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Estatua del General Espartero en Logroño
La «ley sálica» era muy antigua y provenía de muchos siglos atrás, de cuando Francia aún no era Francia, pero ya vivían por ahí los «francos salios»; por eso el nombre de «sálica». Este código regulaba diversos asuntos, y, entre ellos, el de la sucesión en la corona del reino. Según esta norma, solo en casos excepcionales la mujer podía heredar el trono, pero no cuando había varones en la línea sucesoria. (Ojo, que nuestra Constitución todavía establece la preferencia del varón a la mujer; es decir, si por hache o por be, el rey Felipe VI engendrara un hijo varón legítimo, la princesa Leonor se quedaba a la lima y al limón). Esto se lo digo porque Felipe V, el primer Borbón que se estableció en el trono de España a la muerte de Carlos II «el Hechizado» y último Austria, decidió hacer un reglamento para la sucesión a la corona apoyándose en la ley sálica. Sin embargo Carlos IV, el que tiene cara de bobo en el cuadro de Goya «La familia de Carlos IV», que está en el Museo del Prado, consiguió que las Cortes aprobaran la llamada «pragmática sanción», para que sí pudieran reinar las mujeres no habiendo varón en la línea directa (justo lo que dice nuestra Constitución); la pragmática la aprobaron las Cortes, pero no se promulgó. Lo cual que luego su hijo Fernando VII (el «rey Felón»), viendo que no conseguía tener un nene y que a su hermano Carlos María Isidro se le ponían los dientes largos por enganchar la corona, promulgó antes de morir la dichosa pragmática sanción, para que reinara su hijica Isabel.
Y ahí nos quedamos en el artículo anterior: cuando, muerto el rey, la criaturica, que no había cumplido aún los tres años, se convirtió en Isabel II, reina de las Españas, y su madre María Cristina de Borbón en reina regente o «reina gobernadora», la cual, ya les dije que se casó rápidamente en secreto y sin permiso de las Cortes con un tal Agustín, que era sargento de la guardia real (hacía tan solo dos meses que había finado el rey, su tío por parte de madre, que le llevaba 21 años —la consanguinidad de los reyes era tremenda, casi incestuosa, así que los hijos salían todos tontos—, y ella era joven todavía; de modo que se llevó a este maromo de su guardia, que ya le tenía echado el ojo, a la finca «Quitapesares» —y no es coña, ¡eh!, lo del nombre de la quinta— y le declaró su amor de urgencia); a eso se le llamaba «matrimonio morganático», cuando se realizaba entre dos personas de rango muy desigual; más o menos lo del príncipe y la periodista, ¿me siguen o no?, aunque eso hoy en día no se echa al ver, pero entonces era un impedimento legal. (¿No se acuerdan lo que le pasó a Felipe II, que quería casarse con la reina de Inglaterra y esta dijo que nones porque él aún era príncipe? Entonces su padre Carlos I, que lo solucionaba todo por la bravas y a la voz de ya, le endilgó a su hijo la corona de Nápoles en un pispás y le dijo «¡hale!, si la Tudor quiere un rey, un rey que le ofrezco yo; anda nene, ya puedes celebrar el himeneo con la Queen»?).
Este segundo esposo de la reina gobernadora (Agustín se llamaba el hombre) pasó en un santiamén de sargento de la guardia a teniente general, y de ser un simple hijo de estanqueros a encontrarse cargado de títulos nobiliarios, tanto él como sus ascendientes; es lo que tiene dar un «bragazo» con la mismísima reina de España, aunque al decir de los entendidos en monarquías, las reinas por entonces no llevaban bragas.
María cristina, a pesar de que siguió teniendo hijos con su segundo marido, ejerció de regente del reino durante siete años, y una de las cosas más trascendentales que ocurrieron en ese periodo fue el reconocimiento de la independencia de México en 1836, que no era moco de pavo, y se realizó bajo un «Tratado de paz y amistad entre la República Mexicana y la Reina Gobernadora de España», firmado en Madrid el día de los Santos Inocentes (¡vaya por dios!). Lo que había empezado con Hernán Cortes, conquistando el Imperio Azteca en 1519, y a su emperador Moctezuma, con tan solo 400 soldados españoles y 70 caballos (tuvo valor el extremeño), y siendo luego el importantísimo «Virreinato de la Nueva España», esta mujer tuvo que aceptar por las buenas una realidad de varias guerras de independencia en aquel inmenso territorio americano. Por otra parte, su cuñado Carlos María Isidro se negaba a acatar la ya mentada pragmática sanción que había promulgado Fernando VII, la cual legitimaba a la niña Isabel II como reina, y no paraba de dar el follón, pues el trono de España era muy goloso, y comenzó la «primera Guerra Carlista».
Pero la cosa era que María Cristina estaba ya hasta arriba de problemas y acusaciones, pues las tendencias políticas internas no se ponían de acuerdo; de forma que se vio obligada a dejar la regencia a un militar y político casi idolatrado por el pueblo: Joaquín Baldomero Espartero, y se largó al exilio. Este ejerció de regente hasta que Isabel II cumplió los 13 años y fue declarada mayor de edad por las Cortes (imagínense: una adolescente, caprichosa, juerguista y mal criada, reina de España).
Espartero, que ya saben que tiene una calle en Cieza que va desde el Paseo hasta el Parque, fue un destacado prócer histórico, es decir, un tipo importante: obtuvo medallas y títulos nobiliarios por sus hazañas y victorias militares, tanto en las guerras de Independencia de América, como en la primera Guerra Carlista; fue ministro, presidió el consejo de ministros, ejerció la regencia y llegó a ser virrey de Navarra, y hasta dicen que se lo ofreció la corona de España cuando la cosa estaba muy chunga y él la rechazó. Aunque a decir verdad caería en desgracia y tuvo que exiliarse a Inglaterra, pues se enfrentó con excesiva dureza a diversas rebeliones internas, mandando bombardear Barcelona y Sevilla, y hasta dicen que, en su inhumano rigor militar, ordenó «diezmar» y «quintear» una tropa de «peseteros» que no luchaba con el arrojo debido contra los carlistas (esto era contar: uno, dos, tres, cuatro y cinco, ¡fusilado! ¡Hala, que para eso cobraban una peseta al día!).