Yo también he recibido sobres. |
Bueno, antes de que se enteren ustedes por otros medios, tengo que confesarles que yo también he recibido dinero en sobres. Pues cuando era estudiante del Instituto y echaba mis temporadicas en la fábrica de conservas de los Guiraos, en la Estación, todos los sábados nos teníamos que poner en cola para entrar a la oficina y, totalmente opaco, pues no mediaba contrato de trabajo escrito, ni alta en la Seguridad Social ni la madre que los parió (fíjense que por las tres campañas que me dejé la piel allí levantando cajones de madera llenos de albercoques, creo que tengo un par de días cotizados...), nos entregaban un sobrecico color sepia con el jornal correspondiente a los siete días trabajados a la semana, ¡siete!, echando más horas que un reloj y a razón de 15 peseticas la hora.
Pero a lo que iba, ¿ustedes se habían creído que esto del mamoneo a altos niveles de la política nacional y de las presuntas malversaciones de fondos públicos y de los presuntos cobros bajo capa en dinerito negro como el tizne iban a desatar una cadena de dimisiones? (Según el Cantar de Mío Cid, el de Vivar fue acusado de malversación de caudales públicos cobrados a los moros de Sevilla, por eso el rey Alfonso VI lo mandó “al destierro con doce de los suyos, polvo, sudor y hierro por la terrible estepa castellana...”; aunque en realidad fue más bien porque el monarca le tenía ganas al Campeador desde que éste le hizo jurar por cojones en la iglesia de Santa Gadea, en Burgos, que no había tenido nada que ver en el asesinato de su hermano Sancho, perpetrado por el traidor Vellido Dolfos).
Mas sigamos, ¿ustedes creen que se va a esclarecer todo esto de una puñetera vez y se va a limpiar la era de pícaros, rateros, pillahigos y mangantes? ¡Qué va hombre! Estos asuntos, aparte de dilatarse judicialmente hasta el infinito, van a quedar políticamente en agua de borrajas. Fíjense en lo de Filesa, ¡lo que ha llovido desde entonces!, y todavía parece ser que quedan cabos sueltos. Y miren que aquello fue escandaloso; tal era el clima de golfería, que un avispado se presentó en una constructora de un pueblo de Madrid y dijo: “Buenas, que vengo de parte de Chiqui Benegas”, y le pusieron cinco kilicos de billetes en un maletín; y cuando apareció días después el verdadero emisario de los jerifaltes de la trama de financiación ilegal del felipismo, se llevaron el chasco).
¿Pero saben ustedes qué pasa en la actualidad? Primero, que la lucha de clases de todo un siglo ha sido en vano, pues ahora se ha instalado una clase social nueva entre la capitalista de toda la vida y la media-baja tirando a pobre: la clase política. Ésta ha conquistado un nicho social importante y ha proliferado en el sustrato endogámico y nada democrático, por mucho que se diga, de los partidos y de una indiscutible democracia imperfecta (listas cerradas hechas por las cúpulas de los partidos, que éstos sirven después a los ciudadanos como las lentejas), a la vez que se ha multiplicado cual enjambre insostenible a causa de las taifas autonómicas. Segundo, que la clase política en general es simple en sus aspiraciones y solo reconoce dos reglas básicas: llegar al poder y afianzarse en él. Por lo que ésta procura no perder nunca el favor del capital, mientras se sostiene mediante la fórmula “un ciudadano, un voto”. Con el primero mantiene una relación simbiótica en la que impera el flujo del dinero; con los segundos procura perpetuar la grandilocuente falacia del “gobierno del pueblo y para el pueblo”.
Mas en realidad, hace tiempo que existe un divorcio de facto entre la clase política en general y la sociedad civil. ¿Ustedes se acuerdan de un tal Martín Toval, que fue portavoz del grupo socialista en el Congreso de los Diputados? Pues un día que lo entrevistaban en la tele dijo una frase muy significativa (no sé si fue con la Mercedes Mila, esa buenísima periodista que perdió todos los puntos cuando se metió a presentar la tontez inmoral del Gran Hermano). Eran los años del pelotazo, del solchaguismo y del boyerismo, cuando Alfonso Guerra cogía un Mystére para ir a los toros a Sevilla y aquí no pasaba nada. Entonces el referido parlamentario aseguró con aplomo a la presentadora: “En España ya no se zurcen calcetines.” ¡Mentira podrida!, salté yo, que me los zurcía; y después de 30 años aún me los sigo zurciendo.
Pero entiéndanme, cuando hablo de una clase política instalada en la irrealidad social de Jauja, no incluyo por supuesto al humilde concejal de pueblo sin remuneración por dedicación exclusiva, que en lo económico está sólo a verlas venir por asistencias a plenos, comisiones o consejos de administración de empresas públicas. No; me estoy refiriendo a esa otra clase que cobra suculentos sueldos, que viaja en business class a gastos pagados, que trinca una pasta por dietas innecesarias, que se mueve en flamantes automóviles con chófer, que vuela los fines de semana a destinos turísticos de lujo, que se hospeda en el hotel Palace de la Carrera de San Jerónimo con cargo al erario público y que sigue ignorando que hay una España que se zurce cada vez más los calcetines.
Por eso a lo mejor, cuando este hombre de las barbas, al que le ha salido un grano donde más molesta, va a rendir cuentas de austeridad con los de abajo ante la canciller alemana, ésta, con la campechanía propia de un ama de casa, quizá le pregunte en su inglés coloquial: “Marrriano, what’s the matter with Barrrcenas? Y la traductora por el pinganillo, educada: “Señor presidente, ¿qué está pasando con el Sr. Bárcenas?” Y el gallego: “...Ehh, ejem, todo es falso..., hmm, menos lo que es cierto...” Y la teutona, acostumbrada a que sus ministras dimitan simplemente por haber copiado cuando eran unas pipiolas en su etapa universitaria, quizá rezongue por lo bajini: “What a shame!” Y la intérprete, indulgente, guardará silencio
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 16/02/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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