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Restos de un acueducto de la Reguera del Mingrano a su paso por la Cañada de Miguelillo
Mucho antes que la NEASA, la compañía explotadora de las aguas subterráneas de la Sierra de Ascoy, llenara de profundos pozos la zona y comenzara a sacar miles de litros por segundo, y canalizara esos inmensos caudales de agua, y empezaran a convertirse en regadíos los hasta entonces secanales donde apenas medraban las cebadas, y entre los límites de Jumilla y Calasparra se tendieran cientos de kilómetros de canales que regaban nuevas arboledas por el sistema tradicional de inundación, o «riego a manta», antes de todo eso —digo—, existían diversos manantiales naturales, algunos de ellos vinculados a la gran capa freática subterránea de Ascoy, y otros en distintos lugares de nuestro término municipal, que de forma sostenible alimentaban pequeñas huertas o aliviaban cultivos agrícolas extensivos, como olivares, almendros o viñedos. Rastro de esta actividad agraria lo podemos ver en algunos olivares que todavía subsisten y que formaron parte de extensiones mucho mayores; así como en relación a la producción vitivinícola, también podemos hallar vestigios de bodegas importantes, como la de la Casa de Los Prados, abandonada y en ruinas, pero que en su violado sótano existía una peculiar bodega con grandes tinajas de barro, amén de toneles de madera. (Cuando yo descubrí esta desidia, los «robatinajas» habían roto con un gran boquete el piso de la casa con el fin de sacar dichas tinajas, pero solo consiguieron destrozarlas al intentar arrancarlas de sus bases de forma burda y sin ningún cuidado.)
De aquellos manantiales que había antes de que se mermara la riquísima capa freática del subsuelo de Ascoy, y fracasara por insostenible el citado sistema de regadíos, y diera paso al nuevo, al agua del trasvase Tajo-Segura, a los grandes embalses de plástico, a los contadores, al riego a presión por goteo y a la elevación de agua desde las acequias (una de las estaciones de bombeo de la comunidad de regantes «Ascoy Benís Carrasquilla» eleva el agua de la Acequia del Horno para sumarla a la cada vez más escasa, profunda y de peor calidad de los pozos), de aquellos manantiales —decía—, citamos hoy los de la «Reguera del Mingrano». Esta reguera, que yo conocí allá a finales de los sesenta, recorría una gran distancia, curveando por montes y barrancos. Algunos aseguraban que llegaría a tener unos catorce kilómetros de longitud, que no es moco de pavo, y traía en torno a una parada de agua, desde parajes próximos al límite del término municipal de Cieza con el de Jumilla, hasta la mismísima Corredera, a un tiro de piedra del apeadero del Chicharra, ¿recuerdan? (este apeadero, durante algunos años fue «estación términi» de la línea, luego lo prolongaron esta hasta Cieza mediante un gran puente sobre la Rambla del Judío).
Pues no lejos del paraje «el Majariego» (¡qué nombres: el Ringondango, el Mingrano, el Majariego, el Cencerro…!) estaba la llamada «Casa de la Aceña», y muy cerca de esta se hallaba un lugar alegre, ya que el agua naciente siempre es alegría; a ese lugar, cercano a la Rambla del Judío, le decían «los Chorros», pues los manantiales brotaban y chorreaban por varios sitios. Allí mismo, junto a los Chorros, habían instalado unas pilas de obra para que sirvieran de abrevadero de ganados y de lavadero para las mujeres de las casas vecinas. Pero eso —y estoy hablando de hace muchos años— despertó el interés de propietarios de fincas en parajes más alejados, y pensaron que aquella agua podría servir para el regadío de sus campos sedientos.
Entonces se pusieron manos a la obra y fueron excavando zanjas por puntales y salvando barrancos con puentes. El primer paraje que atravesaba la reguera y que le daba nombre era el del Mingrano; más adelante, sobrepasaba el Cencerro; llegaba al Quinto y abocaba en el conocido por muchas personas mayores «Pantano de la Corredera». Cuando yo conocí el Pantano, este ya casi no recibía agua por deterioro de la Reguerra y estaba colonizado por la maleza (hasta 1972, parece ser que estuvo llegando el agua hasta allí; luego lo dejarían perder). El Pantano era realmente eso: una especie de embalse con un muro de cal hecho a tableros, que formaba la presa; en esta se hallaba la compuerta o tapón, de donde partían las regueras, que regaban tierras del Quinto y de la Corredera.
La Reguera del Mingrano, además, tenía algunas cesiones de agua en su recorrido, alimentando pequeñas huertas; aparte, por filtraciones y ameros, daba origen a minúsculos nacimientos de agua en su proximidades, que aprovechaban algunos agricultores. Dicha reguera tenía un guarda para cuidar de su mantenimiento, el buen uso (a lo largo de su recorrido había puntos donde abrevaban animales y lavaderos para hacer su colada algunas mujeres), evitar el robo del agua y reparar los desperfectos ocasionados por las tormentas. El último guarda de la Reguera fue un tal Pascual «el Pelao» («Malas» por parte de madre; ya saben cómo va eso de los apodos familiares, que se heredan de padres o madres a hijos).
Por el año 1975 dejó definitivamente de llegar el agua al Pantano de la Corredera. (Este se hallaba cercano a la «Casa del Quinto» y en la parte de arriba de la vía del Chicharra, y por tanto de la carretera nacional.) Por esa fecha el agua ya no pasaba del Mingrano; moría por el lugar denominado «Puesto de las churras». Y en el 1977 se dejó perder del todo aquella importante conducción de agua para riego, con su infraestructura del desaparecido Pantano de la Corredera.
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