspectores contra el mercado negro del estraperlo que asediaba a los pobres labradores con sus moliendas de trigo durante el largo periodo en que estuvo intervenido éste y racionado el pan). El otro de los vados más utilizados por los huertanos para pasar de una ribera a otra era el de la Ramblilla, por donde atravesaba en tiempos la Vereda de los Charcos procedente de tierras jumillanas, la cual remontaba luego el Collado del Ginete y se dirigía a través de la Herrada hacia Cajitán. Por este último vado, mi padre me pasaba a cuestas cuando tenía que cruzar para cultivar las tierras de una “señorita” al otro lado del río. “¡Agárrate fuerte a mi cuello, nene!”, decía, y luego regresaba a la otra orilla a por la bicicleta mientras quedaba yo, un zagalucho que no levantaba ni cuatro palmos del suelo, sin moverme, junto a unas mansiegas.
Más a pesar de las fluctuaciones en el caudal del río, y mientras no empezara a desportillarse la Presa con una de las riadas postreras, muchos recordamos el gozo de bañarnos el aquel idílico remanso de agua entre espesos cañares. Así como también recordamos la estupenda, y entonces bastante más ancha, “playa” del Arenal, donde la gente acudía con sandalias de goma a remojarse en la corriente; tanta era la afluencia de público los domingos, que el tío de los helados se paraba con su carrito de madera a la sombra de los eucaliptos (antes había dos, inmensos, junto al Puente de hierro, frente a la caseta de los aforadores), despachando polos y chámbiles a los bañistas.
Pero en la actualidad, caudaloso como nunca e incontaminado todavía a su paso por Cieza, el Segura ofrece los domingos una estampa hermosa, cuando cientos de personas se lo pasan bomba montadas en barcas que se mecen al pairo de los remolinos, rumbo a los mejor cuidados entornos de Abarán y Blanca. ¿Es esa una de las facetas del potencial turístico de Cieza? Menos mal que ciertas empresas se han decidido a explotar esta riqueza ecológica nuestra y están haciendo realidad esta maravilla que son los descensos por el río. Eso está bien.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 29/06/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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