INTRODUCCIÓN

______________________________________________________________________________________________________
JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

Buscador por frases o palabras

Buscador por fechas de publicación

Traductor de esta página a más de 50 idiomas

21/8/22

Paisajes urbanos de Cieza, XIV

 .

Paisaje del Castillo y la Atalaya desde el paraje Las Delicias (magnífica fotografía de Fernando Galindo Tormo)

La parada de los taxis se hallaba entonces en la Esquina del Convento, donde por los cuarenta y cincuenta estaba el busto del general Franco bajo una pérgola que llamaban «la Tortada». Algunos taxistas procedían de la reconversión de las tartanas (de tartaneros a taxistas), y otros lo eran por pura vocación. Joaquín Salmerón, el «Médico de la guitarra» (en mi casa, el muy querido «chache Joaquín»), era taxista de oficio; se había hecho a sí mismo, primero en los hiladores, dándole a la rueda desde chiquitico, y después trabajando en un taller; de modo que era experto mecánico, asunto por otra parte de pura necesidad, pues la tecnología del motor era tan tosca que en cualquier momento de un viaje por carreteras de tierra había que echar mano a la caja de herramientas y hacer que el auto siguiera funcionando y salir de cualquier atolladero.

Cuando la Guerra Civil, los del Comité iban apoderándose por las bravas de los escasos vehículos que existían en el pueblo («¡Es para la causa, camarada!» y se lo llevaban, y, a brocha gorda, le pintaban en la carrocería «CNT», «UHP», «FAI», según). El Comité había instalado el parque móvil oficial en unas industrias requisadas con entrada por la Carretera de Abarán: unas naves, ahora cochambrosas, que hay un poquico antes de llegar Hospital. Por cierto, allí, en el patio de esas naves, existe todavía un refugio antiaéreo subterráneo, lleno de basuras y de comperdón hasta arriba. Bien valdría la pena, ya que es el único refugio de la Guerra Civil que existe en Cieza, el limpiarlo y conservarlo como testimonio, y patrimonio histórico material, de una desgraciada etapa de nuestra historia.

Muchos años después, en esas naves que hoy se están cayendo a cachos y que tarde o temprano tirarán para que el urbanismo de Cieza llegue hasta el Hospital, existió una importante industria conservera: «La Ciezana». Entonces hubo, funcionando a pleno rendimiento, hasta cinco fábricas de conservas de frutas en nuestro pueblo: las dos de «Guirao Hermanos» (en la Estación y en el Camino de Madrid), la de los «Martinejo», en la manzana de frente al Capitol, la «Cooperativa de Nuestra Señora la Virgen de Lourdes», en Barratera, y la antedicha «Ciezana», en el Camino de Abarán. Entonces había trabajo y ganas de trabajar, y cultura del trabajo también; no como ahora, que muchos jóvenes permanecen, carlancúos, en la casa de los padres esperando que les caiga una breva. Bueno, además de las mencionadas empresas temporeras, las había permanentes, como las dos grandes: «Géneros de Punto» y «Manufacturas Mecánicas de Esparto», en el Camino de Murcia y en el Camino de La Fuente, respectivamente.

Existe una fotografía aérea antigua, muy bonica, en la que se ve la parada de taxis, con los vehículos alineados, en la puerta del Convento. Entonces los coches, carentes de motor de arranque, había que ponerlos en marcha con una manivela; el conductor sacaba esta, que la guardaba celosamente bajo su asiento, la introducía por un agujerico en el morro del coche y le daba una o dos vuelta briosas, hasta que el motor tosía, petardeaba, soltaba un pedo de humo y permanecía en marcha con un frágil tembleque de la carrocería. Otras veces la cosa no era tan sencilla, y el taxista, avezado y conocedor de las tripas del coche, levantaba de un lado y de otro las tapas de hojalata que cubrían el motor y tocaba algún intríngulis, o rezaba por lo bajini: «¡…si tienes gasolinica, si tienes aceitico, arranca ya, que me vas a hacer perder la carrera!».

En el Solar de Doña Adela, que también lo habían tomado al servicio de las necesidades bélicas, lo que tenían era más bien chatarra, a la intemperie, cosa que no valía mucho. Asunto distinto a las naves del Camino de Abarán, que allí estaban los buenos coches y camioncillos arrebatados a particulares. Cuentan de un señorito del pueblo muy flamenco, un industrial con billetes, que se jactaba de que a él no le iban a quitar su cochazo, y se paseaba con él por las calles, fumando Farias y tirándoles requiebros a las mujeres. Y cuentan que iba por la Calle San Sebastián un día, escupiendo por el colmillo, y vio a dos anarquistas que estaban afanados cambiando el nombre de la calle (eso de cambiar los nombres de las calles ha sido una terquedad recurrente en toda época); uno subido a una pequeña escalera y el otro le daba el martillo, los clavos, y una hojalata con el nombre pintado en basto: «Calle de Buena Ventura Durruti». Entonces, el señoritón, chuleándose, se detuvo, sacó la cabeza por la ventanilla y les dijo: que si querían, que arrimaba su coche para que se subieran encima.

Joaquín «el Médico» tenía una «Rubia» preciosa, y no quería que se la llevaran los del Comité (era su medio de vida, el taxi, conseguido con mucho esfuerzo). La subió al Madroñal de noche, y, entre mi abuelo Joaquín y él, la metieron en la bodega, la calzaron sobre cuatro posetes de madera y le quitaron las cuatro ruedas; mi abuelo las cargó en el serón de la mula y, por una senda del monte, las llevó a otra casa de confianza de la vecindad. Barrieron las rodadas con un escobón y allí permaneció escondido el taxi bastante tiempo. De la bodega hacían uso dos familias, más imperaba la ley de «ver, oír y callar».

Los coches no se parecían en nada a los de ahora; había un tipo de vehículos, de transporte de viajeros sobre todo, que llevaba parte de mecánica y parte de ebanistería; o sea, a un chasis metálico cualquiera, de cualquier marca y motor, se le añadía artesanía muy bien trabajada de madera; esto eran las llamadas «rubias», por el color natural de la madera.

Los chivatazos tenían ida y vuelta. Alguien, casi al final de la Guerra, se chivó de la existencia del coche de Joaquín Salmerón en el Madroñal, y alguien se chivó del chivatazo a su dueño. Mi abuelo traería de nuevo las ruedas, de noche y con la mula por las sendas del monte, y, hasta altas horas de la madrugada, estuvieron trabajando de matute a la luz del carburo. Le pusieron las ruedas, lo bajaron de los posetes, le echaron aceite y combustible, y lo sacaron al camino mediante una bestia de tiro; luego arrancaría perezosamente en las cuestas abajo. Limpiaron bien la bodega, echaron Zotal y borraron toda huella.

Los del Comité llegaron al día siguiente, envalentonados, seguros de la existencia del automóvil. Mi abuela, para ponérselo difícil, dijo no tener llave de la bodega y que si querían, podían colarse por una ventana (ventanucha era pequeña y estaba a bastante altura); además le dijo que en la huerta había un perigallo, que se lo podían traer para llegar a la ventana. El perigallo pesaba lo suyo; pero ellos se lo cargaron a la espalda y lo transportaron hasta la casa. Entonces lo arrimaron  al ventanuco y uno de los fulanos se subió y metió medio cuerpo. Con los ojos sin llegar a hacerse a la oscuridad columbró los toneles y las telarañas del techo, y percibió en la nariz el tufo insoportable a Zotal. «¡Vámonos camarada!», dijo al otro, y se largaron.

La rubia ya estaba en un campo alejado, dentro de un pajar y con tres metros de paja encima.

©Joaquín Gómez Carrillo

 

3 comentarios:

  1. Gracias Joaquín por tu publicación. Soy nieto de Joaquín “el
    Médico” y me ha encantado que des a conocer las venturas y desventuras de personas que en su día fueron patrimonio de nuestra tierra.

    ResponderEliminar
  2. Un artículo entrañable.

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

EL ARTÍCULO RECOMENDADO

LOS DIEZ ARTÍCULOS MÁS LEÍDOS EN LOS ÚLTIMOS TREINTA DÍAS

Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
.
* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
_____________________________________________________

Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"