INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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2/1/22

Tiempo de pascuas

 .

Amanecer de invierno en el Segura a su paso por Cieza (imagen de mi amigo Francisco Rodríguez, fotógrafo tenaz y perseverante, que persigue la luz y los pajaricos del frío con su cámara como quien caza mariposas entre las flores)

La Pascua, digamos la genuina, es la Semana Santa: la Pascua de Resurrección, la que se engarza con la tradición hebrea de celebrar, en el primer plenilunio de la primavera, la salida de Egipto del pueblo de Israel acaudillado por Moisés, la que celebró Jesucristo con sus apóstoles horas antes de que lo prendieran, ¿recuerdan?. Sin embargo, en los tiempos navideños (finales del mes de diciembre y principios de enero) hay un par de pascuas que celebrar; estas son la Pascua de Navidad, o del nacimiento del Niño Jesús, establecido de forma convencional desde hace siglos en la Nochebuena del 24 al 25 de diciembre (en realidad no se puede saber cuándo nació Jesucristo, y más bien, por las pistas evangélicas, puede ser que fuera en el otoño, pero al establecerse el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano y entrar a saco, a veces en plan talibán, con el paganismo existente y sus fiestas politeístas, se decantaron por la mentada fecha para cargarse las «saturnales» o fiestas en honor al dios Saturno). La otra pascua que celebramos ahora es la Adoración de los Reyes Magos (en realidad, la Biblia nos dice que eran «…unos magos que venían de Oriente», lo de «reyes» es un añadido porque queda mucho mejor, da más solemnidad a la cosa, ya que dicho así: unos magos a secas, uno se puede imaginar a Juan Tamariz haciendo «¡chan, chan, chan!», en lugar de a esos personajes multirraciales de luengas barbas a lomos de camellos).

Bueno, el asunto es que venía a decirles que al existir en las fechas que estamos las dos pascuas mencionadas, pues es muy correcto felicitar de esa manera: «¡Felices pascuas!» Lo que no se puede decir es «felices navidades», eso no, ya que Navidad solo hay una; ni tampoco pega mucho, desde el punto de vista religioso —y estas son festividades religiosas por excelencia—, el decir «felices fiestas», pues el sentido de la Navidad es mucho más profundo que el de unas fiestas cualquiera.

Mi abuela, analfabeta pero sabia, en estos días de primeros de enero solía decir «Ya s’ha pasao la Nochebuena, San Silvestre y Año Nuevo; ahora queda que pasar la Pascua de los caballeros», sin duda hacía alusión a la Pascua militar, que se celebra justo en la Epifanía o Pascua de los Reyes Magos. También otro refrán viejo que amplificaba los tiempos navideños era aquel que aseguraba: «Hasta San Antón, pascuas son». Pero eso nos trae el recuerdo de otra época, cuando el tiempo de las pascuas era más sencillo y a la vez más extraordinario.

Miren, la sociedades cambian; es lo normal: unos tiempo traen otros y, en contra de lo que afirma Jorge Manrique en las «Coplas a la muerte de su padre», no todo tiempo pasado fue mejor ni nos ha de parecer mejor. Ahora las pascuas navideñas se viven de forma muy distinta y con menos rasgos extraordinarios. Ahora lo típico es que se dispare el consumo y se practique el consumismo; pero en realidad hacemos las mismas cosas que en el resto del año: comer bien, tomar dulces, beber alcohol, tener ocio festivo, comprar juguetes a los niño, etc. Eso lo hacemos todo el año. Por tanto, aunque dichas prácticas aumenten y se disparen durante estas pascuas, no llegan a ser nada extraordinario. La vida sigue siendo aburridamente igual en estas fechas que en el resto del año, pues en resumen, en Navidad, no hacemos otra cosa que realizar más de lo mismo.

Antes, y remontándonos unas cuantas décadas, cuando éramos más pobres y todo era mucho más simple, y nuestra sociedad estaba más deprimida, las pascuas se vivían como un hito en la rueda del año: se comía carne, cosa que abundaba poco en la mesa de las clases bajas; se tomaban dulces, que normalmente tampoco estaban en la gastronomía diaria; se cantaban villancicos y se visitaba a los vecinos y amigos para pedirles el aguilando, que no iba más allá de unos mantecados y una copita de licor. En las casas que se podía, se mataba el pavo; al respecto, un villancico rezaba así: «Esta noche es Nochebuena, noche de matar el pavo, y le echaremos las plumas a la vecina de al lado», pues ello se veía quizá como un signo de ostentación, ya que no todo el mundo tenía al alcance de su economía el adquirir un pavo por Navidad y había familias que ni en tales fechas podían permitirse el lujo de comer carne.

En los campos, las familias tendían a la autosuficiencia, es decir, se comía de lo que producía la tierra y de lo que se criaba en los corrales. Se araban los bancales, se sembraba el trigo, se segaba y se trillaba en la era, se llevaba el grano al molino y con la harina se amasaba el pan en la artesa y se cocía en el horno. El dinero apenas hacía falta, pues hasta en los molinos se pagaba el servicio con la maquila.

Cuando se aproximaban las pascuas, recuerdo que mi madre se ocupaba de hacer los dulces: las tortas de mosto, los mantecados, los aguardentados, los rollos de naranja, de canela o los almendrados, cuya almendra teníamos que partir y moler en un mortero. Entonces empezaban los momentos extraordinarios. Y llegaba lo peor: el sacrificio del pavo; niños nosotros, llorábamos al presenciar «el crimen». Todo recaía sobre la mujer, siempre se llevaba la peor parte en las tareas. Mi madre entonces metía al animal dentro de un saco de arpillera, con tan solo la cabeza fuera; pedía nuestra colaboración para sujetarlo y, santiguándose varias veces con la navaja en la mano, rezaba un Señor mío Jesucristo y no sé cuántas avemarías antes de cometer el acto, siempre obsceno, de la muerte. La sangre en una fuente para hacer las «pelotas» con piñones y perejil, el agua caliente en una olla de barro para desplumar el pavo, el olor a vísceras, y luego la carne de las tajadas fibrosas en el cocido, que se nos hacía bola en la boca, por la falta de costumbre quizá.

Las pascuas eran también un tiempo extraordinario porque llegaban nuestros emigrantes pobres, que se habían marchado un día con una maleta de cartón en un tren atestado que rodaba hacia Portbou desde la estación de Francia en Barcelona; y volvían con un cochezucho de tercera mano, ¡qué lástima!, y contando cosas maravillosas de allende los Pirineos, como el que en Francia no había la figura del señorito como aquí, sino que allí se decía «el patrón»; o como que en el extranjero ya habían descubierto el güevo de Colón del raíl continuo y los trenes no andaban con el tacatán-tacatán como en España; o como que algunos franchutes se permitían la triste xenofobia de decir «¡espagnol, merde!». Mas luego, pasada la terneza navideña de las pascuas «…volvía el pobre a su pobreza, el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas».

©Joaquín Gómez Carrillo

 

2 comentarios:

  1. Un artículo que me traslada a mi querida infancia,el recuerdo de la matanza del pavo me ha hecho sentir una nostalgia presente,era el momento más esperado en mi casa con mi tía de anfitriona del cuchillo.Todo era bonito,entrañable y familiar,aunque entonces no éramos conscientes de ello.
    Gracias por revivir esos imborrables recuerdos.
    Feliz 2022 Joaquín


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    1. Muchas gracias Luz por tu bonito comentario. Al fin somos recuerdos, momentos en el tiempo, y a ellos tenemos que aferrarnos y conservarlos y trasmitirlos para que no se pierdan "como lágrimas en la lluvia".
      Feliz año 2022 también para ti.

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Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"