Si paramos, la cosa no va. |
Mi abuelo decía a modo de adivinanza: “¿Qué es aquello que un pastor puede ver en la montaña, que no lo puede ver el rey de España? Y tras dejar que uno se devanara los sesos un ratico, pasaba a dar la explicación: “Un pastor puede ver a otro pastor que apaciente sus ovejas en la misma montaña, pero el rey no puede ver a otro rey reinando en España”. Mas, ¡oh maravilla!, ha llegado a realizarse la cuadratura del círculo: el papa Francisco I ha visto al otro papa, emérito, Benedicto XVI en su misma residencia papal de Castel Gandolfo.
Pero no olvidemos que esto ya ha sucedido en la historia de la Iglesia Católica, aunque no de la manera pacífica y reglada que estos dos hombres de Dios se han sucedido para “sentarse” en la simbólicamente llamada “silla de Pedro”.
Ocurrió entre finales del siglo catorce y principios del siglo quince, y se conoce como el periodo de los “antipapas” o el “cisma de occidente”. Este nefasto periodo coincidió con el final del papado de Aviñón (sepan que la ciudad francesa pertenecía entonces a los Estados Pontificios, que eran una serie de territorios bajo el poder de los papas y cuya capital era Roma, gobierno terrenal de la Iglesia que a finales del siglo diecinueve se redujo al actual enclave del Vaticano, que no llega a las 400 tahúllas).
En aquel tiempo de cisma y confusión, que duró casi 40 años, llegó a haber, no dos, sino ¡tres papas al mismo tiempo!, y los tres decían de sí mismos que eran el único y verdadero “representante” de Cristo en la Tierra. Por una parte estaba el papa de Roma (Gregorio XII), cuya sede habían vuelto a establecer en la ciudad eterna; por otra estaba el papa de Aviñón (Juan XXIII, tildado ya de antipapa), que persistía en mantener el papado en la ciudad del Ródano; y en tercer lugar estaba el papa de Peñíscola (Benedicto XIII o “Papa Luna”, también tachado de antipapa, ¿cómo no?), que había huido de Aviñón y se había refugiado en el antiguo castillo de la Orden del Temple de esta localidad castellonense.
Pero anécdotas históricas aparte, a mí este papa argentino me cae bien, y ya saben ustedes que yo soy de los creen más en Dios que en los curas. Mas por sus orejas de soplillo y su acento porteño de hincha del Boca Juniors, creo que es una persona con encanto; por su carácter afable y sus gestos sencillos de hombre religiosamente humilde, me da la impresión que es digno de calzar las “sandalias del pescador”; por su trayectoria de cura de barrio, de barrio bonaerense donde los pibes sobrevivientes al corralito se enorgullecen hoy en día por igual de Maradona, de Messi y de Bergoglio, me parece que es digno de ostentar la máxima autoridad eclesiástica; y como hispano de ascendencia italiana (si Galileo proclamaba en contra de la Iglesia el giro de los planetas con su “eppur si muove”, el Papa Paco dice que si nos detenemos en este camino que es la vida, “la cosa no va”), que ha dado la cara por los pobres frente al populismo kirchneriano de la Casa Rosada, merece el voto de confianza del orbe católico.
Por ello hay quienes se muestran convencidos de que al fin ha dado su mayor fruto la evangelización de América por parte de España, de que al fin un miembro de la poderosa Compañía de Jesús que creara el español Ignacio de Loyola, jerarquizada al estilo militar, expulsada de nuestro país en tiempos de Carlos III y durante la II República, y a cuyo Prepósito General se le conoce nada menos que como el “Papa Negro”, ha llegado al gobierno de la curia vaticana.
Sin embargo, esperemos que todo no quede sólo en gestos de simpatía y de austeridad jesuítica de este Papa Paco. Aunque hemos de reconocer que es muy difícil dar cumplimiento al mandato cristiano de desprenderse de la opulencia propia para remediar la pobreza ajena. ¡Muy difícil! El ejemplo nos lo da el propio evangelio, cuando el joven rico va y le pregunta a Jesús qué puede hacer para ganar el Cielo. “Cumple los mandamientos” –le responde el Maestro. “Ya los cumplo” –asegura el muchacho, deseoso de hacer todavía más méritos ante el Creador. “Entonces vende lo que tienes, repártelo a los pobres y sígueme” –le dice finalmente el Mesías. Y en ese punto, el evangelista nos narra que el joven se puso muy triste “porque era muy rico”.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 30/03/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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