Paisaje noble de Cieza |
Desde que mi maestra me explicara un día el misterio de la fotosíntesis, con la luz entrando a raudales por los vidrios de las ventanas del aula, no he dejado de admirar la sabiduría de la naturaleza y el mundo mágico de las plantas.
El otro domingo me fui con estos amigos míos que les cunde tanto subir montañas y ascendimos a la Sierra de la Cabeza en un periquete. ¡Qué paisaje tan noble se divisaba!, ¡qué vistas tan maravillosas desde la cima! Desde allí se puede contemplar casi todo el término municipal de Cieza (365 kilómetros cuadrados tiene éste, como los días del año).
La mañana era clara, luminosa, y el aire límpido y diáfano permitía ver la lejanía del horizonte por los cuatro puntos cardinales. Solo el humo blanquecino de la quema de la leña de los frutales, se desparramaba aupado en la brisa, velando a trechos los retazos floridos de los campos.
Dejamos los coches bajo unos pinos frondosos, en la orilla de la Rambla del Agua Amarga y tomamos por una pista forestal, bien cuidada, que se adentra por inmensos espartizales que ya no se aprovechan. (Es curioso que, en aras de preservar la paz campestre, hayan puesto unos carteles al borde del camino prohibiendo los ruidos, o la música, aunque ésta sea el mejor de los ruidos, según dijera Napoleón Bonaparte).
Más adelante cruzamos sobre un puente “antisuicidios” las obras de Renfe para la “Variante de Camarillas”, que llevan varios años paradas, pues se ve que el ministerio se gastó las perras en otra cosa (quizá en hacer aeropuertos fantasma o quién sabe qué inversiones inútiles), y que alguna gente cree, ilusa, que son obras para traer el AVE por Cieza, aunque todos sabemos que no caerá esa breva y que continuaremos por muchos años con la misma vía que inaugurara Isabel II, reina de las Españas; ah, y menos mal que cambiaron las traviesas de madera y colocaron el raíl continuo.
Por mitad de una loma, saltó de entre las atochas un par de perdices con vuelo apresurado, que escapó hacia un barranco trazando en el aire dos parábolas perfectas como obuses de artillería.
Después, mirando el manto verde de los espartizares que nadie recoge, imaginé a cientos de esparteros en otra época tomando bucha palillo en mano, transportando haces de manadas a cuestas hasta la romana, cargando carros de esparto verde para llevarlo a las tendidas...; imaginé el trabajo duro en las balsas de cocer esparto, y las fábricas de mazos golpeando las 24 horas del día, y las picadoras y los hiladores... Imaginé la fiebre del esparto en Cieza, cuando éste se tenía por materia prima tan valiosa, que era codiciado y robado por la noche en el monte.
Luego pasamos junto a uno de los embalses de riego más grandes de Cieza, el cual se halla enclavado en la misma falda de la Sierra de la Cabeza. ¡Un logro de la modernización de la agricultura ciezana! Pues hace años que se acabó el sistema de riego por inundación, fuera de lo que es la huerta tradicional de la ribera, bajo las cuatro acequias. Los fértiles y extensos campos de Cieza, donde antaño había secanales sólo aptos para cebadas, trigos o jejas, y donde posteriormente existió una forma insostenible de riego por tanda, con agua que era elevada desde el río a base de motores o extraída desde las capas freáticas del subsuelo hasta esquilmarlo, ahora se ha generalizado el riego por goteo que economiza y aprovecha hasta la última gota de agua distribuida a presión a través de miles y miles de metros de tuberías.
Y ya, desde las laderas escarpadas de la solana del monte, pude darme cuenta de la riqueza que alberga nuestra tierra: millones de árboles hasta donde se pierde la vista, que tras explotar en un inmenso caleidoscopio natural en estas fechas, se cuajarán de fruta haciendo realidad el milagro de convertir el agua y la luz en jugosos melocotones.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 16/03/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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