.
El amor sí da la felicidad |
Traigo a la memoria con alegría el primer viaje que hicimos Mari y yo a Galicia y Asturias con nuestras hijas aún pequeñas. Y recuerdo aquel día en que, después de subir hasta los Lagos de Covadonga (el lago Enol y la laguna Ercina, de los que ya les hablé) y de visitar la basílica de piedra rosa con sus torres envueltas en la niebla como si de un velo de novia se tratara, y de retratarnos delante de la estatua de don Pelayo (aquél bravo rey que, espada en mano, inició una reconquista que duraría ochocientos años cuando sólo Asturias era España y lo demás ha venido a ser tierra conquistada), regresamos entonces por la misma carretera en que Indurain se había bajado de la bicicleta el año anterior cuando la carrera discurría por la etapa reina (¡oficio de perros!, diría seguramente el navarro con todo el derecho del mundo, tras ganar cinco veces consecutivas el Tur de Francia sin trampa ni cartón).
Luego nos detuvimos en Cangas de Onís para contemplar el llamado Puente Romano, en realidad se trata de una construcción medieval que une ambas orillas del río Sella, y de cuyo arco central pende una reproducción de la Cruz de la Victoria, emblema actual del Principado.
Recuerdo que nosotros manteníamos el campo base en Arriondas y desde allí hacíamos rutas para visitar los más bellos lugares de esa parte de Asturias, por lo que al día siguiente nos fuimos hasta Llanes y, entre otras cosas, gozamos de las vistas del Paseo de San Pedro, una obra única que se extiende como un fantástico prado verde a lo largo de los acantilados del fiero Mar Cantábrico, por donde algunos pescadores habían descendido a rastraculo para echar unas cañas.
Pero antes de acampar en Arriondas, por cuyas calles rezumaba la sidra como si hubieran rociado con una manguera (la gente por allí acostumbra no apurar los vasos y arroja olímpicamente el sobrante al suelo), habíamos estado un día entero en Oviedo, la Vetusta de Clarín en su obra La Regenta (algunos estudiosos consideran que después del Quijote de Cervantes, esta novela es la obra cumbre de las letras españolas). Nuestras hijas en cambio, más bien fascinadas por la famosa estatua de Eduardo Úrculo “El Regreso de Williams Arrensberg”, con su gabán, su sombrero, sus maletas y su paraguas, todo el conjunto en bronce y a tamaño natural a nivel del suelo, posaron a su lado con ilusión mientras yo las enfocaba una y otra vez con la Nikon.
Como es lógico, visitamos la catedral, donde Leopoldo Alas hubo lucubrado en el siglo XIX las idas y venidas de Ana Ozores, La Regenta, poniendo en pie de guerra a los curas (una estatua del personaje novelesco posa ataviada con sus galas decimonónicas frente al majestuoso templo), y visitamos su museo con la Cámara Santa, donde nos explicaron que un par de décadas atrás habían robado la famosa Cruz de la Victoria, cuya edad sobrepasa ya la friolera de mil años, y que tras su recuperación habían tenido que restaurarla a fondo. Luego recorrimos las calles enlosadas de piedra del casto histórico que rodean el Teatro Campoamor y el Hotel Reconquista, sedes de los premios Príncipe de Asturias, y más tarde anduvimos extraviados por los jardines del Campo de San Francisco y el Paseo de los Curas.
Pero tras comer en un lugar de esos que a nuestras hijas les encantaba, cogimos el R-19 y tomamos la carreterilla que sube al monte Naranco. Pronto dejamos el último barrio de la ciudad y comenzamos a ganar las praderías verdes y las casonas aisladas y ajardinadas con árboles frondosos. Y de pronto, curveando tras unos bosquecillos, nos encontramos frente a ella. ¡Nunca sentí tanta emoción!, créanme; ni siquiera cuando fuimos Mari y yo la primera vez a París y, tras salir del metro en la estación de Trocadero, nos asomamos a la gran explanada del Palais de Chaillot y se nos apareció de pronto bajo la lluvia parisina del día de Navidad de 1980 aquella mole de hierro de más de 300 metros de altura que es la Torre Eiffel en el Campo de Marte. Sin embargo, aquel otro día, en mitad de un prado asturiano contemplamos en la realidad lo que tantas veces habíamos visto en las páginas de los libros: Santa María del Naranco; ¡imponente!
Luego de admirar el singular edificio de estilo prerrománico que mandara construir Ramiro I, rey de Asturias, hace mil y pico de años, seguimos ascendiendo por la carretera curvosa, plagada de nombres de ciclistas famosos de entonces que corrían la Vuelta escritos en el asfalto, hasta encumbrar la cima del monte. ¡Qué vistas tan maravillosas desde arriba!, donde hay un área recreativa de 30 tahúllas. Las muchachas corrieron como locas hasta unos serenadores y empezaron a columpiarse con alboroto, mientras yo les sacaba algunas instantáneas con la cámara, que aún hoy atesoro metidas en álbumes por los armarios.
Finalmente llegamos hasta la base del gran Corazón de Jesús que corona el monte Naranco desde el año 1950, una descomunal estatua de 35 metros de altura que mantiene los brazos abiertos hacia la hermosa y monumental ciudad de Oviedo que abajo se divisa: la eterna Vetusta de Clarín
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 02/02/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
No hay comentarios:
Publicar un comentario