INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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18/6/23

El Servicio Nacional del Trigo

 .

Parte superior del horno de fundición de las Industrias de Guerra de Ascoy (se halla dentro de un recinto privado, aunque tiene la calificación de BIC)

Por suerte, algunos carros que esperaban su turno, se hallaban bajo la sombra protectora de unos pinos grandes y copudos, pero en general, las bestias, con sus arreos y atalajes propios de la reata, pateaban inquietas, acosadas por los tábanos. De vez en cuando alguno de los labradores salía con muestras de contento, con un fardo de sacos vacíos bajo el brazo y un pagaré en la mano para ir a cobrarlo al Banco Español de Crédito; entonces soltaba el torno y, tomando del morro la mula de varas, se alejaba con el carro vacío, chaveteando en los baches del camino; lo cual hacía que el siguiente de la cola se pusiera en movimiento y llegara hasta la puerta de la nave, donde unos hombres con cara de hastío, ordenaban empezar a entrar los costales de trigo hasta la báscula.

Aquel año, en el sesenta y ocho, había pasado a llamarse «Servicio Nacional de Cereales», pero en realidad funcionaba igual: los agricultores, con su cartilla de «C-1» de «productor», debían declarar la extensión de tierra que sembraban de trigo y luego tenían que entregar la producción a este organismo estatal, que la pagaba al precio fijado por el gobierno. Es decir, no existía, desde los años de la Guerra, el comercio libre del trigo y seguía siendo de alguna manera un cereal controlado por la administración del estado. ¿Cuál era la intención? Pues regular la producción, almacenaje, abastecimiento y, en algunos años de buena cosecha, la exportación del trigo excedente. A los efectos se construyeron numerosos silos por todo el territorio nacional, sobre todo en áreas de mayor producción de este cereal panificable.

Cuando uno de los carros se movía, toda la fila avanzaba hacia adelante una veintena de metros. Algunos medieros de labores grandes, como las de Cajitán, habían medrado algo y poseían tractor con su remolque; estos se hallaban apartados de la fila de carros, aunque igualmente pedían la vez y respetaban el turno de todos. El hombre de la báscula no tenía mucha gana de conversación; solo cantaba las pesadas con desgana, y otro señor que había en una mesica con papeles, escribía los números. Algunos labradores, que llevaban con ellos a sus hijos varones, encargaban también a uno de sus muchachos, que ya iban a la escuela o incluso al instituto, que apuntara los motes para luego hacer la suma. Y al hombre que pesaba los sacos con celeridad, y que hablaba para su compañero de la mesica de al lado, le molestaba tener que repetir los quilos de la pesada si el zagal no había pillado bien la cantidad a la primera.

Durante la II República ya estuvo presente la idea de crear un organismo así, pero no se llegó a nada, y el garantizar el pan a los españoles era vital. De modo que fue en la España «Nacional», la que en 1937 ya era gobernada desde Burgos por el sublevado general Franco, donde se fundó el «Servicio Nacional del Trigo» por decreto ley. En aquella zona, la dominada por las tropas rebeldes durante la contienda, poseían la mayor producción de trigo, que empezó a ser ordenada por dicho servicio. (Cuenta Gironella en su libro «Los cipreses creen en Dios» que, para desmoralizar a la población, los «nacionales» a veces, sabedores de la escasez de pan en la zona republicana, «bombardeaban» con chuscos Madrid, y algunas personas, llenas de fe en el «no pasarán», decían «¡no lo cojáis, no lo comáis, que es pan fascista!»).

Los sacos contenían cada uno una fanega o fanega y media de trigo, o sea cuarenta y pico o sesenta y pico de kilos, respectivamente. Había que descargarlos del carro o del remolque y, a la espalda, entrarlos hasta depositarlos sobre el tablero de la báscula. El hombre esperaba que hubiese dos o tres sacos, uno encima del otro; entonces manejaba las pesas con rapidez; una barra llevaba grabada la escala de las decenas y otra la de las unidades. En seguida el hombre cantaba la pesada mirando al compañero y empujaba los sacos al suelo con el pie, para que se los llevaran al montón. «¡Venga!», acuciaba de vez en cuando a los que descargaba en la calle y entraban nuevos sacos a la nave.

En plena posguerra (años cuarenta), con las fronteras cerradas y los nazis al otro lado de los Pirineos (o los aliados más tarde, que se olvidaron de España), este país tuvo que sufrir la etapa de la autarquía económica, es decir, nada o casi nada había que viniese de fuera (faltaban productos, como el caucho: quien tenía unos neumáticos nuevos, tenía un tesoro; o como el petróleo: los coches y los camiones andaban con «gasógeno»; faltaba algo tan básico como las cerillas: las mujeres pedían el fuego a las vecinas para encender la lumbre y cocinar). Y en esos años duros en los que el pan estuvo racionado hasta 1952, el propio Servicio Nacional del Trigo promovió la «Red Nacional de Silos» y almacenes para conservar y garantizar el suministro a la población.

Por allí había unos peones que colaboraban con los propios agricultores para llevar los sacos a cuestas hasta el fondo del almacén, donde estaba la montaña de trigo. Se trataba de una nave de techo alto y de muros embastados en piedra y ladrillo macizo. Por las paredes se advertían señales de que allí hubo importante maquinaria, incluso quedaban restos de unos raíles en el suelo; maquinaria de la industria de guerra, «Fábrica número 15», perteneciente a la Subsecretaría de Armamento de la República. Era una de las naves construidas para dicha industria bélica, que había sido trasladada del Puerto de Sagunto a Cieza en 1938 y emplazada en la finca, incautada a sus propietarios, de Ascoy.

Hasta 1984 se mantuvo aquel organismo estatal que monopolizaba el trigo en España, su producción, almacenaje y, en su caso, la exportación de excedentes. Ahora, diseminados por toda nuestra geografía, quedan los imponentes silos, algunos de arquitectura monumental, catedralicia, como testigos mudos de aquella administración que se impuso como meta el que, al menos, no faltara el pan a los españoles.

Al fondo de la nave, convertida en almacén del Servicio Nacional del Trigo para Cieza y alrededores, se acumulaba una montaña faraónica de trigo. Habían puesto una rampa de tableros con barrotes para subir a la cima. Los muchachos del campo, hechos hombres a la fuerza y con las energías inagotables de la adolescencia, cargaban los sacos a sus costillas y trepaban hasta arriba para vaciarlos doblando la espalda hacia adelante. Los hombres, más cansados y algo cucos, alentaban a los chicos de manera negativa: «¡Venga, vamos —decían—, que la joventú d’ahora no valéis pa na!».

©Joaquín Gómez Carrillo 

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Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"