INTRODUCCIÓN

______________________________________________________________________________________________________
JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

Buscador por frases o palabras

Buscador por fechas de publicación

Traductor de esta página a más de 50 idiomas

10/7/22

Paisajes urbanos de Cieza, VIII

 .

La primavera se fue y entramos al tórrido verano, mas estas humildes flores rojigualdas resisten el despiadado sol, que nos da vida o nos seca el alma.

Al parecer, Doña Carmen Camacho Trigueros cedió terrenos de su propiedad para construir y entroncar la Carretera de Calasparra al Camino de Madrid, tal como la conocemos hoy en día; es por eso que a esa bajada, recta, durante décadas llevó el nombre de «Calle Doña Carmen Camacho Trigueros». Pero hubo un momento en nuestra historia más reciente de Cieza, en el que parecía urgente y necesario quitar los nombres a algunas calles y ponerles otros nuevos (ocurrió así en muchas, salvo en el Paseo de los Mártires o de Marín Barnuevo, de toda la vida, que lo dejaron sin nombre; sólo el genérico y basta: «Paseo»); entonces se preguntaron: ¿esto es una cuesta?, ¿hay abajo un molino? Pues ya está: «Cuesta del Molino».

En realidad, abajo había dos molinos: el de la Capdevila y el del Lavero. El de la Capdevila está ahí todavía cayéndose a cachos y nadie mueve un esparto para su conservación. Ya saben cómo tratamos los ciezanos nuestro patrimonio histórico: o lo destruimos o dejamos que se destruya. Bien es verdad que cuando fue alcalde Paco López se estuvo manejando la idea de crear ahí el Museo Municipal del Esparto, pues además, en cierto momento, el edificio también estuvo relacionado con la industria de la espartería, aparte de ser durante muchos años un molino maquilero de grano, cuya rueda se movía por la fuerza hidráulica de la Acequia de los Charcos.

La Acequia de los Charcos, que nace en la Segunda Presa de Chápuli, en el paraje de La Parra (en la Primera, algo más arribica, nace la Acequia Andelma), recoge la cola de la Acequia del Horno antes de llegar a la Ermita, después alimentaba la Máquina Fija y entraba por donde ahora es la Calle Almagro, más o menos, y moría más alantico, al otro lado de la carretera, dejando caer su agua por el Molino de la Capdevila. Ahora sigue igual, pero toda entubada y no se ve; creándose al final de esa caída, pegaíco a la nave medio en ruinas que fuera del Gallego, el origen de la Acequia del Fatego. Hace varias décadas las acequias discurrían a cielo abierto y constituían un gran espectáculo natural. Esta de Los Charcos, antes de bajar en cascada y hacer trabajar el Molino de la Capdevila, daba riego a las huertas que había en la zona de la Ermita y a las que había en la parte de atrás del Colegio de las Pastoras. Es decir, lo que ahora es un erial bajo los terraplenes de la Ermita y toda la parte construida con bloques de pisos, antes era un vergel de regadío bien cuidado.

En un bancal de bajo la Ermita, los «quemaiglesias» del treinta y seis tuvieron la imperiosa necesidad de quemar el Cristo del Consuelo. Lo arrojaron por el terraplén como cosa inservible y le pegaron fuego abajo, junto al quijero de la acequia. Una mujer, con un niño de cinco añicos, segaba alfalfa en el pollo de al lado, y el niño (ahora un  señor de noventa), con los ojos muy abiertos, dijo: «¡mama, mir’usté lo que están haciendo esos hombres!» Y la madre, aterrorizada, le decía: «¡no mires!, ¡no mires, hijo mío!», mientras metía en el capacico la alfalfa segada y la corvilla y se lo echaba a cuestas para irse pronto de allí.

Hoy en día los alrededores del pueblo están echados a perder, sin cultivo de la tierra y plagados de malezas, y no vendría mal una ordenanza municipal de higiene y embellecimiento para obligar a mantener, al menos, limpias y labradas las fincas lindantes al casco urbano, ¿verdad? Y si no quieren hacer caso los propietarios, notificación y ejecución subsidiaria:  el ayuntamiento realiza los trabajos por empresa interpuesta y después le cobra al dueño hasta el último centimico.

Bajo la Ermita, como les he mentado, también se hallaba en tiempos la «Máquina Fija», justo donde ahora toma ese caminucho estrechujo y curvoso que sube hasta enlazar con Carretera de Madrid por donde tenía la yesera Migaseca, que además le han puesto en el callejero el rimbombante nombre de «Avenida de la Máquina Fija». La Máquina Fija no era sino una bomba que elevaba el agua de la acequia hasta la Estación del ferrocarril, para abastecer las calderas de las locomotoras de vapor de los trenes. Dicha bomba, de la época de Maricastaña, cuando aún no se habían inventado los motores Dieses, imagínense, era una máquina de vapor, que funcionaba con carbón de piedra, y hacía el sonido del «chacachá del tren», espantando las burras que iban o venían por esa carreterilla «de las Ramblas» o de Calasparra.

A la entrada del pueblo —ya por los años sesenta y setenta les hablo—, lo primero que se hallaba era el «Bar Rana», junto al Puente de la Isla; era una estación de «repostaje» (como la Morena o Robarriendo) para algunos jornaleros que tomaban su carajillo matutino, y así poder pedalear con fuerza sus bicicletas hasta la Carrichosa o Fomento Agrícola, donde se enganchaban para echar la peonada; luego, tras dar de mano a la tarde, igualmente hacían sus paradas en el regreso; la última, el Bar Rana. También, ahí mismo, hubo una caseta de «aforaores», como en el resto de entradas a Cieza, para controlar y cobrar el paso de ciertas mercancías.

El Puente de la Isla sigue estando igual, en el mismo sitio, pero el lecho del Cauce, sin agua desde que se rompió la Presa en el río y la dejaron perder, es un perfecto basurero, ¡hasta colchones! (pero de las basuras y la suciedad que hay por todas partes, y de lo dejao que está el pueblo últimamente, no quiero hablar aquí), cuando hace años, en cambio, era una delicia: los muchachos, para bañarse en el Cauce, se tiraban «hincados» desde las ramas de los árboles, pues el canal venía pleno de agua limpia, y la Isla era eso: una isla, cuyos cultivos se regaban por las regueras que bajaban de «los Tapones [de la Isla]», donde está el famoso fresno (ahí, en el tronco del  fresno, en los años cutres en los que apenas se podía medrar algo matándose a trabajar o emigrando a Francia, gustaba apostarse la pareja de la guardia civil caminera para hacer el alto a los pobres braceros, padres de familia, que regresaban al oscurecer con sus bicicleticas del trabajo, y se las miraban más que si pasaran la ITV, en busca de un pequeño fallo que valiese una multa).

El Cauce, más adelante del mentado Puente, caía por un pequeño salto y producía electricidad mediante una turbina: era la fábrica de luz «Santo Cristo», que alimentaba las maquinarias del molino del Lavero y la industria espartera del Gallego; y aun los kilovatios sobrantes los vendían a las viviendas del barrio, incluso al parecer a la zona del Maripinar, donde estaba la fábrica de mazos de picar esparto de Zafra (pero entonces en las casas no había electrodomésticos y el consumo era estrictamente el de las cuatro pericas mortecinas de 125 voltios, ¡y se vivía, aunque parezca imposible!).

La entrada a Cieza por la Carretera de Calasparra no estaba fácil, pues primitivamente se hacía a través de la Cuesta de la Villa o la Cuesta del Río; imaginen los carros y los pocos camioncillos de la época. Y eso fue hasta que, según dicen, Doña Carmen Camacho Trigueros donó parte de sus terrenos y sacaron, recto, el acceso de dicha carretera hasta el Camino de Madrid, cortando la Acequia de los Charcos a la altura del callejoncico de Almagro, donde había hasta hace poco, arruinada por el desuso, una balsa, y, en tiempos más antiguos, una pequeña noria que extraía el agua de la acequia. 

©Joaquín Gómez Carrillo

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

EL ARTÍCULO RECOMENDADO

LOS DIEZ ARTÍCULOS MÁS LEÍDOS EN LOS ÚLTIMOS TREINTA DÍAS

Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
.
* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
_____________________________________________________

Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"