Peñón de Antonio, Almorchón |
Yo tengo un amigo que hace muchos años corría. Se pasaba horas y horas entrenando, de día y de noche; luego iba a los pueblos donde organizaban carreras pedestres y se dejaba la piel corriendo para ganarse, además del trofeo, que su madre colocaba en el mueble de comedor, unos durillos con los que ir tirando. Mi amigo tenía una novia que apenas se había sacado el graduado escolar, o como se dijera entonces; la muchacha, pequeñota, de cuerpo achaparrado y graciosica de cara, trabajaba en el campo y en los almacenes echando más horas que un reloj, cuyos empresarios se escaqueaban de cotizar a la Seguridad Social. Él, que tampoco tenía estudios por falta de oportunidades (o porque en su familia nunca hubo ambiente de estudiar, que eso también es decisivo), se había comprado un coche de segunda o tercera mano, con el que se desplazaba a correr a los pueblos, aunque a veces se averiaba y había que empujarle o echarlo a rodar por una cuesta abajo para que arrancase. Además del deporte, mi amigo, que era de baja estatura y con calvicie temprana (se gastó en “abrótano macho” lo que no está escrito), trabajaba en lo que le salía: en la fruta, descargar camiones en la Cooperativa o de peón en la construcción, pero siempre en empresas de poco pelo que pagaban tarde y mal, y con contratuchos temporales, al término de los cuales lo mandaban al paro antes de que adquiriese derechos.
Un día me contó mi amigo que la mayoría de las veces quedaba en segundo puesto en las carreras de los pueblos, lo cual, pienso yo, demostraba que era bueno corriendo, pues entre cientos de participantes, el segundo, si se repite una y otra vez, aquí y allá, es claramente un ganador. Sin embargo me confesó que a las tres menos dos aparecía un fulano entre los participantes que se llevaba el triunfo de hilo. Pero que para más inri (y eso era lo que peor llevaba mi amigo), el fulano solía ser alto, guapo, de melena yeyé, con un coche envidiable: un R-8TS, un R-5 Copa o un Seat 124 Sport…, y con una novia estirada que estaba buenísima.
Cuando mi amigo se casó se tuvo que dejar la afición del deporte, porque llegaron los churumbeles y había que apechugar con las obligaciones. Probó en varios oficios y al final se colocó en un tallerzucho donde fabricaban un producto que estaba llamado a desaparecer, y, tras unos años de sueldo para ir sobreviviendo, porque la mata no daba para más, se halló un día presa del paro con más de cuarenta años, que eso en esta sociedad tiene muy mala pinta: los empresarios los quieren jovencicos y con experiencia, pero indefectiblemente jovencicos. Entonces él, harto de dar tumbos, se aventuró en un autónomo, que es la peor solución que puede tener un trabajador en este país. Trabajaba como un negro pero sin poder sacar los pies de las aguaderas, ya que todo eran gastos, impagos de clientes y, si se descuidaba un poco, sanciones de Hacienda.
Mientras tanto, la mujer hacía jornadas extenuantes en los almacenes de la fruta, a veces hasta caerse al suelo después de 15 horas de pie (tenían que tomar analgésicos para poder aguantar semejante barbaridad un día y otro día), mientras que la empresa, vulnerando a las claras la legislación laboral, cosa que le constaba muy bien a la Inspección de Trabajo, les cotizaba menos de un 20% del tiempo real trabajado. (Un día en que la mujer de mi amigo y dos compañeras más le pidieron al empresario que, por favor, les cotizase todos los días y todas las horas trabajados durante el mes, éste les hizo ver que la puerta estaba abierta).
Mal que bien, luchando en la vida, pudieron comprarse un pisico mediante una hipoteca; y lo que es más importante, con muchas privaciones, pudieron darle estudios a los hijos: el uno hizo un módulo de FP, la otra una diplomatura, y el más pequeño le tiró la cosa militar.
Un día mi amigo, agobiado por las pagamentas y la poca ganancia, se lo pensó y se dio de baja en el autónomo para mendigar un empleo cualquiera en el régimen general (alguien le hizo el favor de contratarlo de guarda de noche de unas instalaciones, con la condición de cesarlo a los seis meses y que tuviera acceso al llamado “subsidio de prejubilación”, ya que a su mujer, hecha polvo de dejarse la salud en los almacenes, le habían reconocido la incapacidad permanente total, pero como habían cotizado por ella una miseria, percibía una pensión de cuatro duros).
No obstante, él había pensado mejorar sus ingresos haciendo trabajillos en negro, nada del otro jueves; y le salió alguna cosica, pero tenía miedo por si lo pillaban. Hasta que un fulano se aprovechó de él y le dejó a deber una púa gorda; pues el tal se estaba haciendo un chalé en la playa con “sogas de ahorcao” y, cuando mi amigo le había realizado los servicios, el tipo le amenazó con denunciarlo para no pagarle.
Mi amigo se jubilará un día de estos, aunque no podrá llegar a cobrar el 100% de la exigua “base reguladora” por falta de cotizaciones. Sin embargo gente como él y su mujer, sin éxitos aparentes en la vida, es la que hace que este país funcione todos los días.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
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