INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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2/8/21

De la quijada al kaláshnikov

 .

Tendía de esparto en manadas abiertas. Paraje Rambla de Judío.

Cuentan los muy viejos que había una vez un padre y una madre que tuvieron dos hijos. Al primero le llamaron Canín, porque se crió un tanto canijo y hasta tuvieron que «darle los perricos» para que echara la robinera. (Lo de «dar los perricos» era un remedio que hasta no hace muchas décadas se practicaba en nuestra sociedad, en Cieza mismo, sí; yo conozco a alguna persona, ya mayor, claro, que de pequeña se encanijó y tuvieron que «darle los perricos»; lo que pasa es que eso no se divulgaba porque causaba un poco de vergüenza. Incluso en el maravilloso libro «Platero y yo», de Juan Ramón Jiménez, en su capítulo de «La perra parida» queda patente que también en Moguer, Huelva, se llevaba  a cabo esa costumbre; pues relata de forma dramática cómo a la perra [«…de Lobato»] le quitan los cuatro perricos pues «…Salud, la lechera, se los llevó a su choza de las madres porque se le estaba muriendo un niño y Don Luis [el médico] le había dicho que le diera caldo de perritos». El asunto consistía en matar perricos de leche, hervirlos bien en un puchero de barro y, con ese caldico, hacerle las gachas a la criatura encanijada.)

Bien, pero no perdamos el hilo de la historia. Al segundo hijo, no le habían puesto nombre al principio, pero como cuando empezó a balbucear, solo pronunciaba: «¡a ver…!, ¡a ver…!», pues le llamaron «Aver». Y Aver para acá y Aver para allá. Cuando estos muchachos se descagazaron y estuvieron en edad de ganarse las habichuelas (por aquel entonces no había escuelas en los campos, y a lo sumo algún maestro ambulante iba por los caminos con una borrica y desasnaba a los zagales a cambio de algo para comer: unos kilos de patatas, un litrico de aceite, una docenica de huevos, etc., que iba metiendo en las aguaderas de pleita de la pollina). Pues cuando empezaron a servir para algo —decía—, se fueron los dos hermanos a buscar trabajo a una gran hacienda. No era la maravillosa hacienda de la cual sus progenitores fueron expulsados un día, que según contaban estos era un edén entre ríos, donde crecía todo tipo de árboles frutales y habitaban pacíficos animales; pero bueno, ellos ya habían nacido en el destierro y, como no conocían otra cosa, se adaptaban a todo.

(A mis abuelos maternos, después de la Guerra, los expulsaron de la casa y hacienda de Doña A. F., en el Ginete, pues el pobre de mi abuelo hizo caso a los políticos de los comités, que daban mítines por los campos y metían en la cabeza a los medieros que «¡La tierra era pa quien la trabajaba, camaradas! ¡Y que nadie llevara esquilmos a los dueños!». Y para más inri, en el Puente de Hierro habían hecho un «zigzag» de sacos terreros a modo de trinchera o parapeto, por si aparecía un enemigo incierto; pues en las guerras civiles nunca se sabe: el enemigo puede ser tu amigo o hasta tu propio hermano; y los escopeteros del odio estaban allí apostados, vigilando las entradas y salidas. A mi abuela paterna, por cierto, que iba siempre andando, del Madroñal al pueblo y del pueblo al Madroñal, con la carga en equilibrio sobre su cabeza, le echaron un día el alto, cuando portaba un hatillo prieto que pesaría cerca de 20 kilos, pero fue para decirle que esperaban a mi abuelo para que se uniera a ellos. «¡Dile a tu marido que aquí lo esperamos, que tenemos escopetas de sobra pa matar fascistas!». En el hatillo mi abuela llevaba mantelerías y juegos de cama, bordados con primor por las monjas, que la señorita Doña A.P. le había rogado que se los llevara para esconderlos, pues estaban registrando algunas casas de familias de derechas y arramblando a placer con todo lo que les gustaba. «¡Señorita, qué compromiso…!», había protestado la pobre de mi abuela. «Tú llévatelos, que a ti no te dirán nada». Mas los escopeteros no preguntaron por el hatillo: sólo que necesitaban hombres para las escopetas ociosas. Mis abuelos, amedrentados como toda persona de bien, procuraban no hacer acto de presencia en el pueblo, y menos el visitar las casas de los señoritos. De ahí que al terminar la Contienda Doña A. F. tomara venganza y los expulsara con una mano delante y otra detrás, ¡como Jehová expulsó a Adán y Eva del Paraíso!)

Y ya siguiendo con el relato, los hermanos Canín y Aver, que siempre estaban muy unidos y se querían mucho, encontraron trabajo el uno como agricultor y el otro como pastor, que con el tiempo dominaron sus oficios a las mil maravillas. Canín cavaba la tierra con ahínco y embasuraba el suelo para lograr buenas cosechas (el refrán decía: «¡Cava y echa basura, y tira los libros de la agricultura!»). El segundo hermano, Aver, se esmeraba en buscar los mejores pastos para las cabras y las ovejas, que era todas blancas y mochas (es decir, sin cuernos).

Su padre de estos muchachos era ya viejo, pero como tenía buena madera y la madre aún era fértil, se aplicaron y llegaron a procrear un tercer varón; hijas también habían tenido varias, lo que pasa es que no contaban para las crónicas por ser mujeres. A este tercer hijo varón le pondrían por nombre Pep, que en catalán es Josep. ¡Unos adelantados a su época!, ya que aún no existía el catalán. No existía ni el latín, que vino a ser la lengua engendradora de tantos idiomas, como el portugués, el rumano, el francés o el español, llevado este último a América y al mundo. (Por cierto, ¿sabían ustedes que, tanto los dirigentes, como el clero y como el personal de ciencia, que España enviaba a América, usaban traductores y no obligaban a la población indígena a hablar español, sino que fue después, conforme se independizaban las naciones, que éstas ponían el español como lengua oficial y lo universalizaban a toda la población?) Por lo demás, se cuenta que el padre de Pep tenía tan buena madera que aún vivió 800 años más tras engendrar a su «cabico de tripa», pero que el hombre ya no hacía milagros ni con Gerovital.

©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"