Ruinas de Medina Siyâsa en estado ruinoso durante décadas |
Me pregunto cómo podrían haber imaginado aquellos pobres moros de hace cinco siglos que hoy, una grúa de grandes dimensiones, pudiera elevarse sobre las maltrechas ruinas del poblado siyasí de la Atalaya. (¿He dicho maltrechas? Sí, y maltratadas y abandonadas y descuidadas y dejadas durante años al desamparo destructivo de los agentes meteorológicos y a las acciones de algunos vándalos dañinos.)
Espero, por tanto, que las actuaciones que hayan proyectado ejecutar en el yacimiento arqueológico sean las más idóneas, tanto para permitir las visitas de todas las personas interesadas, como para su conservación duradera, que garantice el legado histórico a las próximas generaciones. Y espero también que las obras que se lleven a cabo con ese pedazo de grúa, que está rompiendo brutalmente el «skyline» del Cerro del Castillo, se hagan con la máxima sensibilidad, con el máximo respeto al entorno natural y arqueológico y con la máxima inteligencia.
Digo esto porque ejemplos de lo contrario haylos. No sé si ustedes han visto la Cueva del Puerto. Esta gruta es una preciosidad geológica que descubrió, exploró y estudió en su día el grupo de espeleología GECA de la OJE de Cieza, del que formé parte hace bastantes años; y, hace unos cuantos, el ayuntamiento de Calasparra o quienquiera que fuese, decidió abrirla al público, al menos un tramo de ella, pues la caverna es más profunda, más compleja, más interesante y más bonita que las pocas galerías visitables. Y les cuento esto porque parece ser que hay técnicos capaces de proyectar obras de esta singularidad sin haber viajado y sin haber visto otra cosa. Miren, hace más de cuarenta años ya conocía yo algunas cuevas en Cantabria, incluida Altamira (luego he vuelto varias veces), y en ellas no se ve un pegote de cemento, no se ve ningún cable, no se ve ningún foco, ni se ve elemento alguno que sea ajeno a la propia naturaleza de las grutas. ¡Eso es hacer las cosas con inteligencia! Pues bien, en esta del Puerto hicieron todo lo contrario: abrieron una entrada en mitad de la sierra a barrenazo limpio, construyeron pasillos de hormigón en el interior sin ningún miramiento, tendieron cables a la vista con soportes de hierro como si estuvieran en medio del campo y colocaron focos tan visibles como los que ponen en las verbenas.
Pero no se preocupen; algo similar no ocurrirá en Medina Siyâsa. Aquí por fin se dará una solución inteligente al problema de conservación de este importantísimo yacimiento, que ha tenido que esperar más de treinta años para que decidieran qué hacer con él. Pues hasta ahora todo han sido pequeños parches, cuando no desacertadas actuaciones. Me refiero a cuando las tumbas de la necrópolis fueron escarbadas y vaciadas por parte de un grupo de alumnos y monaguillos de Don Antonio Salas, con los escasos conocimientos arqueológicos de aquel hombre de Dios y con nula dirección técnica (era lo del programa «Misión Rescate» en la tele y todo valía); o me refiero a cuando los forestales plantaban pinos roturando las laderas de los montes con un tractor oruga, y, ni cortos ni perezosos, metieron la enorme máquina quebrantándolo todo donde podía verse claramente que afloraban los restos de un antiguo poblado.
Luego se excavó una pequeña parte del yacimiento que todavía permanece oculto, y se realizaron estudios como dios manda y empezó a trascender la importancia histórica del despoblado árabe, y, muy acertadamente, convirtieron el antiguo casino de Cieza en el espléndido Museo de Siyâsa, orgullo de los ciezanos. Pero ¿qué hacer con los frágiles restos de las casas moras? ¡Ah!, nadie daba la solución; o al menos los políticos aplicaban la estrategia de la dejadez. (Hace mucho tiempo, en países del oriente medio y Mesopotamia, los arqueólogos excavaban ciudades bíblicas, estudiaban, fotografiaban, hacían maquetas…, todo lo que ustedes quieran, pero luego volvían a cubrir los restos arqueológicos con arena para que siguieran conservándose en el futuro.)
Miren, dejar como dejaron al aire libre y sin protección un yacimiento como el de Siyâsa, era condenarlo a la destrucción, pues se trata de humildes muros de yeso y tierra con aljezones y piedra basta. De Perogrullo es que las lluvias, el viento, las heladas o la vegetación, harían de las suyas, es decir, tornar el orden al caos, que es ley universal.
Así que, en tanto no caigan en declarar «parque arqueológico» el Cerro del Castillo, confiemos en que la solución de la grúa sea digna de personas inteligentes, y que no echen hormigón por un tubo ni levanten chambaos de hojalata, que a los cuatro días se lleve el viento de María Sarmiento.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 22/02/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
Hoy le pasan una legión de casi 600 corredores por la mismísima orilla, pisando encima de lo que aún no se ha excavado. No sé si es un mal presagio de lo que va a ocurrir más adelante.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Esperemos que hagan las cosas como dios manda.
EliminarImposible explicarlo mejor. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias María, me alegro que te haya gustado el artículo.
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