Hace algún tiempo comencé a recopilar cuentecillos que existían en la viva voz de los viejos y que con el paso del tiempo corrían el peligro de perderse para siempre. De algunos de estos cuentos hay varias versiones según la región, país o continente, ya que no estaban sujetos a la palabra escrita y, cada narrador en cada época, les ha dado su toque y su variación. Pero yo he querido fijarlos definitivamente en las letras y les he construido una arquitectura literaria, poniendo incluso nombres a los personajes.
El origen de estas historietas, y la razón de que ahora desaparezcan, es porque hace muchos años existía otro concepto del sentido del tiempo en general y del «tiempo libre» en particular. Si miramos generaciones atrás, cuando no se conocían los electrodomésticos y el «ruido» de la televisión no interfería las relaciones de las personas en el seno familiar, había grandes espacios de silencio al cerrarse la puerta del hogar por las noches. Estos beneficiosos silencios, que fomentaban la comunicación entre los miembros de la familia y caseros, eran utilizados a veces para referir cuentos moralizantes o con algún fin didáctico, que habían sido oídos en boca de antepasados.
Al conjunto de estas narraciones escritas ahora por mí, y en alusión a la parte del hogar ocupada en otra época por los mayores que transmitían sus conocimientos junto al fuego, lo he titulado «Cuentos del Rincón». De los cuales les dejo uno como botón de muestra.
«Dicen que en un país lejano, y en un pueblecito a orillas de un ancho río, había una vez un hombre llamado Teologio, agricultor de profesión, el cual era creyente y poseía una gran fe en Dios. Cuentan de este que era persona de oración y profunda espiritualidad, que visitaba con devoción el templo, que cumplía los Mandamientos y que tenía por cierto que sus plegarias eran escuchadas por el Creador. De modo que el tal Teologio creía a pies juntillas que siempre sería atendido cuando demandase la ayuda del Cielo.
»Por otra parte, había un vecino de la misma aldea, que se ganaba la vida como pescador en el gran río; su nombre de este era Sincredo, el cual tenía fama de ateo recalcitrante. Algunas veces Teologio y Sincredo habían discutido sobre el sentido de la existencia del hombre en este mundo y habían esgrimido cada cual sus razones opuestas en materia de creencias o «descreencias»; mas nunca habían llegado a un acuerdo conciliatorio, por lo que entre ambos persistía un sentimiento mutuo de orgullo y de certeza de estar cada cual en su verdad, detestando el error del contrario.
»Pero se sabe por los anales de la historia que cierto día hubo unas tremendas inundaciones en aquella región. Llovió tanto en las tierras altas y en las montañas, que se desbordó el gran río en el llano; se anegaron los campos de cultivo y muchas casas de la pequeña aldea fueron sepultadas por el lodo. A Teologio le cogió la riada en el momento en que trabajaba la tierra y solo pudo subirse a toda prisa en un albaricoquero que había en mitad de un bancal. El hombre trepó hasta la copa del árbol y se puso a pedir con fervor la ayuda de Dios.
»A Sincredo le sorprendió la crecida de las aguas cuando estaba pescando en el río. Su pequeña embarcación se apartó de la ribera y él se puso a remar con fuerza en busca de terreno firme. Entonces pasó cerca del albaricoquero en el que estaba encaramado Teologio, por lo que le llamó para que subiera a la barca. Pero este otro, confiando en la protección Divina, desdeñó la ayuda de un hombre ateo. Por lo que Sincredo se marchó a rescatar a otras personas que se hallaban en apuros.
»Al poco rato el pescador regresó con la barca, pues había encontrado un promontorio cercano que no cubrían las aguas y volvía en socorro de gente necesitada. Así que de nuevo llamó a Teologio y le invitó a abandonar el árbol. Y otra vez este pensó que siendo como era un hombre de fe y de oración, el Creador no lo iba a dejar abandonado, por tanto esperaría con paciencia, y en oración, como hizo Job en el vientre de la ballena.
»Las aguas aumentaban de nivel peligrosamente y el albaricoquero corría peligro de ser tumbado por la fuerza de la corriente. Pero Teologio confiaba en la Providencia y, cuando por tercera vez pasó con su barca aquel vecino no creyente, por quien sentía un inconfesado desprecio, y le alertó de que abandonase el árbol o perecería, él sintió más que nunca la fortaleza de su espíritu, y le respondió en la cara que Dios estaba con él y jamás permitiría que se ahogase.
»De modo que Sincredo se alejó remando con su barquita de madera. Luego el albaricoquero no pudo resistir por más tiempo el embate de las aguas y cayó y fue arrastrado por la corriente. El pobre Teologio, que además no sabía nadar, pereció sin remedio.
»Mas como hombre de profunda religiosidad, su alma subió al Cielo, y, nada más llegar, todavía con algo de rabia y frustración, quiso plantear una queja directamente al Todopoderoso.
»—Señor —dijo Teologio—, cuando necesité tu ayuda en los momentos en que mi vida corría grave peligro, no escuchaste mis súplicas.
»—Sí te escuché, Teologio —respondió el Padre Eterno—. ¡Tres veces te mandé a Sincredo con su barca!, y tú, por orgullo y necedad, lo rechazaste las tres.»
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 29/12/2012 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
Querido Joaquín:
ResponderEliminarMe encantó el cuento, espero que nunca nos pase las de Teologio. Te mando muchos abrazos y que el Señor te bendiga en este nuevo año.
Vanessa
Muchas gracias Vanessa, yo también te deseo lo mejor para este años nuevo 2013 y te envío un fuerte abrazo.
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