INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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30/10/22

Paisajes urbanos de Cieza, XXII

 .

Imagen de la fotógrafa ciezana Pilar Alcaráz, donde algunos árboles, tocados de otoño, dejan ver una parte del Puente de Hierro y, al fondo, arruinada, abandonada y olvidada, la Casa (propiedad municipal) de las Delicias.

Algunos años, recuerdo, por Santo Tomás de Aquino, organizaban un partido de profesores contra alumnos en el Campo de Fútbol de la Avenida del Caudillo. En realidad aquel campo, de tierra, más dura que un peñón, que estaba por ahí por donde se encuentra ahora, más o menos, el «Parque de la Bola», no tenía nombre particular, sino que adoptaba el oficial entonces del Camino de Murcia, que era la «Avenida del Caudillo»; esta palabra, de contenido mesiánico, era el apelativo favorito del entonces jefe del estado, general Franco («…Caudillo de España por la gracia de Dios», ponía en el anverso de las monedas de curso), y en la misa, los curas rogaban por él de esa misma manera: «…Por nuestro Caudillo de España, te rogamos Señor»).

El pueblo de Cieza, por la parte del saliente, o del noreste si me apuran, siempre ha lindado con las oliveras. Aquí, por un lado teníamos la «orilla de la acequia», con sus cuestas humildes, y por el otro los olivares; oliveras de la variedad mollar, cuya oliva, de una calidad sin igual, traspasaba fronteras («¡de Cieza, las olivas!», se decía con motivo); oliveras centenarias de troncos retorcidos, regadas con las aguas de la Fuente del Ojo. Pero hubo momento, sin embargo, cuando el «ensanche» del pueblo se estaba materializando, con calles sin pavimentar y sin apenas aceras, y con grandes solarones, donde bien sesteaban los ganados de cabras, bien caminaban para atrás los pobres hiladores en sus carreras; hubo un momento —decía— en que el límite urbano dio un salto y se plantó en las afueras, en «Los Salesianos». Era el extrarradio del pueblo nuevo, era el final del «ensanche», la frontera entre las calles polvorientas, o embarrizadas con las lluvias, y el retroceso paulatino de la huerta.

Me imagino que todos ustedes sabrán el porqué de la iglesia de «San Juan Bosco», o sea, por qué no Santa Águeda, o san Juan Nepomuceno o San José de Calasanz, o yo qué sé…  Pues se lo voy a decir por si alguien lo ignora: San Juan Bosco fue el fundador de la congregación «San Francisco de Sales» o comunidad «Salesiana», dedicada a la educación de los jóvenes; y el actual «Instituto Diego Tortosa» iba a ser, ni más ni menos, un «Colegio de Artes y Oficios» de los curas salesianos. De ahí que, como todo colegio religioso que se precie, iba a tener su capilla para oír misa el alumnado: esa sería la actual iglesia de San Juan Bosco. De manera que durante varios años, aquellos esforzados hombres de Dios trabajarían duro levantando un vasto complejo educacional con sólidos muros de ladrillo macizo y piedra de la Sierra de Ascoy. Así que el referente paisajístico de Cieza entonces era aquella sorprendente y lenta construcción en mitad de las oliveras. ¿Qué era aquello tan grande, en un solar que ocupaba más de veinte tahúllas, y que cerraba el pueblo por ese lado? Pues aquello era lo que todo el mundo conocía entonces como «Los Salesianos».

La actual Avenida Juan XXIII no estaba abierta por la parte de abajo; llegaba tan solo hasta la Rambla del Tomaso, más o menos, pues unas naves industriales se interponían. De manera que para llegar al Campo de Fútbol había que dar la vuelta y entrar por el Camino de Murcia. Aunque también, partiendo de San Juan Bosco, había unas senduchas, que se adentraban por las oliveras, entre carreras de hiladores (había hiladores por todas partes, a veces simples «boliches»: el peldaño más bajo de la producción industrial; ello también formaba parte del paisaje ciezano), y que llegaban hasta las tapias de dicho campo de fútbol. Junto a las tapias, unos olivos destartalados, con los brazos y ramas ya pulidos de «tanto usarlos», servían de atalayas a los muchachos para ver los partidos sin pagar la entrada.

Cuando los curas salesianos se hartaron de trabajar careando piedra traída con carros de la «Cantera de los Frailes» (en lo alto de la Sierra de Ascoy, que allí está para verla), pues confiaron quizá en que «el Señor escribiría recto con renglones torcidos» y se fueron. Poco después se haría cargo el Ministerio de Educación y Ciencia para continuar con aquel enorme proyecto, con templo incluido. Y, como por otra parte, hacía falta la creación de una parroquia, «para pobres», en aquel barrio en crecimiento, pues habilitaron de urgencia un almacén municipal algo más abajico, lo sacralizaron en un santiamén, y fundaron la nueva parroquia con la advocación de San Juan Bosco, ¿para qué iban marearse? (allí tomé yo la primera comunión; en ayunas de cuatro horas y sin masticar aquella carrucha reseca, perdón, aquella Sagrada Forma, que se me pegó como un cartón al paladar; me la dio Don Antonio Salas, por supuesto).

Por Santo Tomás de Aquino, ¡todo dios a misa!, director (Don Jesús Pinilla Millán) y demás profesorado a la cabeza. Pues la capilla que empezaron los curas salesianos para su colegio, la acabarían luego con un tejado de uralitas y pasaría a ser la iglesia que hoy en día conocemos, desligada oficialmente del instituto, que en principio se llamaba «Laboral»: el «Instituto Laboral», donde, quizá continuando la idea de los Salesianos, en cierto modo se podía medio aprender algún oficio; pero aquello duró hasta 1969, cuando le cambiaron el nombre y pasó a llamarse «Instituto Técnico de Enseñanza Media» (y mixto además, ¡madre mía!). Después de los oficios religiosos, a cargo del cura Salas, por supuesto, venían juegos y deportes en los patios del centro; y ya, el trueno gordo de la fiesta del Santo Patrón de los estudiantes, el partido de profesores contra alumnos, a lo grande: en el Campo de Futbol.

La gran Avenida Juan XXIII, cuyo trazado rectilíneo iba a comunicar la Plaza de Toros con la Estación del Ferrocarril (según el plano del ingeniero Diego Templado, del año 1924), y que fue «hábilmente» interrumpida por los bloques de pisos de la Plaza de Zarandona, durante unos cuantos años ejerció como frontera del fin del «ensanche» de Cieza, donde a un lado se abría la inmensa obra, inconclusa, de los Salesianos, con su capilla dedicada a su Santo Patrón (luego instituto público, más iglesia de San Juan Bosco como parroquia del barrio), y, en frente, más o menos, el «Matadero de los Olleros», cuyo impacto urbano era visual: los corrales del ganado; odorífero: a embutidos, a jamones y a purines de los cerdos; y sonoro: los berridos de los cochinos ante el pánico de la muerte. 
©Joaquín Gómez Carrillo

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"